Las Dulceras del Río. Sobre el río Carapachay, cinco jóvenes mujeres producen en una cocina comunitaria. Organizadas en redes de venta directa, venden sus productos en ferias de la economía popular. El valor del trabajo conjunto en una zona inhóspita.
A través de la ventana, los árboles participan del frenesí que se despliega en la cocina de Las Dulceras del Río: el acompasado piqueteo de los cuchillos picando fruta, el aroma que se levanta de las ollas dispersándose hacia todos los rincones y el parloteo de las mujeres, que organizan su tarea y se disponen a compartir sus esfuerzos, sus logros y sus sueños.
“¿Dónde comienza el gusto y termina el olfato? Son inseparables. La tentación del café no nace en el sabor, que deja un rescoldo de humo en el recuerdo, sino en esa fragancia intensa y misteriosa de bosque remoto”. (I.A.)
Cinco jóvenes mujeres se reúnen tres veces por semana, en jornadas de 10 a 12 horas, en una cocina comunitaria sobre el río Carapachay. Conforman la cooperativa Las Dulceras del Río que, además de ganar dinero, tiene como objetivo revalorizar la producción isleña, cuidar el ambiente y ofrecer productos sanos y nutritivos de calidad artesanal.
Comenzaron trabajando en la cocina de Cecilia y, cuando sintieron que necesitaban un espacio profesional, presentaron un proyecto en Prohuerta. “Lo aprobaron y nos entregaron el dinero en noviembre de 2017. Lo que recibimos fue para anafes, freezer, mesada, sólo una parte para la construcción misma”, contó Ceci. Como ya tenían la intención de que la cocina cumpliera con todos los requisitos para la aprobación municipal, mejoraron el proyecto “colocando cerámicas hasta determinada altura, construyendo un baño y otras cosas más”.
Aunque la cocina cumple con requerimientos profesionales, en el Municipio de Tigre todavía faltan normas que aprueben estas cocinas comunitarias artesanales, propias de la economía social y solidaria. Si el Municipio estableciera una normativa específica, esto permitiría que vendan sin problemas en los negocios, pues serían inspeccionadas por bromatología y tendrían un sello de aprobación. “No nos tienen que regalar nada. Tienen que aprobar la cocina y así podremos vender en los negocios. De esta manera se iniciaría un círculo de producción porque muchos productores no producen porque no tienen dónde vender”, explicó Cecilia.
Actualmente, a través de capacitadores de Prohuerta, en esta cocina se dan capacitaciones para toda la comunidad. “La idea es que éste pueda ser un pequeño centro de formación. También se dan charlas de apicultura, de alimentación, todo lo que tenga que ver con fortalecer oficios y saberes de la isla”.
A pesar de la relación con Prohuerta e Inta, las Dulceras no se quieren ilusionar porque el Municipio, si bien tiene una Dirección de Economía Popular, todavía adeuda un gesto que ya hicieron en Mar del Plata, Necochea, Tandil, Lobos, San Pedro. “Nosotros no somos las únicas que producimos, hay un montón de vecinos en el Delta que elaboran productos. Si tuviéramos este reconocimiento municipal, se estaría fortaleciendo a las familias. No sé por qué, Tigre se está perdiendo esta posibilidad de generar trabajo, apoyando directamente a los vecinos”.
A través de las redes de comercio justo, los productos de Las Dulceras del Río llegan a otras provincias. Pero Cecilia insiste: “Lo que queremos, es vender más en Tigre”.
La más conocida
La mermelada con canela y nuez pecán es el único producto que comercializan en cantidad a través de una red de comercio justo. Llega a varias provincias; muchas veces, las Dulceras se llevan un alegrón: en las ferias, se encuentran con consumidores que les dicen que compraron ese dulce en Rosario, Misiones, San Juan.
“Arrancamos con un par de cajones de manzanas”, recordó Andrea, “en una cocina a leña. Nos salieron 40 frasquitos que llevamos a la feria de agronomía y la gente nos preguntaba ‘manzana con canela, ¿no tenés?’. Entonces pensamos que teníamos que ponerle algo, aparte de la canela, y le agregamos nuez pecán. Así surgió el dulce que más vendemos”.
“Nadie conoce las recetas de la dicha. A la hora desdichada vanos serán los más elaborados cocidos del contento. Incluso si en algunas, la tristeza es motor del apetito, no conviene en los días de congoja atiborrarse de alimento”. (H.A.F.)
Aunque Andrea no nació en la isla, desde muy pequeña vive allí. Actualmente, junto a su marido y su hija de 13 años, viven en una zona un poco despoblada, por eso la cooperativa, como a todas sus compañeras, le permite compartir un espacio entre vecinas, algo tan importante en una región que puede ser muy inhóspita.
“Son muchas horas que estamos acá trabajando, así que esto también se convierte en un encuentro entre mujeres, bastante terapéutico. Podemos compartir nuestras vidas”, dijo Lagui, la última en incorporarse al grupo, quien aportó a la cooperativa características siempre necesarias: detallismo y orden.
Mientras exprimía limones y anotaba los litros producidos por cada bolsa, Lagui expresó que siempre trabajó en cooperativas, así que, al llegar a la isla, comenzó a contactarse con emprendedores, llegó hasta la cocina comunitaria y se quedó. “Además mi compañero tiene auto y colabora con la logística”.
Un tema ríspido: la logística. “Durante mucho tiempo llevamos la producción en colectivo”, recordaron. Por supuesto, el flete fluvial es carísimo! Tratan de abaratar el traslado uniéndose con otros productores. “Esto es un ahorro en todo sentido, también de combustible porque así hay menos huella de carbono”, señaló Tania, la fanática del reciclado, quien acomodaba cuidadosamente los corazones de las peras ya que con eso hacen jugo. “Esto es para consumo familiar. Cuando hacemos mermelada de ciruelas, con los carozos también hacemos jugo”.
“No se te olvide que el ser humano, en los largos milenios de su paso por la tierra, ha sido pobre, pobre…La mayoría de nuestras mezclas e ingeniosas alquimias culinarias fueron hechas con una inventiva avivada por la escasez, no dirigida por la opulencia”. (H.A.F.) (Continuará).
Por Mónica Carinchi
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