Día Internacional de la Mujer Trabajadora: Unión y solidaridad

El cine que permite reflexionar: Cart, de la directora surcoreana Boo Ji-young y Dos días, una noche, de los hermanos belgas Luc y Jean-Pierre Dardanne, que se puede ven en el siguiente link https://ok.ru/video/3081014741647

El 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Cómo se generó esta fecha, en general se conoce, pero las luchas más actuales de las mujeres en distintas partes del mundo, son invisibilizadas porque, ya sabemos, se busca que cada batalla sindical se considere única, para que las mujeres estén carentes de conocimientos y debilitadas. “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires.

Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores. La experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece, así, como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las cosas” (Rodolfo Walsh).

Va nuestro homenaje a las trabajadoras con la reseña de dos películas, una reflejando la lucha colectiva; la otra, individual. Las dos logran la solidaridad de quienes comprenden que en cualquier momento se puede estar en el lugar del otro.

En 2018, la directora surcoreana Boo Ji-young estrenó Cart (Carrito). Con un plano general, la directora nos permite adentrarnos en el salón de un supermercado donde empleados y empleadas, en ordenadas filas, repiten a coro -encabezados por el gerente- el lema de la empresa: “El rey es el cliente. Servicio es satisfacer al cliente. El éxito de la empresa es nuestro éxito. Amamos a los clientes”. El adoctrinamiento/sometimiento es continuo y puntilloso. No es un país comunista,

Corea del Sur es un país híper capitalista, donde el rey es el dinero, por eso se acepta que los clientes humillen a las empleadas, acción que se ve en un plano conjunto donde aparecen quienes serán las protagonistas de la lucha sindical: la señora Han y la señora Lee.

La directora pone en juego todos los movimientos de cámara posibles: con un traveling nos muestra el dinamismo del inicio de la jornada laboral; en una toma cenital ubica la dimensión de las empleadas: un pequeño punto impersonal en el universo del supermercado; con un plano detalle (mercadería, tickets, etc.) acompañado del sonido de las registradoras nos instala en la monotonía del trabajo de las cajeras.

Después de despidos inesperados y promesas incumplidas, las trabajadoras elegirán delegadas y declararán la huelga. La patronal tratará de boicotearlas contratando personal temporario. Pero las trabajadoras conocen sus derechos y logran expulsarlos.

La directora maneja muy bien las luces y sombras: en un principio todo está teñido de un celeste grisáceo y desde el momento en que las mujeres deciden luchar por sus puestos de trabajo, estarán siempre iluminadas.

Las mujeres son decididas y creativas; con acierto, la directora presenta, muy brevemente, sus emotivas historias de vida.

La unidad y la persistencia hasta obtener el objetivo inicial es el eje de esta historia, por eso al final las mujeres ya no agacharán más la cabeza, ahora mirarán directamente a los ojos a sus verdugos.

La otra película transcurre en el corazón de Europa: Bélgica, un país que tiene uno de los mayores PBI per cápita, una seguridad social sólida y una de las poblaciones más sindicalizadas de la Unión Europea, también tiene trabajadores marginales, consecuencia de la aplicación de políticas neoliberales. Aunque manejen coches último modelo y vivan en departamentos bonitos, igualmente deben luchar contra contratos basura y empresarios inescrupulosos que enfrentan a pobres contra pobres.

Ésta es la situación que presentan Luc y Jean-Pierre Dardanne, cineastas belgas que en 2014 estrenaron Dos días, una noche.

La cámara de los hermanos Dardanne habla desde el inicio: una toma en picado de la protagonista, Sandra (Marion Cotillard), dormitando vestida, es decir en situación de vulnerabilidad. Nadie puede defenderse si está dormido y quizás sea éste el caso de la mayoría de los trabajadores.

Un llamado telefónico despierta a Sandra, evidentemente recibe malas noticias. Ya no puede/quiere hablar; toma pastillas y se dice a sí misma “aguanta, no llores”.

¿Aguantar equivale a no hablar?

Con la llegada de su marido, Manu, nos enteramos del conflicto que Sandra debe enfrentar: el dueño de la fábrica donde trabaja, hizo elegir a sus compañeros entre recibir un bono de mil euros o que Sandra vuelva a trabajar. La mayoría eligió el bono, todos lo necesitan, pero Sandra también necesita su trabajo. Su misión será, en un fin de semana, visitar a sus compañeros y convencerlos para que cambien su voto en una nueva votación.

La cámara enfocará el rostro de Sandra en ese recorrido; los detalles del contexto desaparecen para enfocar los gestos de la protagonista.

En la búsqueda de solidaridad, se descubren otros aspectos de los trabajadores: uno tiene un trabajo clandestino, otro hace artesanías para completar el sueldo, otro entrena a los niños del barrio. Ninguno vive en lugares primorosos, al contrario, para los contratados y, especialmente, inmigrantes, la vida íntima es oscura.

La misión no fue fácil, pero la cumplió: Sandra logró hablar, por un lado, con sus compañeros a quienes no juzga en sus decisiones, por el otro, con sus superiores. Ya no estará más sofocada.

Por Mónica Carinchi

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