“Hay un montón que bailan el tango mejor que yo, pero igual, ninguno”

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Personas apasionantes para conocer

Manuel Pazos González es un vecino de 84 años que ha sido protagonista del acontecer cultural de Tigre desde la década del 30. Sus entrañables anécdotas nos trasladan a una época en la que sólo había dos calles empedradas, unas pocas quintas y todo lo demás era “monte”. Carpintero naval de profesión, Manolo fue parte de la primera camada de egresados de la Escuela de Artes y Oficios Don Orione y entre otras actividades, fue maestro de Scouts durante 40 años, pero su gran pasión – que han heredado sus dos hijos y nietos – han sido el baile y la música. Con el acordeón a cuestas llevaba música a los bailes y a las fiestas de carnaval del Tigre Hotel y de todos los clubes locales en los que también se lucía como avezado bailarín de tango y rock. Manolo brindaba serenatas a las chicas, organizaba fiestas en la calle y bailes de tango en los clubes; cada 24 de diciembre se vestía de Papá Noel y recorría los hospitales… Qué más decir… Una vida con fervor y llena de entusiasmo.

 

Manuel David Pazos González, “Manolo” como todos lo conocen, nació el 26 de noviembre de 1931. Sus padres eran de La Coruña – municipio de Galicia -, tierra que tuvo la oportunidad de conocer hace dos años. Nació en la calle Italia y el Pasaje Santa Fe, adonde transcurrió su infancia, adolescencia y gran parte de su vida.

Manolo cursó la escuela primaria en el Colegio San Martín de Tours de San Fernando, “era una escuela de curas”, recuerda. “Hacía 60 cuadras por día, hasta la escuela ida y vuelta” agrega. La secundaria la cursó en la Escuela de Artes y Oficios Don Orione, ubicada en la avenida Cazón al 900, y a la Parroquia (pegada al edificio) concurría de niño, y explica con orgullo que formó parte de la primera camada de egresados de esa institución. El objetivo era salir con un oficio y trabajar.

¿En la escuela aprendió la carpintería naval? – “No, sólo hicimos una canoa… aprendí carpintería naval en el astillero, pero nadie te enseñaba, aprendí mirando”.

Siempre trabajó por su cuenta y se desempeñó en diferentes astilleros de Tigre como Mezali y Cadenazzi, en areneros y en Líneas Delta Argentino. “Era carpintero pesado, de mucha fuerza” detalla. También de joven trabajó en el puerto de Buenos Aire y en la Boca.

¿Cómo fue su tarea con los scouts? – “Empecé en 1939 con los grupos de Scouts. Resulta que el padre Santiago (Cerrutti) fue el que fundó la Escuela de Artes y Oficios y yo era muy amigo de él. Era un tipo recto, me quería mucho, y tal es así que se vino de Mar del Plata a Tigre para casarme, en 1958. Yo lo ayudaba en la misa, rezaba con él y en la capilla había un coro y allí se armaban los grupos de scouts”.

Manolo fue maestro de scouts desde fines de la década del 30 hasta entrados los años 70. “Daba clases en mi casa, le enseñaba a los chicos a sobrevivir en el monte. Me gustaba mucho y recorrí casi toda la república, llevé a los chicos a Córdoba, a Mar del Plata, Mendoza… Todavía en la calle me saludan, ya son viejos, y me dicen Maestro Pasos”.

¿Cómo era su barrio por aquellos años? – “Andaba a caballo, tenía vacas, era todo campo. El río crecía todos los días a las seis de la tarde porque antes estaba todo abierto, no había caños. Yo tenía dos caballos y dos vacas, y como trabajaba en La Boca, me levantaba a las cuatro de la mañana, ordeñaba la vaca y volvía a las cinco y media, seis de la tarde y sacábamos 20 litros por día de leche, y le ponía dos litros más de agua – lo dice con picardía -. Mi vaca era jersey. Yo le ponía un litro de agua al balde, adelante de la gente y la vendía… También teníamos patos, gallinas, conejos y a veces lechón”.

¿La avenida Italia estaba toda empedrada, es así? – “La Italia estaba toda empedrada pero el pedazo nuestro era de cemento. Desde la estación hasta Luis Pereyra era de adoquín, de Luis Pereyra hasta Marabotto era todo asfalto, y después hasta Canal todo adoquín de nuevo. De cemento también era la Luis Pereyra porque la hizo más alta Yanquelevich, que tenía aserradero ahí, la hizo más alta para que la marea no le alcanzara”.

