Días de furia

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Corridas y cascotazos por la avenida Cazón. Estudiantes de escuelas del centro de Tigre se enfrentan cada día con más violencia, poniendo en peligro la vida de los vecinos y transeúntes de las calles aledañas a las instituciones educativas. Los vecinos atribuyen estos comportamientos a rivalidades históricas y advierten que la situación se está desmadrando.

 

En todos los tiempos, una ciudad ha sido un espacio de conflicto. Pero en las últimas décadas – y sobre todo en los países arrasados por el neoliberalismo – se percibe en el espacio público cierta carga de violencia. La sociedad toda se convirtió en una gran cacerola donde se cocinan valores antisociales, potenciados por los medios de difusión. La pasta que sale de allí molesta a todos los ciudadanos, que luego piden a gritos un reforzamiento de la autoridad, lo que en buen criollo significa “mano dura”.

Este paisaje, que avanza sobre todas las instituciones como un manto agobiador, ingresó también a las escuelas de la mano de una población de jóvenes que tienen como característica fundamental la impulsividad, la intolerancia a la frustración, pocas habilidades sociales, gran dificultad para cumplir normas, escasa capacidad de autocrítica. En general, los libros dicen que estos jóvenes son el resultado de familias donde hay ausencia de relaciones afectivas y respetuosas, permisividad ante conductas antisociales con el frecuente empleo de métodos autoritarios y coercitivos, además de utilizar en muchos casos el castigo corporal.

 

El colegio nuestro de cada día

Fundamentalmente en el Gran Buenos Aires, con esta población de alumnos y padres, como telón de fondo, los docentes deben hacer su trabajo diario. Trabajo que en muchas ocasiones está entorpecido por gritos, insultos, prepotencia, mentiras, desfachatez, que suelen resolverse por parte de los directivos con tanta liviandad, que han terminado por naturalizarse al punto de considerárselos como parte de la carga de trabajo.

Leemos en los diarios de tirada nacional episodios de agresión que ocurren en todo el país e incluso sabemos de situaciones de violencia en escuelas del centro de Tigre: el año pasado, la regente de una de ellas tuvo que enfrentarse a un padre que portaba un revólver y, este año, esa misma docente fue golpeada por alumnos a los cuales intentó separar porque se estaban “matando” dentro de la institución. Pareciera ser que se toleró tanto que ahora ya no hay límites para los comportamientos antisociales y, entonces, comienzan a preocupar.

Y preocupan más aún si esa violencia contenida entre las paredes de una escuela, desborda finalmente sobre el espacio público, como está pasando desde hace algún tiempo en la avenida Cazón.

“Corridas y peleas entre los dos colegios hubo siempre, pero la agresividad de este año es nueva”, dijo Milagros, una comerciante de la Av. Cazón, egresada de la Media 10. “La última gran pelea fue en junio, donde no sólo se vio involucrada Cazón, sino también la plaza de los bomberos y la Av. Italia. A mí se me metieron en el local, los agredidos y los agresores, y también en mi casa que queda por Sarmiento, me desarmaron los canteros para tirarse con los ladrillos y también levantaron la vereda del Inta para sacar cascotes”, contó esta vecina que manda a su hija a la escuela del Estado porque defiende “la educación pública, pero la agresividad traspasó cualquier barrera”, advirtió.

Son muchos los padres que sienten que la escuela pública ya no es un lugar seguro, por supuesto, también lo sienten los docentes que son los que ponen el cuerpo y, ahora, los vecinos, intimidados por los desbandes que tienen que soportar cuando pandillas de los colegios colindantes se enfrentan en la calle.

Los docentes merecen condiciones dignas de trabajo, los vecinos merecen caminar por las calles sin recibir cascotazos y los adolescentes necesitan adultos que los contengan. Alguien debe ponerse a trabajar para encontrar respuestas rápidas y contundentes.

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