Revisitando nuestra historia

La Forestal, patrimonio cultural de Villa Ana, pueblo del norte de Santa Fe. En un pequeño pueblo de campo, el visitante puede encontrar tranquilidad y un patrimonio histórico, poco conocido por los argentinos. Entre el 15 y el 20 de febrero, el Festival del Quebracho convoca a antiguos pobladores y a turistas. Para saber más, próximamente se editará un libro sobre la lucha de los obreros de La Forestal, en el que participó el joven profesor Luciano Sánchez, guía y habitante de Villa Ana.

 

La existencia de montes de quebracho colorado así como de fuentes de agua en la zona que actualmente ocupa Villa Ana, en el norte de la provincia de Santa Fe, determinaron que la compañía inglesa La Forestal estableciera allí un enclave forestal y productivo que tiene fecha de inicio – 9 de julio de 1910 – y también de finalización: destrucción de la riqueza forestal argentina, aumento de los costos de producción para los ingleses, abandono del lugar en 1960 para ir a expoliar otro territorio, en África.

Decía Juan Bialet Massé en su Informe sobre el Estado de la Clase Obrera en el Interior de la República, en 1905: “No es cierto que haya quebrachos para siglos, ni para un siglo, dada la escala ascendente de explotación y es obra de patriotismo, de vida social, la explotación racional”.

“Desde 1850, los ingleses venían pesquisando que en el chaco santafesino existía una importante reserva de quebracho colorado. No es casualidad, entonces, que se instalen aquí. La única fábrica que construyeron es Villa Ana; en Guillermina se instalaron los alemanes, por eso difiere la arquitectura de las casas; en Tartagal hubo capitales estadounidenses. Pero La Forestal fue comprando las acciones de todas esas empresas y así armó un monopolio que, en 1913, ya tenía más de dos millones de hectáreas”, contó Luciano Sánchez, un joven profesor de historia que acompaña al visitante no sólo a recorrer la fábrica sino también una época de explotación del quebracho y sus trabajadores.

Villa Ana, recostada sobre el gran humedal de Jaaukanigás, parece un pueblo como tantos otros, pero su historia encierra décadas de explotación, de organización obrera y, actualmente, de búsqueda por remontar tantos años de somnolencia. Recorrer sus calles junto a Andrea Alderete y Luciano y Guillermo Sánchez, profesores de historia, es un viaje al pasado y una proyección hacia un futuro mejor.

 

El ruido todo lo tapaba

Cuando se llega al pueblo, lo que inmediatamente atrae la atención es la chimenea de 65 metros de altura; su magnitud habla del trabajo incesante de los miles de hombres que también posaron en ella su mirada durante los 50 años que imperó La Forestal. A su costado, yacentes, las ruinas de la fábrica. Más allá, el pueblo adormecido.

“Villa Ana, como todos los pueblos forestales, todavía no puede cicatrizar el hachazo de La Forestal. La impresión que da es la de un pueblo que se detuvo en el tiempo. Lo que pasó fue un saqueo imperialista, donde hay responsabilidades estatales que todavía no se hacen cargo, debería existir una ley de reparación histórica. De todas maneras, pienso que la alternativa es generar iniciativa desde abajo, desde la autogestión de los villanenses, romper con esa dependencia y sumisión que heredamos del período forestal. En ese sentido, hay experiencias que intentan salir del letargo”, declaró Luciano.

Antes de 1994, la fábrica estaba en estado de abandono, al punto que la gente se llevaba aquello que pudiera serle útil; una vez declarada de interés cultural y patrimonial, el espacio se mantiene limpio, pero “igual falta conciencia en cuanto a su valor histórico”, señaló Guillermo.

Aunque la intervención del lugar con pintura, una construcción en los patios y hasta la ocupación de un sector como vivienda, diera la sensación de cierta indiferencia por la historia contenida entre esos muros, “cada 24 de marzo se realiza aquí el Festival de la Memoria y, desde el 95, se hace el Festival del Quebracho, la fiesta más representativa de la zona, en febrero, entre el 15 y el 20. La gente que se fue a vivir a otros lugares viene para esa fecha a visitar a sus familiares. En 2016 no se hizo por la crisis económica”.

Altísimos muros semiderruidos, las marcas del tiempo y el cielo limpísimo como único techo. Todo huele a imperio.

Por supuesto, La Forestal nunca tuvo crisis económica. “En tiempo récord construyeron fábricas, pueblos, puertos, tendieron redes ferroviarias propias que se unían a las nacionales, fundaron escuelas, hospitales”.

Villa Ana es un pueblo que tiene – desde su origen – cloacas y agua corriente; esto y otras cosas más hacen que “actualmente haya contradicciones entre los pobladores que dicen que, mientras estuvo La Forestal, vivían bien, tenían hospital, luz eléctrica, cloacas, mientras que otros pueblos, incluso hoy en día, no tienen agua potable. Pero si el costo que tenemos que pagar por el progreso es que nos roben nuestras riquezas…”. Al visitante no le hace falta que Guillermo complete la frase, ya que a buen entendedor…

La fábrica tuvo varios pisos y subsuelos y una zona muy grande de calderas: “Ahí el trabajo era terrible, porque había altas temperaturas”, expresó Andrea Alderete, quien advirtió que en los planes educativos hay poco espacio para la historia regional, por eso les interesa investigar y compartir los hechos ocurridos en la zona.

Desde los obrajes, los rollos de quebracho llegaban a la fábrica en los trenes de la empresa. “Pasaban por una especie de ralladores gigantes que los transformaba en aserrín al que se mezclaba con grandes cantidades de agua; esa mezcla pasaba por un proceso hasta transformarse en tanino. Mucha gente murió haciendo este trabajo porque era muy duro, al tanino lo embolsaban en caliente”, explicó Andrea.

