Un documento de fines del siglo 19

, Historia

El discreto encanto de las islas del Delta del Paraná. Para tentar a los posibles compradores: galerías de plátanos, chapuzones en aguas limpias, vistas espectaculares, servicio postal, plantaciones de árboles frutales y verduras, aves de corral. Un refugio para el relax cerca de la ciudad de la furia.

 

Las islas del Delta comenzaron a habitarse por “blancos” a principios del siglo 19; recién en 1888, con la ley 2072, el poder ejecutivo procedió a la venta de islas, dando privilegio a quienes ya habitaban en el lugar.

Cuando comenzaron los loteos, hubo iniciativas de algunas comunidades de inmigrantes para comprar de manera colectiva. Ejemplo de esto es una publicación de la comunidad alemana: “En el afluente del Río Capitán y el 3 Bocas se formó la colonia germana de verano, que en muy corto tiempo logró un desarrollo. Todos los que tuvieron la oportunidad de pasar el verano ahí, conocieron cómo es la forma de vida en la isla, recuerdan con alegría las noches frescas de verano y las galerías de árboles de plátanos, que hay en la costa del río Capitán. Quien pasó tiempo en estos lugares y ha disfrutado de los refrescantes chapuzones en las limpias aguas del río, siempre le traerá el impulso de volver. La tranquilidad que ahí se respira y la vista espectacular de este lugar, ofrece a quienes huyen de la ciudad de la furia y desean recuperarse, una opción económica sin precedentes.

“Para los amantes del remo y de la navegación que aprecian la vida del Delta, observan a los habitantes locales con mucha tranquilidad y recomiendan este estilo de vida.

“Se puede visitar la isla en verano, con una lancha colectiva que sale desde la estación del Tigre fluvial, dos veces por día y tarda 45 minutos aproximadamente, con el cómodo barco a vapor. Con el bote de remo, desde el club de remo Teutonia se tarda aproximadamente una hora y media. Como la isla está abastecida con alimentos frescos y helados, incluso tiene servicio postal, hace que a uno no le falte nada durante la estadía. Aparte de esto, se pueden observar centenares de árboles de fruta que dan sus frutos a los habitantes. En el último tiempo se han criado aves y se han plantado verduras y de esta forma se puede decir que en las cercanías de la ciudad se encuentra una superficie de tierra que es apreciada durante las épocas de verano.

“Todas las casitas dan hacia el río. Están construidas de tal forma que, cuando el río crece, no llega a alcanzar el nivel donde se encuentran sus habitaciones.

“El precio de una casa con dos habitaciones, una cocina y una amplia terraza ronda los $1200.

“Dado que el valor de los terrenos está escrito sobre el plano y el precio por metro cuadrado varía entre 30 y 80 centavos y que su precio depende de la ubicación, cada interesado puede estimar qué capital precisa para comprar una casa de verano y un refugio donde él y sus allegados puedan escaparse y disfrutar de cada feriado”.

El documento fue escrito por F. Brunner que tenía su oficina en la calle Rivadavia 125. Ha pasado más de un siglo, ya nadie se puede bañar en las aguas de ningún río, pero una superficie de tierra, cerca de la ciudad de la furia, sigue siendo muy apreciada. Es necesario que los municipios y, quizás, la provincia de Buenos Aires, recuperen el concepto de colonos que puedan producir comida y, seguramente, muchas cosas más en esta pródiga tierra.

Fuente: Fernando Giesso y otros. Casas de Tigre

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