¿Y Cazón tenía adoquines también? – “Sí, pero eran grandes, Italia tenía adoquines chiquitos. Yo andaba a caballo y patinaba en los adoquines. Cazón tenía plátanos de ambos lados, y la Italia también, todo plátanos…”.

¿Y había pocas casas? – “Era todo campo, había quintas. En el campito, en la esquina de Santa Fe e Italia no había nada. Entraba una zanja en la que se dejaban los botes… que después se fue tapando, y en invierno se formaba una capa dura de hielo…”.

Todos los días pasaba por el Canal, ¿cómo era en aquel tiempo? – “Canal era lindo… había una compuerta que se habría y entraban los barcos (1) y había un puentecito chiquito en el que cruzábamos todos los días (el puente estaba sobre la compuerta) y estaba “el puente colorado” que era giratorio, en el Tren de la Costa”.

¿El tren entraba al Canal? – “El tren entraba por la calle Colón, hasta el fondo (2), cruzaba el puente colorado y a veces entraba a la usina a buscar carbón (donde hoy está la “Villa Garrote”). Entonces cuando veníamos del colegio, lo esperábamos, porque iba despacio, y nos colábamos del tren para viajar colgados”.

No había vehículos en las calles y sólo dos estaban empedradas (Italia y Cazón). “Algunas calles que cortaban, no terminaban todas”, señala.

No pueden faltar las anécdotas relacionadas con las inundaciones. Manolo vivió dos crecidas históricas, la de 1940 y la de 1958. “Cuando pasaba el portón ya me ponía a levantar todo” afirma. “En la del 40 faltaron cuatro dedos para que el agua subiera la escalera”, relata. La casa estaba en alto (1,80 m) y se ingresaba por una escalera de diez escalones. “El agua pegaba en el piso, hacía ´plac, plac´ y mi papá estaba con una barreta grande preparado para romper el piso, y para que entrara el agua, sino le levantaba la casa, como era todo machimbre…”. Recuerda con gracia que todos los animales, las vacas, los conejos y las gallinas, “todos los bichos se colocaban en la cocina con la familia para resguardarse del agua”.

 

“Era un loco del baile…”

Manolo comenzó a tocar el bandoneón a los doce años. “Fui a estudiar porque me gustaba y resulta que del maestro Viera aprendí muchas cosas”, enfatiza. “Me acuerdo que mi maestro me llevaba a tocar a la Isla. Yo no tocaba un pito, pero sabía todos los tonos. Entonces me ponía de izquierda y el maestro me decía los tonos y me iba cantando… Igual era “cara rota” y los demás que sabían tocar mejor que yo, no querían salir en público. Toqué en toda la Isla, eran bailes en clubes… era la década del 40”.

“Después toqué con el grupo “Vocación”, de Rincón… y era el cuarto bandoneón, porque era malo, pero era cara rota. Tocábamos en el Lucense, en el – Centro – Asturiano. Pero a mí no me gustaba, a mí me gustaba bailar y, si tocaba, no podía bailar”.

¿Qué le gustaba bailar? – “Bailaba de todo, todas las clases de música, hasta bailé el Himno Nacional… Los pasos se arman… Hay un montón que bailan el tango mejor que yo, pero igual, ninguno”.

Manolo tuvo la oportunidad de lucir su baile en las fiestas que se organizaban en el Tigre Hotel. “Se bailaba en la terraza, con mi hermana bailaba el vals y daba toda la vuelta con ella en la terraza… También los carnavales se festejaban en el Tigre Hotel, y en todos los clubes. Me disfrazaba de mujer para los carnavales. Tenía mucha oreja y me ponían unos cables, esos de la luz, toda la noche para que me quedaran los rulos…”, rememora con alegría.

El rock también fue una de las especialidades de Manolo. “Me echaron del Club Victoria porque bailaba rock fuerte”.

¿Y cómo era el rock fuerte? – “Tiraba a las chicas y las agarraba otro… En el Club Beccar me echaron porque bailaba el tango con la cara pegada. También me echaron del Club Tigre porque bailaba rock suelto, las revoleaba y se las tiraba a otro… pero estaba prohibido…”.

“Si la orquesta tocaba 45 minutos yo no paraba de bailar los 45 minutos. Era un loco del baile…”. Todos los clubes de Tigre tenían bailes de carnaval y comunes: el Tigre Junior, el Glorias, el Tigrense, el Excursionistas. “Fui buffetero del Club Tigre Junior y organizaba los bailes del club”, explica Manolo.

