La otra epidemia: neoliberalismo

La desregulación bancaria y la vida cotidiana. Consenso de Washington, derogación de la ley de bancos de USA, globalización, relocalización de industrias. Estallido de la crisis en 2007-08. Desempleo generalizado, endeudamiento de sectores medios, transferencia de riqueza hacia especuladores. Crisis sanitaria en USA: las muertes por opioides.

        En 1989 cayó el Muro de Berlín y salió a luz el Consenso de Washington o fundamentalismo de mercado o neoliberalismo.

        En USA, una seguidilla de mandatarios republicanos, desde la década del 70 al 2009 -Nixon, Ford, Reagan, Bush (padre e hijo)- fueron generando un campo próspero para la desigualdad social hasta la implementación total del neoliberalismo con sus recortes impositivos a los grandes contribuyentes, entre otras brutalidades. También a partir de los 70, el empuje neoliberal introdujo modificaciones a la Ley de Bancos (conocida como Ley Glass-Steagall) que fue sancionada durante la presidencia de Roosevelt, en 1933, para evitar que los bancos especularan con los depósitos de sus clientes. Durante el segundo gobierno de Bill Clinton, la ley fue derogada, para permitir la fusión de bancos y compañías de inversiones, así como la ausencia de regulaciones.

        Después de la era Bush, los ingresos de los niveles gerenciales pasaron a ser 400 veces más altos que el sueldo promedio de un trabajador común. El supuesto efecto derrame no se produjo nunca y las ganancias desproporcionadas de directivos, empresarios y empresas, entraron en el juego financiero.

        El neoliberalismo, además de consolidar una superestructura financiera-especulativa, generó tendencias parasitarias que le dieron un golpe demoledor a la economía productiva.

        Mientras, la globalización alentó la relocalización de industrias en países asiáticos, donde los sueldos y condiciones laborales son de semiesclavitud. Este fenómeno impactó sobre la calidad de vida de sectores medios y medios-bajos de países del primer mundo, como USA, que le vieron la cara al desempleo generalizado. Paralelamente, la automatización fue reemplazando al ser humano en puestos de baja calificación. Los afectados fueron, fundamentalmente, la población blanca de mediana edad, con nivel educativo inferior al universitario. ¿Dónde fueron a trabajar esas personas?

        Los trabajadores sintieron la reducción de salarios o la desocupación por tiempo indeterminado. La disminución del consumo se aceleró, ya sea por la reducción del patrimonio familia debido al desempleo, por la imposibilidad de ahorrar (dados los bajos salarios) o por el endeudamiento por créditos impagables.

        Si la última década del siglo 20 fue un vaivén entre el entusiasmo de la burbuja financiera/hipotecaria y la angustia por la pérdida de puestos de trabajo en industrias tradicionales, el pico de la crisis financiera, en 2007/08, afectó la vida de millones de trabajadores que pasaron a la precariedad económica, sanitaria y habitacional.

        A finales del siglo pasado, quienes tenían buen olfato, pudieron advertir que algo, en cámara lenta, se derrumbaba. La desesperación por la pérdida del trabajo y, consecuentemente, un estatus social que no se podrá recuperar, produjo malestares que empezaron a tratarse con analgésicos opioides. Es decir que, junto a la Crisis Financiera Global, en USA se instaló el consumo de opioides recetados por médicos que sucumbieron al marketing farmacéutico y a la realidad socioeconómica: el sistema de salud es discriminador, restrictivo y excluyente.

        En aquellas ciudades donde las fábricas desaparecieron, las muertes por consumo de opioides llegan a porcentajes alarmantes. Por otro lado, el uso de estos analgésicos se extiende dada la imposibilidad de obtener asistencia médica adecuada a cada patología. “Los seguros de salud son carísimos, por lo tanto, a la gente que no tiene dinero, no la operan, no le hacen los tratamientos adecuados y para que no sufran, en el hospital, les dan un opioide y los mandan a la casa”, informó una argentina que vive, desde hace 10 años, a 20 minutos de tren de Washington D.C.

        Por un lado, la indignidad por vivir en la desocupación y por otro la imposibilidad de acceder a tratamientos médicos acordes a la complejidad de cada patología, de manera universal y gratuita, actúan como una tenaza que asfixian al paciente y a los profesionales de la salud (siempre que consideren que el acceso a la salud es un derecho).

        Como ejemplo de la desocupación, del cierre de empresas e, incluso, de la desaparición de pueblos asociados a una determinada actividad productiva, en 2020 se estrenó Nomadland, una película que tiene como protagonista a una mujer de 62 años que, después de trabajar desde los 12, queda desocupada y con una asistencia social que no le alcanza para vivir.

        Alguna vez, la fábula hollybudense engañó a millones de espectadores. En la actualidad, para las pantallas ya no hay auditorio; hay, sí, testigos de un desastre social cuyo fin aún no se vislumbra.

Por Mónica Carinchi

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