“…la guapeza y la valentía de esa mujer no eran los únicos atributos que la convertían en invulnerable…”

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Historia del Partido de Tigre – Parte XCIX. En medio de una fuerte sudestada, el Capitán Anselmo Contreras continuó con la misión de capturar a Marica Rivero, quien comandaba una banda de asaltantes. Pero su férrea voluntad y su trayectoria no lograron superar la astucia de una pirata que parecía burlarse en su cara, superándolo en destreza y habilidad. Lo que más irritaba y enfurecía a Contreras era que se trataba de una mujer.

 

La creciente sudestada entorpecía el objetivo de Contreras de perseguir a Rivero. “Lo que arrancó con un oleaje que movía levemente el barco, poco a poco, dio paso a irrefrenables movimientos de serrucho que nos hacía saltar cada vez más. El barco pirata padecía el mismo contratiempo, pero Satanás sabía sortearlo, en cambio a nosotros Dios no nos daba una mano” (1), relata Contreras en su bitácora. Mientras sorteaban las dificultades climáticas, el barco pirata abandonó abruptamente el canal principal y se metió al río Sauce, virando a 90 grados a babor, en procura de arribar al Paraná Bravo en menos de dos horas.

Detrás de los pasos del barco enemigo, en aquel momento la mayor preocupación consistía en vencer las arbitrariedades del temporal. El viento soplaba con intensidad hasta que de pronto se escuchó una detonación tremenda a pocos metros del barco. Suponían que se trataba de un cañonazo de la nave pirata, pero no, era un rayo fulminante que iluminó el río.

Cuando estaban cerca de la bifurcación del Paraná Bravo, la embarcación de Contreras logró acercarse al vapor de Rivero. Podían divisar el barco, zarandeándose entre las olas de la fuerte marejada. “La despiadada tormenta ya nos impedía escuchar el sonido del vapor para seguir su curso. Mi intuición marinera sólo permitía suponer su rumbo, también la seguridad de que, por su calado, el barco asesino no podía ingresar a ningún arroyo de poca profundidad. Se encontraba en un callejón sin salida, con nuestra nave pisándole los talones” (2), especulaba Contreras.

A pesar de la sagacidad y la experiencia de Contreras y su tripulación, una maniobra repentina de Rivero los desconcertó. “De pronto advertimos que delante de nosotros ya no había barco alguno navegando. La sudestada no cesaba y varios relámpagos dejaron de alumbrar la figura del vapor que perseguimos durante tantas horas. No podíamos creer que se lo hubiera tragado el Paraná” (3). La perplejidad inundó a la tripulación hasta que de repente uno de los oficiales empezó a gritar en forma desesperada “timón a 180 grados, timón a 180 grados”. El Oficial Gutiérrez había divisado la silueta del barco enemigo con rumbo inverso. En medio de la tormenta, Rivero había logrado invertir el rumbo, aún con corriente en contra.

 

“Experta, audaz y valiente, pero una mujer al fin”

Contreras y su tripulación estaban atónitos. “No había dudas de que la guapeza y la valentía de esa mujer no eran los únicos atributos que la convertían en invulnerable. La Rivero era también una avezada marina, capaz de sortear las tempestades y pergeñar maniobras y tácticas dignas de expertos guerreros navales. A partir de entonces timonee mi nave con la ira propia del que se siente burlado y sometido a una afrenta que, para colmo, era llevada a cabo por una mujer. Experta, audaz y valiente, pero una mujer al fin” (4).

Con sudestada y corriente en contra, la navegación se transformó en una verdadera pesadilla, pero Contreras no quería dar el brazo a torcer y se mostraba implacable en su objetivo de capturar a los piratas. De repente observa que sus hombres mantenían conversaciones entre ellos. ¿Hasta cuándo durará esto?, se estarían preguntando. Después de más de dos horas, el barco pirata no estaba en ningún lado.

Definitivamente había desaparecido. Todo indicaba que Marica Rivero había vuelto a efectuar la misma maniobra de un par de horas antes, pero esta vez con la corriente del Paraná a favor. Ya estaría rumbo río arriba, hacia la zona que más conocía, Las Lechiguanas, estaría remontando el Bravo a toda marcha, o ingresando en el Guazú…, sospechaba Contreras.

Sin un rumbo definido, retomar la persecución era una empresa totalmente inútil. El Capitán Contreras no había logrado cumplir la misión de capturar a Rivero, y la frustración lo embargaba. Aún  consciente de que el fracaso podía significar un descrédito en sus fojas de servicio, el hecho de haberse enterado más tarde que la sudestada había sido una de las más violentas de los últimos veinte años, aminoró su culpa por haber salvado la embarcación y a sus hombres.

“Cualquier soldado sabe que, para un hombre de armas, no hay nada peor que eso. Las órdenes son para cumplir y punto. No lo conseguí. Fallé. Solamente deseo que el destino me conceda una nueva oportunidad de salir tras la caza de Marica Rivero y su nave. Juro que si ello ocurre, no volveré a fallar” (5).

 

Fuente:

Cofreces, Javier & Muñoz, Alberto, “Tigre”, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2010.

 

(1) Cofreces, Javier & Muñoz, Alberto, “Tigre”, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2010. Pág. 101.

(2) Idem. Pág. 102.

(3) Ibidem. Pág 102.

(4) Ibidem. Pág. 103.

(5) Ibidem. Pág. 103.

 

Foto: Retrato del Capitán Anselmo Contreras

(Gentileza del archivo del Museo Naval de Paraná)

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