Recordando a los abuelos y recuperando sus saberes

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Obstáculos II

Plagas viejas y nuevas, uso de agrotóxicos, manejo del agua, habilitaciones y amarras son algunos de los temas tratados con la familia Campitelli, habitantes históricos del arroyo Toro. Su trabajo cotidiano por sobrevivir en una tierra que ofreció múltiples posibilidades a los inmigrantes, que luego fue abandonada y que actualmente puja por recuperar su riqueza y tradiciones.

 

Migrante silencioso, el escarabajo de Ambrosía es una plaga que está generando gran inquietud entre los productores forestales. “Vino en un empaque asiático, destruye el árbol y la madera, sólo sirve para hacer papel”. Con preocupación, Leonel Campitelli informó sobre este insecto que les genera grandes perjuicios, ya que la madera que va a molienda vale la mitad de lo que vale la que se destina a la fabricación de muebles. Otros animalitos que atentan contra la producción son la avispa cierra y la famosa gata peluda. Aparentemente se rompió el equilibrio natural, ya que la presencia de estos insectos es excesiva. ¿Será por la utilización de agrotóxicos?

“Acá se ha usado glifosato y el problema está en el manejo, porque es un veneno, entonces hay que tomar precauciones. Los productores nuevos le han dado a cualquiera su aplicación y este veneno precisa experiencia en el manejo y capacitación específica, porque hay que saber cómo enjuagar los envases, conocer los productos que neutralizan los reactivos. Nosotros usamos barbijos, guantes, tenemos un pozo para el lavado así el poder residual queda ahí, en cambio hay gente que enjuaga la mochila o el tanque en el río. Nosotros no fumigamos sobre espejos de agua, o sea que tratamos que el producto quede sobre el follaje y no caiga al agua que después va al río; incluso inventamos un sistema para el caso de lluvia cuando fumigamos, así el agua queda adentro del campo el mayor tiempo posible. Tratamos de ser conscientes en su uso porque sabemos que nos puede perjudicar”.

El aumento del famoso veneno ha hecho que su uso ya no sea tan habitual: “En 2008, los 20 litros costaban $178; hoy valen más de 1000 pesos. Entonces ahora se piensa. Además, el árbol no va a crecer más rápido porque le echemos herbicida”.

En un intento por hacer una producción más orgánica, están ensayando otras formas de acabar con plantas no deseadas: “Tenemos un vecino que tiene búfalos, entonces los ponemos a comer para que hagan la limpieza del campo. Además se junta un poco de la bosta para la huerta y el resto queda en el campo como fertilizante natural”.

Para obtener ganancias de la forestación hay que esperar años, por lo cual Leonel sintetizó: “El que produce siempre se lleva la peor parte, en cambio entre el aserradero y el que produce el mueble, tienen unas ganancias siderales y el negocio del aserradero dura 2 meses y el del que fabrica el mueble, un día. En cambio, el productor tuvo que pelear con la lluvia, la marea, los bichos, la gente, la cosecha, el traslado y esperó 15 años”.

Buscando tener algo que genere ingresos todos los años, realizan una producción escalonada, incorporaron un vivero, este año empezaron con estaqueros de sauces y cultivo de hongos y, por supuesto, huerta. “Como no nos achicamos a nada, nos dijeron de producir gírgolas y empezamos. Por ahora estamos experimentando, todavía no cosechamos. Hacemos dulces, alquilamos para colmenas y nos pagan con miel. Truequeamos. Le vamos buscando la vuelta porque vivir de lo que uno produce en la isla, se complicó mucho”.

 

Los nietos deben aprender

“Cuando los abuelos vinieron de Italia, no trajeron nada, salvo el baúl. Mi tía me contó que, apenas llegaron, hicieron unos almácigos con las semillas de radicheta que traían en la valija, porque no podían perder tiempo. Tenían que hacer el almácigo antes de ponerse a hacer la casa”, contó Campitelli padre.

La presencia de algunos pájaros y sistemas caseros para espantarlos trajo otro recuerdo: “Los abuelos tenían una escopeta destinada a la supervivencia, para cazar una paloma para hacer un guiso o los pajaritos para acompañar la polenta. Eso no traía ningún problema, porque ninguno de ellos abusó de la Naturaleza, todo se hacía de manera controlada. Hoy todo cambió y nosotros no podemos tener una escopeta, pero hay negocios clandestinos, entonces aparece el que consigue el cartucho y lo vende más caro. Detrás de todas las prohibiciones está la corrupción que hace su negocio”.

Las lechugas, tomates, zapallos, acelgas convocan nuestra atención hacia temas más amables: “La tierra es generosa, uno le pone una semilla y da. Algún año cosechamos 10 toneladas de zapallo, para nosotros, para los vecinos, para regalar a un comedor. Además si algo no se consume, se deja en el campo, se pudre y, al año siguiente, da otra vez”.

Plantan directamente a campo y sufren si se inunda porque pierden todo.

Las manzanas están aún pequeñas, pero Carlos Campitelli está orgulloso de su producción. “Este es un proceso largo, hace 4 años que estoy con estas manzanas. La lucha la tengo con los pájaros. Años atrás era más rica la manzana del Delta que la de Río Negro”. También hay ciruelas, duraznos, uvas. “La idea es volver a hacer vino y también sidra”.

