Hemos recibido una herencia, con sus pro y sus contras. Quien se siente “parte” no trabaja para perpetuarse en el pequeño o gran espacio de influencia que ha construido. Se siente gozoso de haber contribuido con “algo” en un proceso.
Un padre o una madre saben que los hijos no son propios… son hijos de la vida. Y que solo los tendrá un tiempo para ayudarlos a formarse como hombres y mujeres autónomos, que sepan realizar su libertad. De otro modo no serán felices.
Alguien que ejerce un poder político también está llamado a ser consciente del poder prestado que se le confiere para colaborar en el crecimiento del bien común.
Aquel que se experimenta parte de un todo entabla una relación sana y vital con el patrimonio común (la casa común). Sabe de la fragilidad del planeta y se suma a los que lo cuidan como algo sagrado. No se erige en dueño imponiendo sus intereses económicos, contaminando y privando a muchos de lo esencial. Ama los ecosistemas que garantizan la existencia presente y futura.
En este tiempo en el que crece la conciencia colectiva de experimentar cuánto daño le hacemos a la vida con un sistema económico que nos encamina a la autodestrucción, no caben más aquellos que son incapaces de construir “con los otros”, sociedades donde no haya humanos descartables. No suman los que imponen con soberbia su “uniproyecto” apelando a la violencia política o armada.
El tiempo nuevo que se viene nos convoca a ser personas capaces de construir desde la cultura del diálogo, del encuentro y de la Misericordia, un mundo en el que la economía, la comunicación, las instituciones estén al servicio del hombre.
Que este próximo año lo recibamos con un corazón lleno de esperanza, una esperanza que es posible si conscientes de nuestra esencial fragilidad, nos sentimos responsables con los demás a hacer del 2016 un tiempo maravilloso.
Que esta Navidad renazca esta Esperanza y Feliz año nuevo.
Comentarios
Sin comentarios