Costa Tigre, el kiosco de don Antonio
Se hizo cargo del negocio en abril de 1960. En una cafetera a querosén hacía el café más rico de la zona porque traía el agua de San Isidro. Fue ampliando sus instalaciones y ahora brinda muchos servicios a los isleños. Como siempre, abre a las 5 y media de la mañana.Para aquellos que llegan a la estación fluvial con la primera lancha de la mañana, el kiosco de don Antonio tiene un cafecito caliente.
Desde hace 50 años, Antonio Mendes de Oliveira atiende el kiosco de la estación fluvial de Tigre. Este hombre es un portugués que llegó a la Argentina a los 8 años y se instaló con sus padres “en el aserradero de Ayans, en canal La Serna y arroyo Durazno”, contó don Antonio y rememoró el día que “dos chicas, hijas del vasco Iparraguirre, me salvaron la vida, porque yo estaba jugando en el muelle, me caí y no sabía nadar, ellas me vieron, vinieron corriendo y me salvaron”. Luego de la isla, la familia Oliveira pasó a Dique Luján – a otro aserradero – y después se fueron como caseros a una casa quinta en San Isidro.
Siendo adolescente, don Antonio entró a trabajar a Estándar Electric; allí conoció a quien es su señora, “59 años de casados”. Un tío de su esposa, Francisco Menoyo, fue el fundador de los 2 únicos kioscos de la estación fluvial y un día le dijo: “tengo 2 kioscos, uno lo exploto yo y el otro te lo doy a vos, vas a ganar más que en la fábrica. Y me vine en abril de 1960”. Cuando empezó, trabajaba solo, “venía a las 5 y media y me iba a las 10 de la noche. Primero estuve en un local chiquito”, dijo, “la bebida la enfriábamos a hielo en el piletón, tenía una máquina de café a querosén. El agua la traía de San Isidro porque acá era intomable porque era salitrosa, entonces se empezó a correr la bolilla del café que era más rico”. Años después, consiguió un permiso para ampliar el negocio, “me expandí, tuve un kiosco-parrilla. Tenía heladera eléctrica, cafetera eléctrica”.
Muchísimos isleños y también visitantes pasaron por el kiosco, algunos muy famosos: “Hugo del Carril venía a tomar café, era macanudísimo. Cuando viajaba al exterior, siempre traía algo. Mi señora guarda unos regalos como una reliquia. Ahora viene el hijo y me dice ‘si habremos comido panchos’”. Otro cliente que iba todos los días a comer churrasco a la parrilla, fue Parodi, “él hizo la mayoría de las lanchas colectivo”.
Junto a las transformaciones que vivió la estación fluvial, don Antonio fue testigo de las cambios de la isla: “ahora en la isla vive gente que trabaja en la ciudad; antes, los que vivían, eran los mismos quinteros” y recordó unos duraznos inmensos que cultivaban “unos holandeses en el Carapachay. Eran famosos”.
Con la remodelación de la estación, “nos tiramos a la pileta, elegimos el local más grande”, y lo que nació como kiosco, empezó a expandirse: cabinas telefónicas, Internet, rapipago, “la gente de la isla está chocha”, expresó don Antonio y, si bien está satisfecho con la nueva infraestructura, comentó que “hay poco control, antes la gente no podía hacer pic-nic en los canteros, ahora, sí. Yo esto lo veo mal porque hay que cuidar los jardines”.
Cuando Antonio Mendes de Oliveira camina por la estación fluvial, lo acompañan 50 años de trabajo, coronados por el éxito, por eso ahora, con 79 años cumplidos, puede decir: “Muchos me dicen que me jubile, pero ahora yo vengo a divertirme”.
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