Su director es Giorgelli. Con varios premios en su haber, la Cámara de Oro del Festival de Cannes, el premio Horizontes Latinos de San Sebastián, llegó a los cines argentinos el 24 de noviembre de 2011. La película nos invita a acompañar a dos personas muy distintas. El silencio abre paso al conocimiento, pausado y cargado de ternura. Puede verse libremente en https://www.youtube.com/watch?v=clm2H1NlluI
La devastación del bosque, ¿transforma también el espíritu del hombre que empuña la motosierra?
Indudablemente sí, la insensibilidad se va apoderando de esos cuerpos que arrasan con la vida. Y sobre quien observa imperturbable el hecho, opera la misma ecuación: el entumecimiento de las emociones se va extendiendo por los cuerpos de quienes no reaccionan ante tamaño despropósito. Ser testigo no aliviana la complicidad.

Y como Pablo Giorgelli sabe de emociones fuertes, en el inicio de su película, Las acacias, coloca al espectador en lo que podría ser un agradable bosquecillo, con poca luz y con el ruido perturbador de la motosierra. Finalmente, el árbol cae y ya nada es agradable. En la escena siguiente vemos a hombres, pequeñísimos, caminando entre lo que quedó de añosos árboles. Luego, entre el ruido ensordecedor y la humareda lejana, aparece la trompa de un camión y el brazo del camionero. Así, fragmentado y a través de un espejo retrovisor sucio, se nos presenta a quien es el protagonista de Las acacias.
Germán de Silva tiene el protagónico masculino y Hebe Duarte, el femenino. Para elegir a la protagonista, Giorgelli se trasladó a Asunción, Paraguay. Durante dos años estuvieron con el casting y finalmente eligió a Hebe Duarte. No se había postulado, era ayudante de producción de quien estaba a cargo del casting. Pero Giorgelli la vio, la probó y dijo: “Entendió a Jacinta perfectamente”.
Silencios cargados de significado
Las acacias es una road movie que propone un recorrido intimista. Acompañamos a Rubén en la cabina de su camión, saltamos con los baches, vemos el paisaje monótono y nos ensordecemos con el ruido ambiente, igual que él.
Este camionero se dispone a levantar por la ruta a una desconocida, recomendada por su patrón. La mujer llega a él desde el otro lado del camino, se la ve de cuerpo entero, porque ella está emocionalmente entera; no así Rubén, del que inicialmente conocimos sólo un brazo. Luego veremos su cuerpo marcado por cicatrices. ¿Sólo su cuerpo?
Cargada como un ekeko y con una sorpresa: una beba, Rubén recibe a la mujer con enojo, manifestado en su falta de caballerosidad.
Ya subida a la cabina del Scania, la tensión se torna muy incómoda: silencio, miradas divergentes. La frontera deberán atravesarla separados. El espectador acompaña a Rubén en la espera del cruce: come, hace tiempo, duerme, hasta que, varias horas después, la fila de camiones comienza a moverse; del otro lado está, esperando, ella. La recoge otra vez y de mala gana.
Recién cuando llegan a la frontera argentina, ante el destrato de los gendarmes, Rubén se solidariza con ella: le carga los bolsos. Aunque advierte que el cigarrillo le hace mal a la bebé, la sensibilidad todavía no aflora y busca deshacerse de ellas. No lo logra, seguirán juntos.
En la cabina continúan las miradas esquivas, el silencio y alguna pregunta inquisidora. Por fin, casi en la mitad de la película, la pregunta que se impone: “¿Vos cómo te llamás?”, “Jacinta y ella Anahí”.
Ya son tres personas que comparten un espacio y recorrerán un camino de transformación. Amerita acompañarlos.
Por Mónica Carinchi