Una excursión en tren desde Retiro a Tigre en 1869

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Historia del Partido de Tigre – Parte LVII

En un momento en el que el estado del sistema ferroviario ha tomado relevancia pública, y lamentando la situación deplorable en la que se encuentra la Línea Mitre, en su ramal Retiro-Tigre, rescataremos un artículo periodístico que describe el trayecto en tren desde Retiro hasta la Ciudad de Tigre tal como era en 1869.

 

En 1862, el Estado Nacional entrega la Línea Mitre en concesión a la Compañía del Ferrocarril de Buenos Aires a San Fernando S.A. Apenas iniciados los trabajos, esta empresa vende sus derechos al Ferrocarril del Norte de Buenos Aires. Esta compañía extendió la línea hasta Belgrano y al año siguiente llegó a Rivadavia, Olivos y San Isidro, el 4 de febrero de 1864 arriba a San Fernando y un año después llega a Tigre. En 1866, se habían transportado 267.792 pasajeros, y en 1867, 329.793.

En una nota publicada en el The Standard, un diario en inglés que se editaba en Buenos Aires, los autores M. G. y E.T. Mulhall tenían una columna llamada “Guía del Río de La Plata” en la que se describían paisajes y notas de Argentina, Uruguay y Paraguay. En la nota que nos interesa, titulada “Una excursión en ferrocarril hacia el norte, hasta Tigre en 1869”, los autores describen el recorrido en tren de la Línea Mitre, partiendo de la Estación Retiro y cubriendo 24 millas (38, 5 Km).

 

Partiendo de Retiro

El viaje se iniciaba en la Estación de Retiro, a una milla de la Aduana, y se iba por el Paseo de Julio[1], pasando frente a la usina de gas[2]. En la nota se relata que en la primera parte del trayecto, el viajero estaba expuesto a las inundaciones ya que el agua estaba ahí nomás, a tal punto que se podía ver a las “lavanderas de piel oscura”. A la izquierda, se observaba el colegio francés de pupilos de la Sra. Frebourg y un poco más allá, estaba la Quinta de Riglos.

A medida que el tren avanzaba se podían ver las quintas del Dr. Lorenzo Torres, la taberna “Póvero Diávolo”, el lavadero a vapor de Biaggi, la Quinta de Klopenbacj y otras. Luego se describen las cercanías del Cementerio de la Recoleta, que se veía desde abajo y un poco más allá se podía ver la casa de Saavedra, que había sido Gobernador y la taberna de los Rifleros, cerca del barrio Palermo Chico, donde había granjas que criaban “aves de corral para proveer a los mejores hoteles de la ciudad”.

Siguiendo el recorrido, en el artículo se señala que se podía observar al “arruinado Parque de Palermo” donde se podía divisar el palacio que había sido de Rosas y un coqueto edificio deportivo del Club Inglés de Cricket. Luego venía la parte emocionante del viaje: había que cruzar el Arroyo Maldonado por el “puente de fierro”. En los alrededores se veían vacunos y caballos de fina raza del Sr. James White que tenía además un enorme palomar con más de mil palomas.

Más adelante se aproximaba el barrio de Belgrano, que contaba con una población de casi 2500 personas, y que en ese momento era una ciudad provincial ya que recién se constituye en barrio porteño a partir del 29 de septiembre de 1887. Cerca de la estación estaba el Hotel Watson que se llenaba de gente durante el verano. “El hotel es de primera, perfectamente higiénico, con buena cocina y excelentes vinos. Los domingos de temporada son magníficos…”. Belgrano tenía varias chacras y granjas en las que se cultivaba trigo y verduras en gran escala y había cría de ganado de vacunos, equinos, ovinos y cerdos.

Llegando a la Estación Rivadavia había una quinta muy atractiva que tenía una construcción con muy buena vista, edificada en forma de hexágono con multitud de ventanas, desde donde se observaba “una amplia superficie del Río de la Plata”. Se trataba de la actual Quinta Presidencial de Olivos. Los autores de la nota señalaban que la barranca de la Punta de Olivos llegaba hasta el río ofreciendo un buen lugar como balneario, desde el cual además se tenía una hermosa vista de Buenos Aires mirando hacia el Sur y de San Fernando mirando hacia el Norte.

Alrededor de la Estación de Olivos, -relata la nota- había un tal Wineberg que había comprado mucho terreno, había loteado y luego había puesto en venta los lotes a precios tan elevados que finalmente no los pudo vender y así su proyecto de fundar “el pueblo Mitre” se frustró.

Un poco antes de llegar a San Isidro, estaba el callejón de Ibáñez en donde solía parar una pandilla de delincuentes que amedrentaban a la población.

Cuando el tren llegaba a San Isidro, los Mulhall sostienen que era un lugar encantador con campos cultivados, ondulantes maizales, sombrías callejuelas, casas quinta de estilo arquitectónico griego de familias conocidas como los Aguirre, Anchorena, Vernet, Alvear, Mackinlay, Costa, Tomkinson, Ibáñez y otras.

En Punta Chica, los autores observan la Quinta del Sr. Brittain que tenía jardines, frutales y una barranca panorámica desde la que se podía ver la Isla Martín García. Ya en San Fernando de la Buena Vista, la nota describe que el pueblo estaba irregularmente construido pero con una población considerable prometiendo tener un gran futuro. Había dos hoteles: el Nacional y el Francia y había una parroquia en construcción.

Mientras que el tren se adentraba por Tigre, la nota relata que había bañados, pocas casas, algunos ranchos dispersos, una escuela y una quinta de un tal Sr. Arning. Una vez llegados a la Estación de Tigre, los autores señalan que había un excelente restaurant atendido por el Sr. Champion y que la estación estaba a un paso del embarcadero de vapores.

El recorrido de 24 millas en tren se realizaba en una hora y veinte minutos y se ofrecían seis trenes diarios de y hacia Buenos Aires.

 

Fuente: Torrieli, Edel, “Historias Tigrenses”, Municipalidad de Tigre, 2001.

 

[1] El Paseo de Julio abarcaba las actuales Avenidas Leandro Alem, Paseo Colón y Libertador, entre la actual calle San Martín y Avenida Alvear. Bordeaba la vieja aduana y muelles que serían demolidos al concluirse las obras de Puerto Madero. Un tramo del Paseo de Julio se acercaba al río con una muralla, por detrás de la Estación Central y la Casa de Gobierno.

2 Había varias usinas en Buenos Aires siendo que el gas fue la fuente de iluminación urbana hasta comienzos del siglo XX.




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