Comenzó a dibujar a los 17 años, siempre en exteriores: plazas, el puerto de Buenos Aires. “Un día estábamos con mi maestro (Félix Rodríguez) en el Botánico. Con mi 0.5 de arquitecto me puse a dibujar hojita por hojita. En un momento, mi maestro me dijo ‘¿cuándo vas a terminar el dibujo? Estás dibujando hoja por hoja!’ ahí entendí que el dibujo es lo que se está pensando del objeto”, cuenta Mariano Solari, quien nos recibe en su casa, rodeada de naturaleza.
Aquella observación modificó la vida de Mariano porque le permitió descubrir que su forma de expresarse es la pintura, ya que, según él, le cuesta hablar. Aun así mantiene un diálogo fluido, repleto de detalles y reflexiones, igual que su pintura.
El mejor piropo
Por supuesto, Mariano considera que su obra pictórica es como una obra de arquitectura: una representación de lo que tenemos alrededor y lo que nos pasa con eso. Por esto, mudarse de la Capital Federal a La Ñata cambió toda su producción. En sus últimos años, todo es verde; en su etapa citadina, todo fue blanco y negro. “Si uno no es sensible, no puede pintar”, sintetiza.
Desde las ventanas de su casa, Mariano observa las gotas de agua que una tras otra van cayendo de las enredaderas, entonces sale con su caballete a capturar la esencia “de lo que creo ver”, dice y se queda un instante callado, tratando de captar algo que, quizás, sea imperceptible para su interlocutor.
“Me entrego a lo que estoy pintando. Puedo estar frente a un objeto y no entender por qué me llama la atención. La mejor manera de entenderlo es dibujándolo”.
No trabaja al tun tun, no es de esos que vomitan sobre la tela, Mariano Solari pinta con intención. “La pintura es un medio de expresión y yo elijo que sea consciente”, recalca. Su intención está delicadamente envuelta por la magia de la naturaleza y no duda en reconocerse como parte de ella. Es así que un día se metió en la selva que hay alrededor de su casa: “Puse el bastidor, metí las patas en el pantano y con las nubes de mosquitos pinté para transmitir la sensación del humedal, qué pasa cuando uno se mete en el humedal y se deja rodear por los bichos”.
Expuso el cuadro, una señora se enamoró de él y lo compró. “Lo colgó en su casa, pero el marido le dijo que no, porque le daba miedo de que lo picara un bicho. Para mí fue el mejor piropo”.
Mariano captó la esencia y el observador dejó de ser tal para meterse dentro del paisaje. “Ahí toma vida el cuadro. Si yo soy verdadero cuando pinto, al otro le va a pasar algo. Eso es lo que espero”.
Como nadie pinta para sí mismo, desde que llegó a La Ñata está buscando espacios para exponer, si es colectivamente mejor, y dialogar así con colegas. Organizó el 1° Encuentro de Artistas Plásticos de La Ñata y Dique Luján; la movida incluyó músicos y sembró la inquietud de seguir encontrándose. La próxima propuesta es un taller, a la gorra, de pintura de caballete, en el puente de La Ñata, el primer sábado de marzo, por la mañana. Para alimentarse, entonces, entre todos, con colores y palabras, se inician estos encuentros que irán creciendo por la magia colectiva.
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