Precisión y paciencia de cirujano
El especialista en restauración de papel, Roberto Macchiavelli, cuenta detalles y sorpresas de su profesión.
Reclinado sobre una hoja amarillenta, con una lupa en la mano y una pequeña linterna de luz infrarroja en la otra. En esta postura imaginamos a Roberto Macchiavelli, un tigrense que es especialista en restauración de papeles. “La mayoría de los restauradores hacen óleo, pintura mural, edificios; los que hacemos papel somos pocos”, dijo Roberto.
Hace 30 años que Macchiavelli inició, casi por casualidad, el camino que lo llevó a esta profesión: “Un día mi madre me dijo ‘tenés que hacer algo’ y empecé a hacer bastidores y marquetería. La idea me la dio una amiga porque había visto algunas cosas que yo había hecho para mi cuarto”. Fue así que comenzó a levantar pedidos, “al principio muy sencillos, hasta que aprendí a dorar y restaurar marcos antiguos sin haber estudiado”. Pero los estudios llegaron: el primero fue de escultura, que le permitió copiar moldes de marcos franceses; luego cursos específicos de restauración; por fin la tecnicatura y muchísimos cursos más.
“Un día me dijeron que la restauradora del Senado de la Nación dictaba un curso de papel y ahí fui. Resultó perfecto porque la profesora enseñó hasta el último secreto. De ahí en adelante me enamoré del trabajo en papel que dentro de la restauración es de lo más difícil porque es muy delicado el soporte”.
Documentos y obras de arte
Las obras que llegan al taller de Macchiavelli son variadísimas, “tuve la Declaración de la Independencia. Mi cliente me dijo que hay cinco, una la tuve yo en mis manos”. Siguiendo con los documentos históricos, restauró cartas de Lavalle, Dorrego, San Martín; mapas muy antiguos, patrimonio del Museo Naval.
Algo que está entre el documento y la obra artística es un inmenso afiche que “le regalaron como homenaje Walt Disney y otros dibujantes a Molina Campos cuando éste partió de Estados Unidos. Es un material que tiene un gran valor sentimental, además de valer una fortuna”.
En lo que a Molina Campos se refiere, se podría decir que Macchiavelli es un especialista, ya que restauró más de 100 cuadros de este pintor: “Acuarelas, pasteles y bocetos de grafito en papel calco, porque un cliente mío fue director del Museo Molina Campos de Moreno, entonces mucha de la obra que se expone allí, pasó por mi taller”. Si bien los famosos calendarios del pintor costumbrista son coleccionables, Roberto indicó que de esos, “restauró pocos”. Mucha obra de este autor está pegada sobre cartón, “antes se hacía mucho”, pero como los cartones “son ácidos, manchan el papel y lo ponen duro. Un cliente no quería que despegara sus Molina Campos, pero uno estaba muy deteriorado y hubo que hacerlo. Lo saqué y atrás había un boceto hermoso que hacía años que estaba tapado. Volvió a traer toda la obra que ya estaba restaurada, saqué los cartones y encontré 3 bocetos más. Uno no tenía nada que ver con lo que hacía Molina, son dos directores de orquesta, uno que dice moderno y otro clásico. El clásico está todo prolijo dirigiendo una orquesta inexistente y el moderno está saltando como loco, todo despeinado, con la ropa salida del pantalón. Hay que pensar que esto fue hecho entre 1930 y 1940”, comentó con satisfacción Roberto.
En este trabajo, las sorpresas abundan: “Cuando traen obras enmarcadas, las cosas que se encuentran atrás del enmarcado! Hace poco me trajeron una témpera anónima, de muy buena hechura, lindísima. La abrí y encontré tres periódicos alemanes, completos, chiquititos, de 1700. ¡Lástima que no sé alemán!”, se lamentó Roberto, que sí sabe recomponer los rastros dejados por el tiempo.
“Hace años encontré un diario completo de La Razón de 1921”; el especialista explicó que antiguamente los diarios se ponían para aislar la obra de la humedad. “Otra vez me trajeron una foto enmarcada, la saqué y encontré un grabado francés, de 1800, espectacular. Alguien de la familia había puesto una foto arriba del grabado”.
Así como algunos utilizan un marco sin importarles lo que éste encierra, otros guardan cuadros y después los olvidan: “Una familia de Tigre tenía un cuadro de Jorge Campos (primo de Molina Campos). Estaba en un garaje, lo agarró una marea, lo encontraron al año. El papel estaba totalmente degradado, lleno de hongos negros, era para tirar. Me lo trajeron y pude rescatarlo”. Es decir que no hay moho que se resista al trabajo pertinaz de Roberto.
Aunque todo se puede restaurar, existen criterios que guían el trabajo de estos artesanos: “Las firmas y leyendas no se restauran, aun haya documentación. Se completan imágenes, detalles, con o sin documentación, si bien eso también depende de la corriente a la que se adhiera. La escuela purista sostiene que lo que se perdió, ya no está; la escuela ilusionista admite retoques. Pero esto siempre hay que conversarlo con el cliente”. También existe un paso intermedio, el tratteggio: “Se pueden utilizar pinceladas tipo bastones o rayas pequeñas para reponer lo que falta; desde lejos no se advierte, pero al acercarse, se ven y esto indica que ahí estuvo la mano del restaurador. Esto se usa mucho en los museos, porque quieren que la obra tenga una integración, pero también que se note que no es original”.
Tanto para un documento como para una obra artística, el tratamiento es el mismo ya que el soporte es el mismo: papel. Lo que cambia para el documento es que lo artístico no es destacable, “si hay una carta de San Martín con manchas de humedad, a nadie le importa; en un grabado, sí”. O sea que lo esencial es el aspecto final.
En el mundo actual, ¿será la digitalización de libros la desaparición del papel? Roberto tiene su respuesta: “No veo futuro sin un documento u obra de arte sobre papel. De hecho hay grabados digitales, pero todos terminan en soporte papel. No creo que la digitalización le gane al papel. Espero que no, porque no es lo mismo tener un libro en la mano que estar leyéndolo en una pantalla, no es lo mismo tener una pintura sobre papel que un dibujo sobre una pantalla”. Como sea, que no se acabe el susurro de la lectura.
Si bien en las últimas décadas se ha tomado conciencia de que las cosas viejas son parte de la historia, Roberto sostiene que “todavía falta mucho, no sólo entre la gente común, especialmente a nivel estatal. Por ejemplo, el trabajo que se hizo en el Colón fue muy criticado, en lo administrativo y en lo técnico. Los restauradores sabemos que se hizo mal y los músicos también. Ya no tiene el mismo sonido. Estamos muy lejos de lo que se hace en España, Italia, Inglaterra, pero en los últimos años hay una conciencia que antes no había. Cuando yo empecé, hace 30 años, la gente preguntaba qué es restaurar. Ahora se sabe que hay que conservar, invertir en eso. Ya está la carrera de restauración, hay más restauradores trabajando, se están restaurando iglesias, edificios públicos. Hay iniciativas que antes no existían, pero falta criterio y presupuesto”.
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