En un mundo gris, la música transforma las vidas: Les tigres de la viajera

En el barrio Juan Pablo II, en 2018, Ángel Moreno inició un taller de música para niños y niñas. Armaron una orquesta que tocó en la sala Aparecidas, en el Fogón de Tigre, la Universidad de Lanús y la placita del barrio. Con la pandemia, las clases se detuvieron, pero en cuanto puedan, retoman. Para contactarse 11-2613-4567.

        En Rincón de Milberg, detrás de la terminal de la 60 y de un predio baldío, se encuentra el barrio Juan Pablo II. “Son 6 manzanas”, dice Ángel Moreno y agrega “y un ejército de desocupados”.

        Ángel vive allí desde hace 30 años, “cuando las calles eran de tierra”. Si bien ahora ya hay asfalto y el agua potable llegó en 2013, siguen sin cloacas y la pobreza estructural tiñe la vida de adultos y niños. “Un día, un chico me dijo que se daba cuenta de que había mucha pobreza porque veía cómo los perros rompían las bolsas de basura para comer. Y es cierto porque en las casas no sobra un poco de guiso para darle al perro”. Y Ángel calla y en su silencio está el dolor del niño.

        El paisaje del barrio es desolador. La mayoría de las familias, numerosas, tienen casas muy humildes, con piso de tierra. No hay un SUM, ni un playón de deportes y la placita que habían construido entre todos se vio reducida a un cuadrado de 15 x 15 cuando el predio baldío fue vendido “todos saben a quien”.

        Si bien el Municipio de Tigre tiene 18 polideportivos, los niños del barrio no van. Quedan deambulando por las calles y juntándose en las esquinas donde se arman historias que luego son difíciles de desandar. Como Ángel conoce muchas de esas historias de vecinos que “ya no están o que están presos”, está seguro de que el trabajo con los niños es fundamental: “Cuando los chicos terminan el primario quedan boyando. Aunque empiecen el secundario, la deserción es muy grande. Pueden dejar la escuela simplemente porque los padres no tienen plata para comprarles zapatillas y no van al cole con zapatillas rotas porque les da vergüenza”. Un funcionario de Cultura, Alejandro Rumberger, entendió el problema y “todos los meses hace un aporte solidario y con ese dinero se compran zapatillas”. Algunos salen a trabajar muy chicos y “los explotan porque ellos no saben qué es un trabajo registrado, porque el padre tampoco tuvo un trabajo registrado. No tienen datos de nada, porque no se los dieron en la casa y tampoco en el colegio”.

        Ángel insiste en que el error está en que “todo queda lejos del barrio: el centro de salud, los poli, hasta una fiesta que se hizo para el día del niño a unas 15 cuadras, con números musicales y bicicletas para sortear, pero los pibes de este barrio no fueron para allá”.

        Otra insistencia: referentes políticos, sociales y promotores culturales o de salud no visitan el barrio. “Parece que tienen miedo, pero no somos ogros”. Quienes sí se acercan son organizaciones de la sociedad civil como el Club de Leones de Rincón, algunas iglesias cristianas, la agrupación 3 Banderas y el Frente por la Niñez y Adolescencia Protegidas.

        Para remontar todos los sinsabores, Ángel, con su espíritu militante, juntó a varios amigos y armaron un taller de música: Les tigres de la viajera.

Los niños dan sorpresas

        En el patio de su casa, Ángel inició el taller en 2018, aunque ya antes preparaba la merienda. Empezaron con guitarra que “es lo más básico”. El primer día ya había 30 niños y sólo 2 guitarras. Con el tiempo fueron consiguiendo guitarras usadas que Ángel fue reparando y, para su sorpresa, los niños también. Como una de las guitarras decía “la viajera”, los chicos decidieron ponerle al grupo Los tigres de la viajera.

        Los chicos se llevan los instrumentos a su casa y “cuando vuelven a la semana, uno se da cuenta del compromiso porque en algunos casos vuelve rota y en otros, lustrada”.

        Un día, Ángel se dio cuenta que al taller sólo iban varoncitos y las chicas se quedaban enfrente, en la plaza. Entonces indagó y se enteró: “Uno les había dicho que el taller era solamente para varones. ¡Le saltó el machismo!”. Pero como la gente hablando se entiende, finalmente las niñas se incorporaron y así se descubrieron algunas voces maravillosas.

        Algunos varones que nunca habían tenido un instrumento en sus manos, “aprendieron 3 notas y a la semana ya sabían tocar una canción completa”.

        A medida que los encuentros se fueron sucediendo, el talento de los niños se manifestó plenamente: “Maxi, cuando vino por primera vez, no hablaba. Un día agarró la guitarra y sacaba una nota detrás de la otra. Una maravilla”.

        Andando el tiempo, presentaron un proyecto al área de Cultura y les dieron un crédito para comprar instrumentos: compraron dos guitarras y dos bombos y “¡qué distinto es tocar con un instrumento nuevo!”.

        Cuando le dieron el bombo legüero a Dylan “se lo colgó y empezó a tocar. Le dije ‘¿dónde aprendiste?’, ‘nunca toqué’, me dijo. Estas cosas son muy gratificantes”.

        Con mucho ensayo, finalmente se armó una orquesta. Tocaron en el Fogón de Tigre, la Sala Aparecidas, la Universidad de Lanús y en la placita del barrio.

        Padres y madres, que se mantenían distantes del taller, fueron a la Sala Aparecidas y “se dieron cuenta que los pibes estaban en algo serio”. Así, algunas mamás comenzaron a colaborar en el taller.

        El inicio de la pandemia detuvo la actividad de Les tigres de la viajera, pero el entusiasmo se mantiene. Los niños ayudan a Ángel a preparar los bolsones de alimentos que envía la Secretaría de Desarrollo Social del Municipio que “funciona muy bien”. Y cuando se van alejando hacia sus casas, Ángel los mira con un nudo en la garganta porque siempre piensa qué más se puede hacer para transformar la vida de los pequeños que no son capaces de manifestar sus sueños, pero que se pueden descubrir si uno mira el fondo de sus ojos.

Por Mónica Carinchi

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