En Trenque Lauquen se organizan para accionar contra la aplicación de agrotóxicos. Las enfermedades tradicionalmente relacionadas con el uso de agrotóxicos van en aumento, así como la afectación de los árboles del centro de la ciudad: “Respiramos el mismo aire”, dijo Patricia Domínguez, integrante de Autoconvocados por la Salud Ambiental. Rodeados por campos de soja, los vecinos de Trenque Lauquen se ven afectados por las derivas de los agrotóxicos.
Además de tener una historia relacionada con el cacique Pincén, con la gran zanja de Alsina, con la llegada de estancieros a principios del siglo 19 y mucho más, la región oeste de la provincia de Buenos Aires tiene otro denominador común: los vientos que bajan de la cordillera de Los Andes.
Una de las ciudades que creció (cerca de la línea recta que la separa de La Pampa) entre vientos, médanos y producción agropecuaria es Trenque Lauquen.
Si bien esta ciudad se encuentra en la denominada región sojera, la utilización de agroquímicos no se inició con el trámite exprés firmado por Felipe Solá en 1996. “Convivimos con un sistema productivo que usa agroquímicos desde antes del 96, pero con los transgénicos el modelo se profundizó. Y con el tiempo se empezaron a sentir los impactos reales de esa forma de producir. Nosotros sufrimos las derivas de los productos que se usan en el campo”, explicó Patricia Domínguez, integrante de Autoconvocados por la Salud Ambiental, de Trenque Lauquen.
Desde la ciudad no se ven los campos cultivados, sin embargo, sus efectos se sufren. “Lo que pasa en ese mar de cultivos con agroquímicos nos llega a través del aire, porque de lo que se echa sobre los cultivos, una proporción va a destino y otra, que puede ser el 20% o más, vuela con las partículas de polvo. Es decir que, en la ciudad, nos llega lo que se está pulverizando a 20, 30, 40 kilómetros a la redonda, en forma de cóctel porque no es un solo producto, sino varios”.
A esa deriva primaria producida en el momento de la pulverización, hay que agregar la deriva secundaria: lo que llega a la ciudad, se deposita en patios, calles, jardines y, cuando el sol pega fuerte, se evapora. Así, de una manera sutil, todos los habitantes de Trenque Lauquen van acumulando en sus cuerpos pequeñas dosis de agrotóxicos, provocándoles efectos crónicos.
Las derivas
Autoconvocados por la Salud Ambiental está conformado por docentes, estudiantes, artistas, periodistas; cada vez más jóvenes se acercan a la agrupación, preocupados por “la convivencia obligada con venenos”. Reparten su tiempo entre sus trabajos y las actividades de sensibilización y, aunque a veces se bajonean un poco, siguen con la resistencia a este modelo que “año a año se profundiza más”.
A muchos les tocó de cerca alguna enfermedad típica de los pueblos fumigados: hipotiroidismo, cáncer, malformaciones congénitas, abortos espontáneos. Al respecto, Patricia subrayó que “estas son historias que se repiten y nosotros estamos tratando de que no sean vistas como un destino. Hay una causa”.
Si bien existen hospitales públicos bien equipados y con buena atención, “la corporación médica no asocia las enfermedades prevalentes con la utilización de agrotóxicos. Los endocrinólogos no saben que el 24d, que respiramos todos los días, es el gran disruptor endócrino”, enfatizó la entrevistada.
Efectivamente, hasta ahora son pocos los científicos y profesionales de la salud que establecen la relación entre cáncer y agrotóxicos, a pesar de que el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer de la OMS, en 2015, declaró al glifosato como potencial cancerígeno.
Uno de los logros obtenido por Autoconvocados es la ordenanza que establece distancias de aplicación. Aunque saben que las distancias preestablecidas – que no siempre se cumplen – no impiden que el viento disperse los tóxicos, siguen buscando su ampliación.
La corporación del agronegocio, actualmente, habla de las “buenas prácticas”, pero un veneno es un veneno, por eso, aún con recaudos, “el efecto negativo llega igual”. Los residuos de los agrotóxicos penetran en la tierra, llegan al agua, se esparcen por el aire. La naturaleza también se intoxica y así la vida empieza a languidecer.
Una demostración de los efectos perjudiciales se encuentra en la arboleda de Trenque Lauquen: “Aprendimos a identificar, en nuestros árboles, los daños que hacen las derivas de herbicidas, sobre todo el 24d, que es muy usado y muy volátil. Produce malformaciones en hojas y brotes”. Cuando encuentran un árbol dañado, le ponen un cartel informando la causa.
Trenque Lauquen está rodeada de campos fumigados y, además, de depósitos donde se guardan los agroquímicos, de silos, donde también se usan agroquímicos. “Aquí existe un trabajo insalubre que no es vivido como tal. No se asume que se están manipulando elementos tóxicos. La exposición a los agrotóxicos atraviesa a toda la población”.
Mientras quienes se dedican a la producción de granos transgénicos, se creen que han llegado a la cúspide de la modernidad, los estudiantes secundarios se autodefinen como generación envenenada. Como la cifra de enfermos va en aumento, los muy modernos están acumulando una deuda socio-ambiental que, quizás, sólo se pague con estertores terminales.
Por Mónica Carinchi
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