Columna del Obispo
Queridos amigos, hace pocos días, los cristianos hemos celebrado la Pascua. Para los hombres de fe, esta no es una celebración más, sino que se transforma en el origen y la fuente de toda la práctica religiosa, del mismo ser cristiano. Es una fiesta en la cual experimentamos el amor de Dios que se manifiesta en el mundo y transforma nuestras vidas.
Quisiera compartir con ustedes algunos aspectos de esta manifestación de Dios. En primer lugar, la fiesta de la Pascua se manifiesta como la celebración de la justicia. El mundo y el hombre, por obra del pecado y del mal, se encontraban distanciados de Dios y de los hermanos. Lo que había sido creado por Dios para la comunión, se había transformado por el mal, en motivo de división y marginación. El mal y la muerte habían marcado el obrar del hombre conduciéndolo por el camino de la injusticia.
Cristo, por la Pascua, vence al mal y a la muerte. La justicia de Dios restablece el orden de las cosas, devolviéndole al hombre la dignidad que había perdido. El rico se hace pobre para compartir con el hermano, el poder se hace servicio, el llanto se transforma en alegría… La justicia de Dios transforma el corazón del hombre.
En segundo lugar, la fiesta de la Pascua se manifiesta como la celebración de la reconciliación. La entrega de Jesucristo en la cruz es, para todos nosotros, causa de reconciliación con Dios y con nuestros hermanos. Él pagó con su vida el precio de nuestros egoísmos, intereses y mentiras. Él asumió en su cruz las marginaciones, las injusticias, el hambre y la pobreza de todos los hombres. Él nos devolvió en la cruz, con semejante gesto de amor, la capacidad de amarnos los unos a los otros. Él es para nosotros causa de reconciliación, mediante la cual se hace más fuerte el amor que el error, el futuro que el pasado.
En tercer lugar, la fiesta de la Pascua es la celebración de la esperanza. La resurrección de Cristo, venciendo al mal y a la muerte, nos revela que es posible algo nuevo. Que lo malo no tiene la última palabra. Que es posible esperar y confiar que luego de la cruz llega la resurrección.
La esperanza nos mantiene vivos y nos hace apostar por el futuro. Nos permite mantener los brazos levantados y no desfallecer. La esperanza da sentido al esfuerzo del presente, que aspira a conseguir un futuro mejor.
Creo firmemente que la celebración de la Pascua, puede ser una excelente oportunidad para renovar en nuestros corazones los deseos de esperanza, justicia y reconciliación.
Los Obispos argentinos decíamos recientemente que “la Patria es un don, la Nación una tarea”. Todos nosotros somos responsables de realizar esta tarea. Una tarea que, para que sea provechosa, no puede prescindir de la justicia, la reconciliación y la esperanza.
+ Jorge Casaretto
Obispo de San Isidro
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