Una familia que se destaca por su dedicación al trabajo y el afecto de sus vecinos. Recuerdos de Juan Zamora, integrante del Museo Náutico Argentino, quien conoció de pequeño a la familia Raponi. El taller, la calle Esmeralda, el río Reconquista, un espacio donde convivían trabajo y regocijo. Además de lanchas maravillosas, del taller de los Raponi salieron grandes carpinteros.
Contemplar desde tierra una embarcación, enciende el deseo de conducirla; visitar el taller del maestro Raponi, despierta, en unos, la curiosidad por conocer los detalles de una vida dedicada a un trabajo que, sin dudas, es un arte; en otros, el afán por preservar las herramientas que condensan dedicación y orgullo por la tarea realizada. “Tengo un cliente que me dice ‘cuando no use más todas esas herramientas, no las vaya a tirar, yo las quiero guardar’”.
Las herramientas más chiquitas las tiene en una caja, “hasta que no las desgasta, no las tira, las usan los orfebres, tanto para mármol como para madera”, dice Juan Zamora, integrante del Museo Náutico Argentino, quien conoce a la familia Raponi desde pequeño, ya que vivió en la calle Esmeralda, casi pegado al famoso taller. Amante de la náutica, Juan quiere que esas herramientas queden en el Museo para que todos puedan admirarlas.
Cepillos curvos, garlopas, serrucho de costilla, masas de madera para pegar sobre formoles, las piezas para calafatear, escofinas danzan en la memoria de Juan que describe a Pedro Federico Raponi, inclinado sobre una mesa, dibujando las lanchas “con una varilla finita y unas pesas de plomo que ponía encima” mientras hace él mismo la forma curva imaginaria. “Yo me quedaba a su lado, mirando cómo dibujaba”. Pero no siempre se quedaba quietito: “Tenían formoles desde un centímetro hasta 10, afilados que eran para afeitar. Y yo, que era chico, los mellaba y se enojaban”.
Los vecinos de la calle Esmeralda, entre Estrada y el río Reconquista, formaban una comunidad. “El Pibe Raponi (Pedro Federico) era muy capaz, además era como nuestro segundo padre, le decíamos ‘Pibe, necesito que me hagas un carrito’”. Y el Pibe Raponi se hacía el tiempo y el carrito salía triunfante del taller. “Yo lo ayudaba a aguantar el remache porque me gustaba. Lo ayudé a hacer una de las lanchas que tenemos en el Museo. Yo era un nene de 12 años, me sacaba el guardapolvo y me iba al taller”.
Todos los chicos se juntaban en la casa de doña Adelina (mamá de los Raponi) para tomar el mate cocido. Además de bañarse en las aguas limpias del río Reconquista, Juan recuerda que Juan José lo invitaba a dar vueltas en su canoa: “Hacíamos el Tigre, Reconquista, Luján y otra vez volvíamos por el Tigre”.
En el taller, en los juegos en la calle, en el río y en la escuela (“íbamos todos juntos, el que tenía mucha guita y el que vivía en Rincón y llevaba una culebra en el bolsillo”), la vida del barrio fue realmente disfrutable.
Todavía se tira debajo de las lanchas
Las lanchas de Juan José Raponi se destacan por su perfección; su trabajo siempre fue minucioso, sin saltear ningún paso. “Yo uso el sistema de cada cosa en su momento justo. Todo eso sale caro por las horas/hombre que lleva, pero el trabajo lo justifica. Por eso tengo tanto prestigio”.
Además de hacer buenas lanchas, también supieron formar trabajadores. “Del taller de los hermanos Raponi salieron muchos carpinteros importantes, Sampietro, Arias”, recuerda Juan Zamora.
Haber hecho tantas lanchas de carrera, permitió que Juan José Raponi conociera todos sus secretos: un poco probándolas él mismo, otro poco escuchando a los corredores, iba haciendo todas las correcciones necesarias. Algunas veces se encontró con sorpresas: “Una vez hicimos una lancha con Regnícoli que andaba muy bien; después trajeron un motor de competición, entonces hicimos otra con escape libre, una lancha espectacular. Un 25 de mayo había una carrera y dos noches antes, salimos a probarla en el Luján; esa lancha, de noche, largaba fuego por los escapes. Resulta que los competidores, el día de la carrera, no aparecieron, porque pensaron que iban a perder. Pero esta lancha caminaba 10 kilómetros menos que la anterior, así que fue un fracaso, pero ganó porque corrió sola”. Entre risas, Juan José reconoció que con esa lancha hicieron un montón de macanas. “Pensando en hacer algo mejor, a veces se retrocede. Así se aprende”.
La gran época de la náutica se dio entre el 50 y el 70, “después vino la transición al plástico”, comenta Juan Zamora. Se corría en el Luján, desde el Canal hacia la costa de San Fernando. “Era la carrera de los muchachos, popular, cuando empezó la competencia entre astilleros, cuando se hizo profesional, todo cambió, ya se perdió”.
Entre las muchas lanchas que salieron de su taller, para Raponi una es especial: “Tengo la suerte de que una de las lanchas que hice, es la mejor lancha del país, Ráfaga. Está en el náutico San Isidro. Salió de este taller”.
Después de repasar su historia, el maestro de la carpintería naval expresa: “A mí nunca me disgustó trabajar”. Y los hechos lo demuestran, porque su amigo y admirador, Juan Zamora, nos cuenta: “El otro día lo encontré debajo de una lancha, sacando un timón!”. Pero el tiempo se impone, por eso el veterano maestro anticipa: “Pronto voy a dejar el taller, pero en mi casa me muero, yo estoy feliz acá”.
Sin duda, las lanchas del maestro Raponi son excepcionales, pero la gran joya es él mismo y su familia: “Sobre todas las cosas, son buenas personas, siempre ayudaban al barrio. Le tuvieron un gran amor al trabajo, lo hacían de corazón, como lo pudo hacer un Buonarroti, por eso todo lo que hacían era fantástico. Lo hacían con sapiencia y con amor”.
Por Mónica Carinchi
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