Aunque esta familia no ve la posibilidad de hacer algún negocio con la producción hortícola, porque se rompió la cadena de comercialización, estiman que se podrían generar nuevas formas para comerciar en pequeñas cantidades. Asimismo, es posible agregar valor a través de la elaboración de dulces, jaleas, salsas, etc. “Esta tierra es muy productiva, pero hay que hacer el manejo del agua y cualquier isleño lo sabe hacer, no se precisan grandes arquitectos ni ingenieros. Si nos dejan solos y no nos persiguen, nosotros nos vamos a arreglar sin molestarlos”, aseguró don Carlos.

También están pensando volver al gallinero porque “los nietos tienen que aprender”. Por otro lado, consideran que conejos y cerdos serían un buen complemento, pues “hay desperdicios de la quinta que sería alimento para los animales”. El ganado vacuno también está entre sus aspiraciones.

 

Todo es más complicado

Si bien en la isla es posible realizar todo tipo de actividad, en algunos casos son los mismos vecinos los que impiden ciertos desarrollos económicos.

“Acá el chivo da resultado, pero el mayor problema son los perros de los vecinos, porque el vecino le tendría que dar de comer a sus perros para que no se coman nuestros animales”, sostuvo Leonel.

Es decir que, si bien no hay perros salvajes, “hay perros mal alimentados por sus dueños”. Obviamente, la castración aportaría una solución, pero este servicio municipal es aún “muy limitado”.

“Los operativos se avisan con poco tiempo, van sólo a la escuela y se quedan nada más que 2 horas, no entienden que la gente no llega caminando”. O sea que no han captado la lógica de la isla: allí las calles son ríos y los vecinos tardan más en llegar al punto de convocatoria. Con sentido común, Leonel recomendó: “Es conveniente que vayan cambiando el lugar para facilitar la llegada de todos los vecinos”. Y, además, un pedido especial: las visitas deben ser de jornada completa!!! Ya que van hasta la isla, que sea productivo para el contribuyente.

También el catamarán sanitario tiene sus deficiencias: “No informan bien a la comunidad de la escuela. Llegan a las 11 y se van a las 12.30, ¿qué pueden hacer en ese tiempo? Tienen que ir parando en distintos puntos del arroyo, porque si alguien no se puede mover, ¿para qué le sirve que venga el catamarán? Hay que mejorar el sistema, tienen que entender que nosotros nos movemos sobre el agua y todo se hace más complicado”. No quisiéramos creer que la existencia del catamarán sanitario es sólo para la foto, para las estadísticas mentirosas y para que el resto de la humanidad diga “qué bien, el municipio de Tigre implementó un catamarán sanitario”.

 

Con experiencia y sin libreta

Un aspecto que preocupa a los isleños es el perfil de shopping que ha ido tomando el puerto. “El puerto de frutos fue hecho para los isleños, pero ahora está en manos del Municipio que lo convirtió en un shopping con alquileres carísimos. Es un gran negocio, pero las ganancias no las destinan a la isla”.

En este sentido, Carlos recordó la gestión finalizada en 2007: “Ubieto no hizo mucho por nosotros, pero tampoco nos molestaba. Tuvo el puerto libre permanentemente, en cambio ahora las amarras que hicieron para nosotros están en un lugar inadecuado. Hubieran tenido que hacerlas en la costa del Luján, no allá, en el fondo, porque uno llega cansado de remar. Todo eso es un negocio porque cobran por hora, antes la amarra no se cobraba, siempre fue gratuita para nosotros y si llevábamos carga, pagábamos un canon, pero teníamos libre acceso de entrada y salida. Pero como el puerto de frutos ya no existe más…”.

A esta incomodidad se suma la odisea de la habilitación de las lanchas: “Antes ciertos requisitos no se pedían porque nuestros botes son de navegación interior. Pero ahora pusieron todo a nivel internacional, entonces nos piden cosas que acá son inútiles y nos cuestan mucha plata”.

Carlos Campitelli, quien navegó 46 años, considera que su libreta debería ser la mejor de todas, pero para los funcionarios no es así: “Me exigen 7 cursos y ni siquiera tienen vacantes para que los pueda hacer. Entonces, yo, que podría trabajar brindando una mano de obra especializada, me veo imposibilitado de hacerlo por estas medidas”.

Don Carlos sostiene que esa teoría de pizarrón no es nada difícil y que lo más valioso “es la experiencia que da transitar, vivir, trabajar en el lugar y esto es lo que no se tiene en cuenta. Detrás de todo esto hay montado un negocio”.

Las actuales exigencias de Prefectura llegaron a afectar el abastecimiento: “Nos hemos quedado sin lancha almacenera. No le dieron ningún tiempo para que consiguiera todo lo que pedían, la pararon inmediatamente, nos dejaron sin abastecimiento”. O sea que dejaron a una persona sin trabajo y a los isleños sin comida.

Así como van las cosas, las escenas de la vida cotidiana isleña – niños que van en barco a la escuela, lanchas cargadas de productos alimenticios, lanchas colectivo – podrían quedar sólo para los libros.

Si bien los herederos de aquellos audaces inmigrantes, que llegaron a estas islas para convivir en armonía con la Naturaleza y con los habitantes que los precedieron, siguen teniendo un tesón admirable, sus observaciones – por las decisiones que se toman – están teñidas con un oscuro matiz: “Yo insisto en que quieren la isla sin nosotros, nos quieren matar de hambre, si es posible, para que nos tengamos que ir”.

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