“La mujer parecía poseída por el demonio y el espectáculo llenó de perplejidad a mi tripulación”

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Historia del Partido de Tigre – Parte XCVIII

Hacia fines del siglo XIX en los ríos y arroyos del Delta abundaban piratas que tomaban por asalto los barcos que navegaban por el río Paraná con mercaderías de alto valor comercial. Entre los tantos maleantes, se destacaba la presencia de una mujer, Marica Rivero, que estaba al frente de la más famosa de las bandas de asaltantes de la época. Era conocida por su valentía y crudeza. En este número se relata la persecución que lleva adelante el capitán Anselmo Contreras sobre la nave de Rivero, digno capítulo de una saga de aventuras. Resulta interesante observar la visión de género del capitán sobre Rivero.

 

Marica Rivero vivía en la Isla La Paloma, en la desembocadura del Bravo, sobre el río Uruguay, allá por los años 1870, 1880. Dirigía una banda de unas veinte personas con antecedentes penales. “El nombre de esa mujer no ha sido olvidado por los escasos viejos pobladores de las islas” (1), se decía.

Ante el crecimiento de los delitos, las autoridades provinciales le habían encomendado al Capitán Anselmo Contreras la misión de capturar la nave de Marica Rivero. Supuestamente el día 13 de febrero de 1877, Marica Rivero iría a atacar el vapor italiano “Acqua Forte” en las aguas del río Paraná.

Hábilmente Contreras dispuso entonces encontrar al buque italiano en la intersección de las aguas de los ríos Barca Grande y Paraná Guazú, y escoltarlo hasta que el mismo se hallara en aguas seguras, y luego partir en búsqueda de Rivero y su banda.

Pero los planes de Contreras no arrancaron bien. Llegó muy tarde al punto de encuentro con el “Acqua Forte” y mientras navegaban por el río Guazú cerca de la Isla del Portugués, lograron divisar una estela de humo espeso y negro que venía del horizonte. Cuando se acercaron, comprobaron que se trataba del “Acqua Forte”, que estaba envuelto en llamas. Los malhechores habían perpetrado su cometido. El barco había sido asaltado por un barco pirata que se alejaba por el Guazú hacia el río Uruguay. “No cabían dudas de que se trataba de la nave atacante. Tampoco teníamos dudas de que el abordaje había sido llevado a cabo por Marica Rivero y su pandilla (…)” (2), relata Contreras en su diario de viaje.

 

“La mujer, lejos de amedrentarse, desplegó su salvajismo”

A partir de este momento, se desata una aventura en el agua que Contreras resume así: “No recuerdo haber vivido una experiencia semejante a la de aquella persecución en toda mi trayectoria como marino” (3). Al pasar el arroyo Ciego, el barco de Contreras se puso a la par de la nave pirata. Marica Rivero iba al timón, y continuaron navegando a la par hasta que, en la desembocadura del Guazú, en el Uruguay, “la mujer, lejos de amedrentarse, desplegó su salvajismo”, explica con furia Contreras.

Marica Rivero entregó el timón a un tripulante y se dirigió a estribor para quedar enfrentada al barco de Contreras.

“Haciendo gala de su baja condición, de su nula educación y de sus modales escandalosos (…) se levantó las vestiduras de manera tal que su humanidad femenina quedó al descubierto, es decir, su desnudez. Con la mano que le quedaba libre, primero se tomó un seno (de generosa proporción) y lo agitaba y lo blandía confiriéndole movimientos salvajes como respondiendo a un ritual primitivo y diabólico. Tras cartón hizo lo propio con el otro seno. A continuación dirigió su mano libre hacia su zona más pudenda, haciendo movimientos convulsivos hacia adelante y hacia atrás, a la vez que sacudía sus caderas frenéticamente. La mujer parecía poseída por el demonio y el espectáculo llenó de perplejidad a mi tripulación, que quedó paralizada. Si la intención de la mujer era distraer o embrujar a mis hombres, debo confesar que lo logró” (4), recuerda con gran elocuencia.

La tripulación de Contreras había quedado en estado hipnótico y tardó en responder las órdenes del capitán que gritaba desaforado. Mientras tanto Marica Rivero volvió al timón, cambió el rumbo abruptamente y se alejó. “Emprendió las maniobras más audaces que yo pudiera observar en mi historia de marino” (5), planteaba el Capitán con asombro.

La nave de Contreras corría detrás de Rivero pero parecía sin reacción. “Percibía que la hélice de nuestro navío sonaba espasmódica y con una apatía propia de causas perdidas”, reflexionaba con desconcierto, para luego preguntarse: “Cómo podía ocurrir tal cosa, si nuestro carbón debería resultar tanto más combustible que la madera podrida que arrojarían los piratas en la caldera de su barco. Al día de hoy, solamente encuentro una respuesta a ese barco: lo conducía el mismísimo Satanás” (6).

Continúa el próximo mes.

 

Fuente:

Cofreces, Javier & Muñoz, Alberto, “Tigre”, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2010.

 

(1)     Lobodón Garra, “Montes y sangre”, Río abajo (El drama de los montes y los esteros de las islas del Ibicuy), Schapire, Buenos Aires, 1968.

(2)     Cofreces, Javier & Muñoz, Alberto, “Tigre”, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2010. Pág. 98.

(3)     Idem P. 99

(4)     Idem

(5)     Idem”

(6)     Idem”

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