Serio, y después de un silencio reflexivo, Eduardo Calvo declaró que no es tímido y, acto seguido, agregó que tiene un defecto: “Mi cabeza no puede parar”. Y nos enteramos de que escribe sus guiones para un programa de radio que se emite diariamente; dirige una obra que va los jueves en El Tinglado; está haciendo el unipersonal Compañero de Ruta; da clases en su escuela de arte cómico; está ensayando una comedia musical; tiene un proyecto para una nueva obra; próximamente abre un centro cultural… “Eeeehhhh”, le dijimos, “¿no se te va la mano?”. “Y si quiero te sigo contando”, respondió.
Entre pelucas y gorras
Después de haber hecho una pequeña travesura, Eduardo Calvo – despojado de sus pelucas – nos recibió en una antigua casona que está transformando en centro cultural.
Con una tarima a medio hacer, muebles por doquier, en el típico desorden de las mudanzas, y una luz desmayada, Calvo se dispuso a una charla en la que no faltaron, por supuesto, las risas y risotadas.
Su personaje más famoso – y quizás el más querido – se hizo presente: “El heavy se cree un tipo prepotente, pero en realidad es ingenuo. Cada una de sus frases son pequeñas travesuras (“Si yo quiero, voy a una reunión de ateos y canto ‘Sólo le pido a Dios’”), ocurrencias que tienen que ver con una falsa prepotencia”.
El heavy nació en un espectáculo teatral que tuvo más de 1500 funciones, en el año 88. Ya es, por lo tanto, mayor de edad, pero su look sigue siendo adolescente y sus prepoteadas también, porque es capaz de “ir a la barra de un bar y pedir un nesquik”.
Cuando deja sus personajes durmiendo entre bambalinas, Eduardo camina las calles porteñas, que le ofrecen estímulos constantes para sus creaciones. “Desde chico camino mucho por Buenos Aires. Siempre fui de hablar con la gente. Viajo en colectivo, en subte”. Como es evidente, también viaja en taxi: “El tachero (una de sus creaciones) está dibujado con un trazo grueso, aunque la realidad supera ampliamente la ficción, pero uno intenta que los personajes tengan un poco de fantasía. Es un personaje vulgar, pero creo que, lo que yo hago, no es humor vulgar” y en este caso no surgió el ejemplo.
Con una experiencia de públicos muy variados, Calvo aseguró que “la gente agradece que uno haga humor para pensar, la gente agradece cuando se elaboran las cosas; pero tampoco se puede hacer un humor hermético porque uno labura para hacer reír a la gente”. Y lanzó: “Al caramelo media hora, yo lo chupo 45 minutos, porque soy reheavy y rejodido”.
Entre los cómicos que admira, están Juan Verdaguer y Niní Marshall que “hacía un humor con muchos matices y eso es lo que a mí me gusta” y de repente apareció Manucho, al que le faltan los dos brazos y “no tiene reloj pulsera porque se lo afanaron” y canta “yo pisaré las calles nuevamente”, aunque no tiene piernas.
Una de las cosas que más le gusta es improvisar: “Me formé con un francés que trajo los mach de improvisación a la Argentina. Sus discípulos fuimos Pedro Cano, Mosquito Sancineto y yo”. Con su nuevo espectáculo, Compañero de Ruta, retoma las técnicas de improvisación con un condimento que puede ser ulcerante: el compañero es un espectador. “Desde hace muchos años tenía la idea de trabajar con el espectador, pero no tenía el argumento”. Por fin, el argumento llegó y en cada función alguien del público se postula y “está la hora y cuarto que dura el espectáculo en el escenario. Es un riesgo muy grande”, aseguró el humorista.
Y si el tipo no habla? “Nunca pasó, pero si ocurre…”.
Uno de los proyectos que tiene entre manos – o bailando entre sus neuronas – lo une a Emilio Ferrero, humorista gráfico, y a Gastón Troiano, “un genio que conocí hace más de 20 años y siempre pensé que tenía que hacer algo con él”. Juntos pondrán en escena a Roberta, el personaje de Ferrero, y los espectadores pondremos las ganas de ver al director que trabajó en la cárcel de Carabanchel y al hombre de las mil pelucas.
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