¿Cómo eran los bailes en el Tigre Junior? – “Todos los sábados yo hacía los bailes de tango. Estaba a cargo del buffet y un día Romero (del club) me dijo que no podía bailar más porque no se podía bailar de mozo. Yo era el mozo y sacaba a todas las chicas a bailar, a todas las que nadie sacaba, a todas las viejas, a todas las madres… Bailábamos todos, pero me dijeron que con traje de mozo no se podía bailar más…. Entonces me puse un traje negro… Me sacaba el traje blanco y me ponía el traje negro y salía a bailar… Mi mamá me tenía los sacos”.

Resulta difícil imaginar que cincuenta o sesenta años atrás no hubiera equipos de música y que la única música que se escuchaba en muchas casas y eventos era de los instrumentos en vivo. “A mí me invitaban a cumpleaños y tocaba el bandoneón, y cuando no tocaba más, se terminaba el baile…”, repasa Manolo. Y la bebida siempre estaba presente, pero como bien aclara: “No había coca cola, había solamente vino, cerveza y sidra. Yo tomaba y tomaba y cuando me iba a parar, tenía un pedo…”.

 

Fiestas en la calle, serenatas y su pasión principal, la familia

“Hacía bailes en la calle. La calle Italia era más angosta, no era como es hoy, entonces ponía luces en los árboles, de lado a lado, ponía la mesa afuera, sidra, pan dulce y venía todo el barrio… Caían con una botella, pan dulce… y estábamos hasta las siete de la mañana…”.

Otra actividad de Manolo y su grupo era tocar serenatas a las chicas después de las doce de la noche. “Salía con los muchachos, yo tocaba el bandoneón… uno tocaba la guitarra, pero no sabía mucho y otro con un papelito (hace el gesto de cómo soplaba el papel) hacía de violín…. Tocábamos un vals debajo de la ventana y, si la chica no salía, le tocábamos un tango, que era desprecio. Salían muchas, pero otras no, y le metíamos un tango… y nos íbamos a otro lado…”, plantea con determinación. Hicieron serenatas en Tigre, en San Fernando, Virreyes… “Íbamos a pata porque no había coche ni caballos…”.

En las serenatas siempre se tocaban valses. Manolo recuerda el tango “9 de julio” y los valses “Tendrás que llorar” y “Desde el alma”. También tocaba foxtrot, “un montón de foxtrox… no había otra cosa”, destaca con resignación. Con su grupo tocaba por la calle cuando iban a Rincón de Milberg, caminaban tres kilómetros y la tierra se volaba.

A pesar del paso de los años, Manolo no ha dejado su amor por la música. Actualmente escribe letras de canciones. “Hice muchas piezas para mi hermana, para los amigos, le hice un vals a mi señora y le puse música con el bandoneón”, señala.

Continúa organizando fiestas de tango en el Club Nahuel, “meto cien personas”, afirma. Trae cantores como Abel Córdoba, Alberto Bianco y a su hija Cecilia que es cantante profesional y profesora de canto. “Mi hija cantó en Grandes Valores del Tango cuando Silvia Suller era la secretaria de Soldán” recuerda. “Hice un tango para mi hija” dice y se larga a recitarlo: “Qué lindo es vivir así con el gozo que tengo, que hacen lo de ellos y hacen lo que yo quiero. Cuántas veces les hablé, cuántas veces los reté, cuántas veces los abracé con el cariño de papá, son mis hijos adorados, continuación de mi vida, mi pasión por tenerlos a mi lado. Yo les mostré el camino de la música y el canto, que es entrega y pasión, siempre, siempre, a mi lado…” y sigue un poco más.

“Mi pasión era que sigan tocando…”, dice Manolo con emoción cuando se refiere a sus dos hijos, Manuel (54) y Cecilia (48). “Manolito”, como él lo llama, canta y tiene su banda de rock “Manu Blues” y sus cinco nietos: Brenda, Lautaro, Manuel, Tamara y Tomy también siguen sus pasos. Una familia unida por la música.

 

(1) Hace referencia al dique seco de carena. La compuerta que menciona se encuentra en exhibición en una plaza sobre la calle Yrigoyen, en San Fernando.

(2) Se trataba de un desvío del tren Mitre que salía desde la estación Carupá.

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