“Gracias a Perón tuvimos todo”

, Sociales

Minga Pangallio, una mujer sin pelos en la lengua. Militó junto al intendente Vivián. Fundó la Feria de San Fernando y, aún hoy, retirada hace 13 años, sigue siendo su referente.

 

En el 2005, San Fernando festejó sus 200 años. Seguramente muchos vecinos se entusiasmaron y desempolvaron anécdotas barriales, pero ninguno habrá podido contar tantas historias como Minga Pangallio, una sanfernandina de 85 años, “y medio”, que transitó las calles de ese pueblo, haciendo historia.

Minga nació en una casita sobre la calle Junín y a los 3 años se mudó donde vive actualmente, “mi papá compró el terreno, casi un cuarto de cuadra, porque antes el juez de paz preguntaba ‘¿hasta dónde querés?’. Teníamos un ranchito con techo de paja”.

En ese barrio vivieron muchas personas que ocuparon puestos públicos, entre ellos el intendente Vivián y así lo recordó Minga: “Él se crió con nosotros, fue una gran persona. No tenía muchos estudios, fue al primario a la escuela 22; yo iba con los hermanos mayores porque él tenía menos edad que yo. Era muy pobre. Todos éramos muy pobres, nos prestábamos las lamparitas, no teníamos ni radio, no conocíamos juguetes, ni pan dulce. Gracias a Perón tuvimos todo eso”.

Mientras estuvo Vivián en la Municipalidad, “la defendimos con capa y espada. Hemos salido con armas”, contó esta fiel militante.

Cuando Vivián dejó la intendencia, les pidió a sus seguidores que no dejaran solo a “Osvaldo (Amieiro), que era su sucesor” y Minga cumplió. “Yo trabajé mucho con Osvaldo. Fue un buen intendente en los dos primeros mandatos, después se rodeó…”. Y pasó a contar varias “anécdotas”, entre ellas los guardapolvos manchados con agua de lluvia.

A pesar de su cuerpo encorvado y su dificultad para caminar, Minga sigue siendo una mujer vehemente, que expone con pasión sus ideas: “Quiero mucho al peronismo y no quiero que vengan otros a gobernar San Fernando hasta que yo me muera”.

Aunque hace 13 años que ya no forma parte de la feria de San Fernando, sus antiguos compañeros aún la reconocen como la voz que los puede representar.

 

Dos por rubro

El esposo de Minga, Sergio Lancalot, era carnicero y por esta experiencia – unida a la de su esposa que tenía un puesto de cordero en la calle – un día Omar Aranda – empleado municipal – le propuso armar una feria ambulante. Así nació, en 1963, la Feria Franca Municipal de San Fernando. “Se buscaron 3 lugares del pueblo de San Fernando: Virreyes, Victoria y San Fernando”.

Excepto en esta última localidad, en las otras dos fueron cambiando de lugar, porque tenían el “problema de los frentistas”.

En Virreyes anduvieron “para arriba y para abajo”, en Mansilla, en Brandsen, y también “en una calle empinada, Besares, y se nos caían los puestos”, y Minga se agarró la cabeza.

En Victoria estuvieron “mucho tiempo en la calle Martín Rodríguez. Cuando vinieron los militares, nos dieron una patada y nos tiraron más abajo. Nosotros, sobre el paredón del ferrocarril, habíamos hecho un mejorado, entonces yo les dije ‘cómo nos van a mandar a la tierra si yo pagué para tener un espacio limpio’ y me dijeron ‘si no le gusta, se va, acá mandamos nosotros’”.

En la plaza San Martín, al costado de la estación San Fernando, la feria quedó estable. “Ahí vendíamos mucho, porque antes no había tanto supermercado”. Además, en las primeras décadas de la feria, había “trabajo y mucha plata, yo vendía 100 kilos de bofe por día, 8 hígados enteros, quijada para los perros”.

La feria se fue haciendo por rubros: “Eran 2 puestos por rubro, pero con el tiempo hubo 5 puestos de carne, no se respetó el número de dos”, se quejó Minga, a quien nunca le salieron competidores a su altura, ya que ella vendía “carne de ternero y la cobraba bien. La gente encontraba todo lo que quería, el pechito, el bifecito” y con un tono pícaro y bajando la voz, agregó “pero los hachaba” y abundando en aclaraciones, dijo: “Ponía un precio exuberante y me lo pagaban porque la gente tenía plata, el rico y el pobre”.

El oficio de carnicera dejó rastros en su cuerpo: “Yo cortaba a serrucho, no tengo reuma, es del trabajo” y mostró sus dedos torcidos. “En invierno, me cortaba y hasta que no veía la sangre, no me daba cuenta, por el frío”.

Sin lamentarse por el sacrificio del madrugón, contó: “Empezábamos a trabajar a las 6 de la mañana, yo me iba a las tres y media de los Spinelli a comprar, a veces me iba a pie porque había un solo colectivo, con plata o cheques, y nunca me robaron. Y mi marido, con el cachivachito que teníamos, se iba a armar el puesto”.

Entre los puestos estaba la verdulería separada de la frutería; la pollera no podía vender huevos. “Había un puesto de papa, cebolla y ajo”. Estaba la señora que vendía galletitas sueltas y “un tano que puso pescadería. Él murió y ahora sigue el hijo, lo toleran porque el padre fue uno de los fundadores, pero ya no se puede vender ni pescado, ni carne, ni pollo”.

La feria vivió épocas de bonanza: “Iba muchísima gente, no se podía caminar, nos peleábamos porque mi cola molestaba al puesto de al lado”. Pero, a pesar de su popularidad, muchas veces la quisieron sacar: “Incomodaba a la línea 710, un día y una noche nos quedamos todos juntos y no pudieron sacarnos”.

 

Los pelitos son ajenos

Si bien ya no tiene su puesto en la feria, su corazón sigue estando allí: “La feria es mía”, dijo con emoción y, aclarando que no se jacta de nada, agregó: “Hasta hoy fui a pelear a la Municipalidad”.

Efectivamente, los feriantes la autorizaron para que los represente: “Peleamos 3 días enteros en la Municipalidad, entre lo que querían ellos y lo que quería yo para mis compañeros”.

Por su espíritu combativo, cada vez que había un problema, era ella la que iba a poner el pecho: “Por estatuto, el Municipio debía poner un tacho grande de basura en un extremo de la feria, entonces, cuando nosotros nos íbamos, volcábamos nuestros tachos allí. En la calle que corta la vía, en San Fernando, había una peluquería. La peluquera se aprovechaba y tiraba los pelitos en nuestro tacho porque ya le habían hecho una multa, porque ella primero los tiraba a la calle porque no se usaban las bolsitas”. Unido a esto, otras personas tiraban otras cositas, lo que dio pie para que “la señora de Camperito, que era radical, presentara una queja al Concejo Deliberante. El día que lo trataron, fui”. Para representar a todos sus compañeros, tuvo que dejar su propio puesto: “Tardaban y tardaban y yo me acordaba de mi trabajo”. Finalmente, llegó el momento: “Pedí hablar, pero yo no era nadie, pero tanto insistí y me insolenté que me dejaron”. Minga aclaró que ellos, en la feria, no tenían peluquería “para que se dejaran de joder porque a los radicales les molestaba la feria, nosotros, el intendente y todo”, remarcó y acompañó la anécdota con gestos y risas.

Actualmente, si se presenta un problema, Minga Pangallio primero va “suavecito” y, si es necesario, con los botines de punta, porque esta mujer nació militante de corazón.

Deja una respuesta