Un llamado a la educación

En algo muy grave nos hemos equivocado los argentinos, hace ya bastante tiempo, y pensamos que dicho desatino nos incluye a todos de igual forma, sea por acción u omisión. ¿Dónde radica la causa real por la que estamos atravesando uno de los peores momentos de la vida nacional? Tenemos la absoluta certeza que ello se debe a la pérdida insensata y lamentable de aquellos “valores primarios” que alguna vez engrandecieron a este país.

El abandono de la EDUCACIÓN ha provocado la caída de las demás virtudes humanas que en ella se cultivan y florecen. Un gigantesco error se ha cometido, pero aún puede y debe subsanarse. Hoy, resulta imperioso reconquistar la acción educativa en una misión épica, y diríamos casi patriótica, porque sin ella nuestro mejoramiento y elevación no serán factibles, poniéndose en duda, así, un futuro de grandes realizaciones.

La EDUCACIÓN es la única vía por la que irán regresando los principios fundamentales que se han ido lejos, y que constituyen las bases morales para el progreso, la evolución y el desarrollo de los pueblos. Decía el gran Sarmiento: “Todos los problemas, son problemas de educación”, y estaba en lo cierto. La EDUCACIÓN es todo, y todo lo puede. De ella se ha dicho que constituye una segunda existencia dada al hombre; es la vida moral, tan apreciable como la vida física.

Un brillante pensador la definió con una hermosa metáfora: “La educación es el vestido de gala para asistir a la fiesta de la vida”. Pues bien, qué camino habrá que desandar para volver a encontrarnos con nuestra querida hermana perdida? La familia es la primera puerta que conduce al aprendizaje, la que inicia al individuo en el comportamiento humano, la que enseña antes que nadie y sigue educando junto a las instituciones escolares. Su importante tarea continúa aún después de que la escuela haya despedido a sus alumnos. En rigor de verdad, la enseñanza familiar es permanente, nunca se termina, es de por vida. Esa es la razón primordial por la cual este llamado urgente está dirigido de manera principal al núcleo familiar, para que retome ese rol esencial e irreemplazable que le corresponde por tradición, cultura y mandato social. Mientras tanto, la escuela hará lo suyo. Pero, la responsabilidad original es de los padres, y a falta de estos, de los representantes, tutores o encargados de quienes necesitan aprender. Ellos deberán obrar como verdaderos preceptores del menor, cuidando celosamente de su instrucción en la estrecha observancia del respeto, la cooperación y el entendimiento con sus maestros.

Resulta inadmisible que un niño carezca de responsable familiar en su camino educativo y que, en una actitud de carácter prescindente, desvinculante o indiferente, sólo sea confiado a su propio maestro como único encomendado para su formación. Así, con visible preocupación observamos a ciertas madres que, teniendo obligaciones ineludibles que asumir, no se hacen cargo de las mismas, y en un absurdo intolerante hasta la emprenden contra los educadores de sus hijos. La buena voluntad, el entendimiento y la predisposición entre las partes, serán las claves para terminar con esa nefasta discordancia y comenzar a transitar la senda de la colaboración.

Dicho objetivo no parece tan difícil de alcanzar en razón de que ambas personas poseen semejanzas destacables dentro de sus diferentes roles. UNA ES LA MAESTRA, QUE TIENE ALGO DE MADRE, Y LA OTRA ES LA MADRE, QUE TIENE ALGO DE MAESTRA. Así, se concreta el ideal de toda comunidad educativa; las dos referentes más importantes del niño, formando el complemento necesario entre el hogar y la escuela. De forma que cada cual deberá tomar su propio compromiso y cumplir con sus deberes intransferibles. Entonces, la cuestión sería diferente en una sociedad dispuesta a cambiar de normas, actitudes y conductas en pos de lo excelente, lo supremo y lo sobresaliente. Desde luego que el llamamiento está dirigido también a los educadores propiamente dichos, aquellos profesionales que por vocación eligieron la sublime tarea de instruir y formar.

A ellos les pedimos responsabilidad, madurez y contracción al trabajo. Alguien dijo: “Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres”. Que mantengan siempre en alto los valores del respeto, la autoridad y la conducción en ese segundo hogar llamado escuela, el cual, además de impartir el saber, deberá actuar como refugio de contención social y afectivo. Asimismo, la exhortación está destinada a las autoridades gubernativas correspondientes. Que, de inmediato, se decidan a reconocer la importancia de la enseñanza y la labor de los que enseñan, buscando las soluciones con sentido de responsabilidad, compromiso y, sobre todo, con proyección de futuro. Porque no constituye un gasto la educación, sino una verdadera y segura inversión.

Terminar con la ignorancia debe ser la meta de todo buen gobierno, pues éste es y será siempre el origen de todos los males. Ya es hora de revertir este largo fracaso. Mientras se mantenga el actual estado de cosas, estaremos sumidos en la mediocridad, el atraso y la obscuridad que genera la ignorancia.

Cierta vez, un hombre ilustre dijo: “A las plantas las endereza el cultivo, a los hombre la educación”. Si sólo la verdad nos hará libres, únicamente la educación nos hará personas respetables, honradas y útiles. Hagamos del valor educativo nuestro emblema nacional, porque bajo su influjo se asegura la democracia, se accede a la república y se asciende a la libertad. Seamos capaces de generar juntos una educación ejemplar, y como dicho está: “Todo lo demás vendrá por añadidura”. Este es un fervoroso “LLAMADO A LA EDUCACIÓN”, para que ella retorne muy pronto a nuestras vidas y pueda hacernos, nuevamente, dignos ciudadanos.

Dr. Flavio Guillermo Ojeda Carrasco               Dr. Juan José CARRASCO

DNI 24.669.610                                                    DNI 8.269.853

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