Fina estampa, caballero

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Durante 25 años formó parte del coro estable del teatro Colón. Atir Armas tiene 86 años plenos de vida; canta, da clases y sigue levantando paredes. Su voz de bajo continúa sonando con la misma potencia que en su juventud.

 

“El que canta, sus males espanta”, dice el dicho popular; será por esto que Atir Armas goza de 86 años repletos de buen humor, vitalidad y plena disposición para el trabajo.

Este vecino de San Fernando, que desde que nació – un lunes con lluvia – vive en la misma esquina, comenzó a cantar a los 5 años. “Una tarde escuché a mi tío tocar en bandoneón el tango “Malevaje”; como me gustó la melodía, le pregunté si se podía contar, me respondió que sí, pero que era una letra muy fuerte para un chico. Yo le pedí que me fuera diciendo la letra para aprenderla. Mi vocación por el tango empezó allí”. Desde entonces, su tío lo llevó como “mascotita, porque yo cantaba muy fuerte y llamaba la atención porque era un niño”, recordó Atir.

Y si bien cantó tangos en distintas orquestas típicas hasta los 18 años, su gran carrera la desarrolló como coreuta del Colón: “Un día me escuchó cantar una persona que tenía conocimiento de lírica y le dijo a mi padre que yo tenía una voz difícil de conseguir, una voz grave muy grave”. Le recomendaron que escuchara ópera “los sábados por la tarde en radio Excelsior”; tomó clases durante 6 años y se presentó a un concurso libre del Colón: “Se presentaron 25 bajos y sólo había dos puestos. A mí me exigieron mucho más porque yo no había hecho la escuela del Colón, pero entré”.

Hasta el año 78 formó parte del elenco estable del teatro; luego – hasta el 92 – trabajó como contratado y en cada oportunidad “tenía que rendir las pruebas como un desconocido”. Su voz seguía respondiendo tan bien que un maestro italiano, cuando Atir ya tenía 70 años, le dijo “su voz es la de un joven”.

Los maestros también lo buscaban por su estampa, “mi físico de 1,83 también me ayudó porque el bajo por lo general representa al sacerdote, al rey, al padre, va con capa o galera y yo tengo un buen porte para eso”. Muchos directores quisieron llevarlo a Italia, pero sus padres no tenían dinero para ese viaje. “Quizás mi carrera hubiera sido otra, pero yo, además, era muy familiero”.

También es un apasionado de los oficios: “Me recibí de electromecánico, pero de aquellos tiempos, por eso hay cosas de ahora que no sé; llegué a armar televisores a válvula. Todos los oficios me gustan, mi casa está hecha por mí desde la zanja hasta la última pincelada. También la de mis tres hijos”. Explicó, casi como disculpándose, que ahora “no tiene tiempo para estudiar”, pero antes “como no había tantas distracciones, la gente se cultivaba más y era más creativa, nos hacíamos el carrito, el barrilete, hoy todo se compra”. En la actualidad sigue levantando paredes y, por supuesto, mientras trabaja, canta: “Mi esposa me pregunta por qué no me llevo la radio, pero no me hace falta, porque repaso tangos, óperas”. Y es así como los vecinos lo escuchan cantar tanguitos, arias, boleros, porque “desde el arroz con leche en adelante, canté de todo”. En todas las fiestas le piden “El brindis” de la Traviata, de Verdi, su autor predilecto; y muchas novias lo convocan para interpretar el Ave María, “en la parroquia de Tigre canté muchísimas veces, incluso a capella”.

Desde el 92 se dedica a formar cantantes y desde luego es muy exigente. “La mayoría de los cantantes actuales no saben nada de técnica, cantan en forma fisiológica, les llamo ‘boca abierta’, no saben colocar las vocales. Mire Palito Ortega, Julio Iglesias o Valeria Lynch, que canta a los gritos, qué puede enseñar esa persona, a gritar únicamente. Si yo estuviera en un jurado, no entraría ninguno”, sentenció. Y para dar un ejemplo de voz bien colocada, se sentó al piano y el canto se adueñó de la escena.

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