La amenaza de la desestabilización de los gobiernos democráticos en América Latina

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El Golpe de Estado Institucional en Paraguay

El Golpe de Estado de carácter institucional que destituyó al Presidente Fernando Lugo en Paraguay es una clara demostración de cómo los intereses concentrados y antipopulares resisten sigilosamente los procesos de inclusión social que se vienen desarrollando en distintos países de América Latina en la última década. Recordemos los casos de Golpe de Estado en Venezuela en 2002 y en Honduras en 2009, el fallido intento de golpe en Ecuador en 2010, y la situación desestabilizadora que se vive en Bolivia hoy.

Estos sectores, que incluyen a grandes grupos económicos que ven reducidos sus privilegios, y a partidos políticos y dirigentes que no tienen capacidad para construir poder en democracia han tenido distintos tipos de estrategias destituyentes de los gobiernos democráticos a lo largo de nuestra historia. Todos conocemos lo que ha significado la ausencia de un partido político de derecha en el sistema de partidos de nuestro país, y cómo en ese vacío de alguna manera las Fuerzas Armadas se fueron constituyendo en un rol de “guardianes del orden” para transformarse más tarde en actores políticos con intereses propios.

Justamente desde los últimos años, estos Golpes de Estado revisten nuevas características. Ya no son perpetrados por las Fuerzas Armadas (al menos no en forma directa) y un nuevo actor cobra trascendencia: los medios de comunicación concentrados, y ya no sólo como ideólogos de un golpe sino como partícipes necesarios y con intereses propios. Se puede observar la mutación con relación a las Fuerzas Armadas.

Asimismo esta nueva modalidad institucional de Golpe de Estado sin la actuación de las Fuerzas Armadas como es el caso de Paraguay ha generado un debate acerca de si se trató de un Golpe de Estado o no, ante lo cual se puede sostener que sí lo fue tanto por la violación de la legitimidad constitucional como desde la formalidad jurídica. Por un lado, es ilegítimo porque cualquier intento de sustituir a las autoridades elegidas por la voluntad popular atenta contra la democracia, y por otro lado el juicio político es jurídicamente insostenible tomando en cuenta las características del procedimiento que se basó en un juicio sumarísimo que se consumó en menos de 48 hs.; que no se le permitió a la defensa impugnar los argumentos de la destitución; que no se presentaron pruebas de las acusaciones porque eran “de público conocimiento” y que se acusaba a Lugo de posibles hechos futuros transformando el juicio en una medida ejemplar y precautoria. Todo indica que se trató de un caso de abuso del derecho con fines estrictamente políticos.

Un dato que llama poderosamente la atención es el contenido de los argumentos empleados para destituir a Lugo. “Mal desempeño; no tuvo la inteligencia y la capacidad para… (frenar la ola de delincuencia); trajo caos e inestabilidad; representa lo más nefasto… (para el Paraguay)”. Si uno los lee, puede cerrar los ojos e imaginarse que está leyendo Clarín o La Nación. Son los mismos descalificativos que se utilizan para criticar al Gobierno de Cristina. Asombra además, más allá de los caceroleros de Recoleta, cómo otras voces en la calle se adhieren en llamar, lisa y llanamente, a este gobierno de “Dictocracia” o “Dictadura”. Gramsci decía que la élite dominante refuerza su poder material con formas diversas de dominación cultural, y así busca convertir su interés particular en el interés de las mayorías. Una de esas formas es la repetición de un discurso con el uso de palabras que van construyendo el sentido de la realidad. Nada es inocente.

Se ha derramado demasiada sangre en este país para vivir en democracia como para obviar esta perorata destituyente. Es lenta y ardua la tarea de construir una hegemonía alternativa que logre poner en cuestionamiento ciertos valores establecidos hacia un nuevo modelo social. Sin ir más lejos el propio Moyano en su discurso del 27 de junio se refirió al Gobierno Nacional como a “una supuesta democracia” y que se comporta “como si fuera una dictadura”. Resulta interesante una vez más observar cómo el interés de una minoría se transforma en el interés de las mayorías.

