La ludopatía es un fenómeno social contemporáneo: ¿A quién le hacés el juego cuando jugás?

El psicoanalista Gustavo Vigo reflexiona sobre el actual discurso político que regula las relaciones sociales, convirtiendo al otro en un enemigo. La producción de subjetividad, entonces, constituye sujetos aislados, pegados a las pantallas, buscando satisfacción inmediata en el juego on line, que genera riqueza para un otro desconocido.

Como ya los cientistas sociales lo han demostrado, los sistemas políticos producen un determinado tipo de subjetividad, que involucra, por supuesto, el comportamiento corporal y mental. Claramente lo dice Foucault: “A estos métodos que permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan la sujeción constante de sus fuerzas y les imponen una relación de docilidad-utilidad, es a lo que se puede llamar las ‘disciplinas’… las disciplinas han llegado a ser, en el transcurso de los siglos XVII y XVIII, unas fórmulas generales de dominación… la disciplina aumenta las fuerzas del cuerpo (en términos económicos de utilidad) y disminuye esas mismas fuerzas (en términos políticos de obediencia)”. Simplificando, se impone una pedagogía (en la escuela, en el hospital, en la milicia, en la cárcel) de la cual saca provecho el sistema político-económico.

¿Qué pasa en la actualidad con la producción de subjetividad? Se da, entre otros dispositivos, a través de los discursos de odio. Si antes alguien decía “negro de mierda”, lo hacía en voz baja, desde su individualidad; ahora, en cambio, es proferido desde las altas esferas y así “el discurso de odio se constituye en un discurso político que articula sociedad y política. Así surge una determinada manera de considerar a los otros, no es lo mismo considerar al otro como un compinche a quien ayudo cuando tiene un problema, que considerarlo como un enemigo. Éste es un discurso político que baja y regula las relaciones sociales. Este discurso político está finamente elaborado con la colaboración de las neurociencias y las psicologías”, definió el psicoanalista Gustavo Vigo.

En la producción de subjetividad encontramos las ludopatías, algo de lo cual se discursea mucho. “En la ludopatía, la posibilidad de relacionarse con otros está decididamente atacada”, sostuvo. La ludopatía produce en el cuerpo un efecto altamente funcional al sistema, ya que captura e inmoviliza el cuerpo, dejándolo durante horas ante una pantallita, apostando en la propia casa. Así, las calles quedan vaciadas, los sujetos están autorrecluídos. 

En ese sentido, Gustavo Vigo amplió: “Es común escuchar ‘me puse a jugar a tal hora y terminé 12 horas después y no me di cuenta cómo pasaba el tiempo’. Es decir que hay un borramiento de las dimensiones espacio-tiempo. Además, ese cuerpo se convierte en un dispositivo de generación de riqueza para alguien, no es un juego vano”.

En la etapa anterior del capitalismo, su basamento era riqueza-mercancía-riqueza, o sea: la riqueza instalaba fábricas que producían mercancía que generaba más riqueza. Ahora se elimina la mercancía, de ahí la timba financiera: guita que genera más guita. “En la ludopatía hay una riqueza generando riqueza sin mercancía. Entonces la vida toda de la persona que juega, está tomada en una producción donde el sistema se autoproduce, o sea que esa persona está reducida a una pequeña máquina”, explicó Vigo. Sintetizando: el que observa a una persona jugando puede pensar que hay un cuerpo orgánico y una máquina. ¡No!, es una célula hombre-máquina, productora de riqueza sin mercancía. “Así como se extrae mineral de la montaña, se extrae riqueza de un cuerpo”, resumió y acotó que “el capitalismo es un sistema apto y hábil para extraer riqueza de los cuerpos, el ejemplo típico es el obrero. Ese cuerpo, cuando se le extrajo toda la riqueza, se convierte en puro desecho”. Cuántas películas muestran a los adictos a las drogas como autómatas que deambulan sin destino y, quizás, con dinero familiar, finalmente, pasan a ser parte de la industria farmacéutica, otra trampa del capitalismo.

El que está muchas horas delante de una pantalla jugando, sufre una modificación en la química del cerebro. Las neurociencias lo tienen bien claro: se produce un efecto tipo bengala, a nivel de los neurotransmisores que “es necesario reproducir una vez y otra vez y otra, ahí está la adicción. Y como el ludópata queda con un gran vacío, termina con el juego y sigue con Instagram, con tuiter, con pornografía, siguen y siguen”.

El psicoanalista advirtió que es una trampa “clasificar como enfermedad a este fenómeno social contemporáneo. Es una trampa especializarse en ludopatía como un trastorno particular cuando, en realidad, es un síntoma más del sujeto y el síntoma remite siempre a otra cosa. Entonces es un error medicalizarlo, en lugar de indagar de qué horror escapa cuando se mete en la computadora. De esa manera queda oculto todo lo que se relaciona con lo familiar y social, por eso, para algunos, lo mejor es que se medicalice. Pero la medicalización es parte del mismo dispositivo. Si se le pone la marca de ludópata ya no hay nada para reflexionar sobre el sujeto, así su vida se reduce a eso. Pero si se puede ver que además es padre y trabajador y futbolero y etc., entonces sale de lo binario y podrá encontrar otras puertas para inventarse y producirse”.

Estar pegado a un celular durante horas quita la posibilidad de estar con otro y desplegar erotismo, es decir empatía, interés, compañerismo, ternura, cariño, en definitiva, vida. Pero a Eros “no se lo puede aniquilar así nomás, sale por la puerta y se mete por la ventana, por la chimenea, por la cloaca”, aseguró el entrevistado.

Efectivamente, un día el sujeto puede pegar un grito y salir a comer un asadito, jugarse un picadito, ponerse de novio, frecuentar amigos y restablecer lazos. “En este momento en que están quebrando lo comunitario, nos damos cuenta del valor que tiene”, afirmó Gustavo Vigo y recordó su infancia y la vida campesina donde no había televisión y los niños estaban siempre dispuestos a trepar a los árboles y desde allí inventar un mundo.

Por Mónica Carinchi

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