La sociedad de consumo ha promovido el compre y tire. Así, uno se puede encontrar con una heladera en la mitad de su camino. Una persona cualquiera la aparta y sigue, en cambio, el escultor Marcelo Díaz la levanta porque él le da “un changüí más, convirtiendo, por ejemplo, una botella en el ojo de un pájaro”.
La idea básica de Díaz es “recuperar las horas de trabajo que hizo otro hombre y darle a ese material un lugar destacado, en un jardín o en el techo de una casa”.
Mirar para arriba
“En la isla no hay distracciones, entonces uno se concentra, hace un viaje interior. Es como estar adentro de un hueco, porque en el campo, el horizonte está a la altura de los ojos, pero en la isla, para ver el cielo, hay que mirar para arriba. Esto atrapa muchísimo”, dijo Marcelo, para explicar por qué hace 13 años vive en el Delta y aunque se mudó muchas veces, se definió como “superlocalista, por eso me gusta que me relacionen con el río, con la isla”.
Marcelo usa chapa, madera, vidrio, materiales que encuentra a su alrededor: “Tengo cuidado con el grado de deterioro del material, me fijo que sea resistente, que no haya perdido sus cualidades. En la isla hay mucha madera dura”.
Con este material hace esculturas móviles: “Mi referente es Alexander Calder (1898-1976), el primer artista que hizo móviles. Gracias a él, yo me animé, porque antes pensaba que, lo que se movía, no era escultura”. Aunque su pasión por el movimiento y por construir objetos le viene desde pequeño: “Mi papá siempre estaba construyendo, me parece que me viene de ahí el gusto por hacer cosas con las manos, porque yo no soy teórico, trabajo con mis manos. Mi viejo también recuperaba material y lo hacía sin ningún concepto de la palabra reciclar, sino porque usaba lo que tenía a mano. Yo le di una vuelta más, lo transformé en arte”.
Varias son sus líneas de trabajo: “Hago mecanismos, por ejemplo máscaras, y con palancas se mueven los ojos. No hago cosas a pila, que se toca un botón y funcionan, con mi obra hay que establecer una simpatía, quizás hasta que se haga funcionar lleva un tiempo. Están pensadas en el sentido de la interacción con la persona, como un juguete, pero no lo son”, y surgió el recuerdo de otro artista plástico, en este caso uruguayo, Joaquín Torres García (1874-1949).
Marcelo nació en el campo y al llegar a la isla se reencontró con el espacio abierto que “es lo que más me gusta”, confesó; de aquí sus móviles planos que “en su mayoría funcionan gobernados por el viento. Son para emplazar en jardines, edificios, para poner en los techos de las casas. Tienen un metro o más, para que se vean” y al describirlos, con gestos, parecía estar disfrutando con su visión. Estos móviles son peces o pájaros y uno de ellos, un pájaro blanco, se puede apreciar en el MAT.
También hace chatas, que se mueven ondulantemente, “me gustan muchísimo esos barcos”, dijo con expresión casi infantil.
En su taller, Marcelo está rodeado de herramientas, cuyo uso fue aprendiendo “con la vida, al principio usaba cosas muy elementales, por ejemplo martillos, pero, cuando descubrí que una herramienta permitía que mi trabajo fuera más allá, que mis piezas fueran mucho más versátiles, no lo dudé. Con las herramientas me pasó lo mismo que con los móviles, pensaba que un artista no podía usarlas”.
Y así, dándose permisos, Marcelo va desarrollando sus ideas, ya que “todos las tenemos, la diferencia es que yo las hago”, sintetizó, rotundo.
Quien quiera ver su obra, podrá ir en septiembre al MAT o, simplemente, andar atento por la ciudad mirando para arriba, porque en cualquier casa se puede encontrar con un pájaro de Marcelo Díaz.
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