Es muy lamentable ver a Moyano haciendo un paro y una movilización en contra del Gobierno que más ha hecho por lo sectores más desprotegidos y por los trabajadores en nuestro país en las últimas décadas, y sobre todo, observar cómo las ambiciones personales desmedidas pueden hacer que un dirigente sindical, cuyo gremio ha sido uno de los más beneficiados por este modelo, le termine haciendo el juego a la derecha y a Clarín. Como en el caso del golpe parlamentario de Paraguay, se plantearon inconsistentes argumentos jurídicos para lograr fines políticos: destituir a Lugo, Moyano plantea inconsistentes argumentos sindicales, -a favor de los trabajadores-, para hacer una demostración de fuerza y perpetuarse en la CGT. ¿Se puede sostener que Moyano intenta desestabilizar al Gobierno? Creo que si bien no es su intencionalidad primaria, si no le dan la cuota de poder que se arroga tener en la CGT, en el PJ y ante el Gobierno Nacional está demostrando que no tiene inconvenientes en sentarse en la mesa del opositor y en sumar sus pretensiones a los intereses más espurios de estas pampas. Su resentimiento desbocado es más fuerte que el alto costo que sus acciones le pueden generar al conjunto de los argentinos y al sostenimiento del propio modelo que lo creó.

 

“Unidos y organizados”

Si bien la respuesta de los países que componen la UNASUR fue contundente y unánime en su apoyo a la democracia en Paraguay y en contra de todo intento de desestabilización democrática que se quiera efectuar en América Latina, esto no es suficiente para sostener y consolidar los procesos de restitución de derechos de las mayorías populares como el iniciado en 2003 por Néstor Kirchner, y que hoy conduce la Presidente Cristina Fernández. Sino miremos lo que acaba de pasar en Paraguay, donde más allá de cuestiones de política interna que ahora no interesan, hubo muy pocos manifestantes que se volcaron a la Plaza de la República para apoyar a Lugo. Al otro día de la destitución, en la Plaza sólo había empleados municipales recogiendo la basura que habían dejado los manifestantes. En sus años de mandato, Lugo no pudo construir poder popular suficiente que le diera sostén a sus reformas, cosechó más debilidades que fortalezas. El poder tradicional venía buscando la ocasión y cuando tuvo la oportunidad de forzar las circunstancias, lo derrocaron.

Para nuestro país el caso de Paraguay debe servir como un llamado de atención y como disparador para observar cuán lejos o cuán cerca estamos de esta convergencia de fuerzas reaccionarias que se levantan en defensa de sus intereses egoístas y en contra de los gobiernos democráticos, y sobre todo, y es lo más importante, para analizar cómo y cuánto poder popular está construyendo hoy el Gobierno Nacional para sostener el camino iniciado.

La consigna largamente repetida por la Presidenta de “Unidos y Organizados” no es un slogan de campaña salido de una consultora de marketing político. Es un llamado a la acción organizada de todos aquellos que creen y defienden este modelo. Se trata de una lectura política de la realidad que indica que el Gobierno sólo no puede sostener este rumbo y que para ello se necesita generar organización con una mirada estratégica, afinando la sintonía hacia aquellas cuestiones que quedan pendientes y que se sabe que generarán fuertes resistencias. Implica además superar el sectarismo y los dogmas, favorecer el debate y la capacitación para pasar del voluntarismo a la idoneidad técnica y política en la gestión de la cosa pública, abriendo el diálogo hacia otros sectores de la población como las clases medias, y en particular, dejando de lado los protagonismos de cartel y los deseos de estrellato trasnochado. ¿Se podrán superar las diferencias internas y las pequeñeces humanas para estar a la altura de los grandes desafíos que se avecinan en Argentina?

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