Emoción y compromiso en la voz de Natalia Simoncini

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Asume el riesgo de la canción, sin esquemas preconcebidos. Ganó un pre-Cosquín a los 16 años, fue parte del dúo Electroautóctonas y actualmente se presenta como solista. Su repertorio tiene el sello del compromiso y además de autores como Claudio Petrocelli y Lila Downs, también canta sus propios temas.
A algunos cantantes hay que escucharlos con el corazón preparado. Este es el caso de Natalia Simoncini que, cuando está en el escenario, atrapa por la fuerza y ternura de su canto y en una charla casera, por la sencillez y espontaneidad con que va contando su historia, saltando de momentos profesionales a otros de su vida más íntima.
Oriunda de Santa Fe, un día sintió la necesidad de venirse a Buenos Aires; vendió todo, mesa, cama, televiso, y con eso se alquiló un departamento en la gran ciudad. Conoció músicos, formó un dúo, tocó con grandes como Luis Salinas, pero también llegó al límite de la locura, porque eso puede causar la metrópoli en alguien que había vivido en un pueblito de 4000 personas. Por esto, hace dos años, se radicó en Tigre, donde puede pararse frente a la puerta de su casa y mirar el cielo, como lo hacía con su abuelo de pequeña.
“Vengo de una familia humilde, materialmente, porque en lo espiritual me dieron mucho” y surgió la figura de su abuela Ángela, a quien le dedicó un tema. “Tiene 78 años; cada vez que puede, me manda un pañuelito o unas polainas. Ella nació en el campo, tiene el 7° grado y dibuja maravillosamente, también escribe poemas. Me recuerdo en el patio con mi abuela hamacándome en la punta del pie y contándome cuentitos”, contó Natalia y señaló la punta de su pie y nosotros también pudimos ver a su abuela balanceándola rítmicamente.
Como el dúo ya no la satisfacía, se largó como solista: “Fue todo un desafío volverme a pensar sola”, confesó y agregó que, a los 16 años, había ganado un pre-Cosquín.
Y así fue que comenzó a buscar su síntesis musical, con un claro objetivo: cantar para contar. “Tengo muy claro, desde chica, qué quiero. Lo digo siempre, hay cantores que cantan para entretener y otros que cantamos para contar. Mi camino es el más difícil, pero tengo la certeza de que quiero ese camino”.
Sus padres también eligieron caminos difíciles: “Yo estuve exiliada en el vientre de mi madre, ella estaba embarazada de mí y andaba escondiéndose con mi padre en el norte de Salta. Mi viejo fue militante, perdió muchos compañeros en la dictadura”. Por ello, cuando llegó a Buenos Aires por primera vez, fue a Plaza de Mayo “como muchos turistas y fue muy fuerte, porque tenía que ver con la historia de mis viejos”.
En su búsqueda artística se acercó a pueblos originarios, “tengo un tatarabuelo mocoví, y al Movimiento de Paz y Justicia. Y ese encuentro la llevó a México: “Canté durante 13 días en Chiapas, en comunidades mayas”.
Natalia compone y canta “desde una mirada social, desde la mujer”, por eso, involucrada con los temas de género, comentó: “México tiene la faceta del machismo, de la violencia de género. Las mujeres me decían ‘Natalia, cómo te desenvuelves para hablar, se nota que en tu país la mujer puede decir lo que piensa’. En un evento que se hizo en Embarcadero de Jerusalén, un río muy importante, montaron un escenario para celebrar el Día Internacional de los Pueblos Indígenas. Llegaron personas de distintas comunidades, con sus lenguas distintas. Y lo maravilloso que tiene la música es que no tiene fronteras, porque quizás no se entiende la letra, pero el sonido a uno lo lleva más allá. Al terminar la presentación, las mujeres indígenas venían y me decían ‘tú tienes el don de dios porque puedes cantar, toca a mi niño’. Y hasta firmé autógrafos en las remeras de los nenes”. Efectivamente, cuando Natalia canta en toba o quechua, su entonación, sus afinaciones tan particulares, sus contorciones remiten a una vivencia ancestral que hipnotiza: “Durante mucho tiempo canté por fonética hasta que necesité el aprendizaje, porque se canta con otra veracidad”. Y la autenticidad está, además, potenciada por su propia historia: “Uno canta con los agujeritos del alma, con esos vacíos. Y yo tuve mis vacíos en mi infancia”. Y contó otra experiencia, ya que es, justamente, desde la sinceridad que se produce el encuentro con el público: “Toqué en la estación fluvial por el Día Internacional contra la Violencia de Género. Fue maravilloso. Había esas señoras que yo llamo doñas de barrio, que quizás escuchan otro tipo de música, pero se plegaron a mis canciones y me dieron tanto amor que estoy convencida de que la clave es ser genuina, ahí creo que está lo transmisible. Una mujer me regaló un anillito, otra me compró una agüita mineral. Eso me emociona y me invita a seguir comprometiéndome”.
El repertorio que está preparando es muestra de ese compromiso: “Estoy sacando una canción que cantaba Amparo Ochoa que dice ‘mujer, si te han crecido las ideas/ de ti van a decir cosas muy feas’ y otra que me dio Fabián Mathus, el hijo de Mercedes Sosa, que habla de la mujer madre”. Quizás ya se puedan escuchar algunas de esas canciones en la presentación que hará el sábado 17 de diciembre en la Esquina Homero Manzi, donde, con seguridad, escucharemos “Albá Llaléq”, de Marcelino González, o “El Seclanteño”, de Ariel Petrocelli, donde la voz de Natalia Simoncini destella en un abanico de resonancias.

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