Fernando III, Rey de Castilla y de León
En tiempos pasados era costumbre que los reyes y nobles que prestasen servicios a la Iglesia alcanzasen la santidad. Como la muy renombrada Santa Elena, emperatriz de Inglaterra y madre del emperador romano Constantino, quien borró del mapa al arrianismo y a todas las otras líneas internas cristianas para elevar a una de ellas, el catolicismo, al rango de religión oficial del Imperio con el nombre de Iglesia Católica Apostólica Romana.En la lista encontramos también a San Canuto, rey de Dinamarca; San Guntrano, rey de Francia; Santa Clotilde, reina de Francia; Santa Margarita, reina de Escocia; San Ladislao, rey de Hungría; Santa Isabel, reina de Portugal; San Enrique, emperador de Alemania; San Wenceslao, duque de Bohemia; Santa Isabel, princesa de Hungría y Santa Eduvigis, duquesa de Polonia, entre otros.
Entre estos otros está el rey de Francia Luis IX, más conocido como San Luis, “espejo y ornamento de su nación” que promovió dos monumentales cruzadas para liberar el sepulcro de Cristo, pero murió en el segundo intento.
Éste “atleta y campeón invicto de Jesucristo” como lo proclamaron los papas Gregorio IX e Inocencio IV, “cayó herido de muerte por agotamiento de sufrimientos y trabajos”, según la Iglesia. En realidad murió de hidropesía cerca de Cartagena en el año 1270.
El santo patrono de Resistencia, la ciudad donde vivo, es un primo hermano de Luis IX. Se trata de Fernando III, rey de Castilla y de León, que pasó a la historia como San Fernando. Canonizado por Clemente X en 1671, será recordado el próximo 30 de mayo en no menos de veinticinco pueblos de América que también lo tienen por patrono o directamente llevan su nombre.
Los motivos de su santidad
Aunque para Roma es santo porque “se destacó por su honestidad y la pureza de sus costumbres” la verdad es que Fernando III fue una espada premiada con la santidad porque durante treinta y cinco años guerreó contra los moros y porque “los templos y oratorios que edificó a la Virgen Santísima pasaron de dos mil”.
Antiguas crónicas eclesiásticas aseguran que “tomó en sus manos la espada para hacer guerra a los moros que tiranizaban gran parte de España; pacificó los reinos de Castilla y de León, hizo tributarios a los reinos de Valencia y de Granada y conquistó los de Murcia, Córdoba, Jaén y Sevilla”.
Las referidas crónicas (escritas por religiosos jesuitas) exaltan la epopeya guerrera de Fernando III destacando que “en treinta y cinco años que peleó se contaron siempre sus batallas por sus victorias y sus empresas por sus triunfos”.
Ponderan además que “nunca desnudó su espada ni cercó ciudad o castillo ni salió a empresa que no fuese su único motivo dilatar la fe de Cristo” y que “por la mayor gloria y servicio de Dios no rehusaba ningún trabajo de la guerra”.
Recuerdan especialmente que luego de tomar Sevilla “dispuso una solemnísima procesión de toda la gente lúcida del ejército, de la nobleza, del clero y de los obispos, viniendo al fin la venerable efigie de nuestra Señora de los Reyes, en un carro triunfal de plata”.
Fernando III murió el 30 de mayo de 1252 y con el tiempo cayó en el olvido. Habría permanecido para siempre en tal estado si el papa Clemente X no lo hubiese premiado con la santidad, en mérito a los servicios arriba consignados, 439 años después de su muerte.
En su honor redactaron esta oración que ya nadie recuerda, menos aún pronuncia: “Oh Dios, que concediste al bienaventurado Fernando, tu confesor, que pelease tus batallas y que venciese a los enemigos de tu fe, concédenos por su intercesión la victoria sobre nuestros enemigos corporales y espirituales. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén”.
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