El ruido de los rayadores era tal que muchos obreros terminaban sordos. “El ruido se escuchaba en todo el pueblo”.

La villa original estaba constituida por 40 manzanas; cerca de la fábrica estaban las casas de los gerentes y en la zona más periférica vivían los obreros. “Había una casa para hospedar a los ingleses que venían por poco tiempo a trabajar; un club aristocrático y otro para los trabajadores, cancha de golf, de tenis”. Por supuesto, no faltó el almacén de ramos generales que también pertenecía a la compañía: vendía desde una tuerca hasta ropa, pasando por la comida. Allí se compraba con la moneda que acuñaba la misma empresa. Durante mucho tiempo fue el único lugar donde podían comprar los obreros, con el tiempo “llegaron los turcos que se radicaron donde terminaba el pueblo”.

Quienes trabajaron en las tierras de La Forestal fueron fundamentalmente correntinos, descendientes de guaraníes. “En esta zona de Santa Fe se escucha chamamé y se habla guaraní, sobre todo los mayores, los jóvenes no lo hablan porque no lo pudieron aprender de los mayores porque lo ocultaban por el desprecio que sufrieron”.

A partir de 1952, La Forestal comenzó a cerrar sus fábricas; se inició “el gran éxodo de los pueblos forestales”. En el 52 cerró Guillermina; en el 60, Villa Ana. “Cuando La Forestal decidió irse, vendió todo, los mismos contratistas fueron comprando las tierras, las casas. La fábrica la entregaron a la provincia como pago de impuestos. Todo lo que pudieron llevarse, como máquinas o chapas, se lo llevaron. Hasta último momento fueron haciendo negocio con todo”, informó Luciano.

Los pueblos se vaciaron porque la gente fue en busca de nuevos trabajos, surgieron así los pueblos fantasmas; el bosque quedó arrasado. Dice Bialet Massé: “Es fácil tener hombres, pero no se pueden improvisar plantíos ni hacer transplantes de bosques milenarios”.

 

La resistencia

Sótanos, patios, galerías, todo lugar es adecuado para que los guías vayan armando el mosaico histórico del cual poco se habla en las escuelas.

En 1872 se fundó, en territorio santafesino, la ciudad de Reconquista, ¡qué nombre! “A partir de ese momento, se colonizó hacia el norte. Las tierras de nuestro territorio se fueron incorporando de a poco a la producción; en el sur con la campaña de Roca; en el norte, con las campañas de Manuel de Obligado y Victorica. Correr las fronteras significó correr a los indios”, comentó Andrea.

El ejército nacional fue el brazo armado que utilizaron las fracciones burguesas dominantes para defender y ampliar sus dominios; fue así que el ejército concurrió a las zonas en conflicto para organizar y ordenar el mercado de fuerza de trabajo, a través de matanzas y/o sometimiento de los vencidos, que fueron humillados y expropiados material y moralmente. Por supuesto, los civiles también hicieron su parte: “Durante la gobernación de Simón de Iriondo se fundó el Banco de la Provincia de Santa Fe, para eso pidió préstamos a una compañía financiera inglesa; ese préstamo se terminó de pagar entregando tierras a los ingleses, justo estas tierras que eran la principal reserva de quebracho colorado”.

Los poderes militar, económico y político abrieron el camino para que The Forestal Land, Timber and Railway Co. Ltd. se instalara entre los años 1902-1906 y la explotación obrera fue tal que “con la solidaridad de los ferroviarios y los portuarios, los obreros comenzaron a organizarse. Casimiro Grass, delegado ferroviario, impulsó la organización. Por eso el movimiento comenzó en La Gallareta y Santa Felicia, donde los obreros tenían más contacto con los ferroviarios”, contó Guillermo.

Cansados de las extenuantes jornadas de trabajo y los tratos despreciativos de los gerentes ingleses, “los obreros presentaron un pliego de 35 puntos. Reclamaban 8 horas de jornada, una canilla de agua por cuadra, vestimenta para los días de lluvia y, en el último punto, pedían respeto. Por eso, los nostálgicos de la compañía son los que vivieron la última etapa de la empresa, porque aquí hubo mucha explotación”, remarcó Luciano.

Ante las huelgas, La Forestal respondió con la formación de una fuerza de represión permanente: “Cuando había huelga, el ejército mandaba gente, pero después se iban. Entonces La Forestal, haciéndose cargo de todos los gastos, organizó el grupo conocido como los cardenales. Ellos fueron los encargados de reprimir, amenazar, generar un clima de tensión entre los obreros porque el objetivo era terminar con el sindicato”.

La fortaleza de los obreros obligó a La Forestal, que no admitía la negociación con los trabajadores, a tomar una decisión extrema: cerró sus fábricas. “Tenían un stock que les permitía cerrar y de esta manera le quitaron a los trabajadores su arma de reivindicación que es parar la producción. Con el cierre, la empresa ofrecía un boleto de tren para que la gente se fuera del pueblo, pero no se fueron, sino que ganaron el monte, donde empezó otra etapa de la resistencia”.

La crónica provoca, entre algunos visitantes, dudas, preguntas, interés por saber más; otros buscan con su cámara la foto diferente que se presenta cuando uno se encuentra con grietas abiertas en las sólidas paredes de la fábrica, donde nacieron árboles nativos, porque ellos también resisten.

 

Para seguir informándose: Gastón Gori. La Forestal. La tragedia del quebracho. Alejandro Yazinsky. Revuelta obrera y masacre en La Forestal. www.elortiba.org/forestal Roberto Vacca. Historias de la Argentina Secreta.

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