En diez años, la depresión se habrá convertido en la segunda causa de discapacidad, por encima de los accidentes de tránsito y mucho más destructiva que los accidentes cerebrovasculares (ACV) o las enfermedades pulmonares. Y aunque la predisposición genética es uno de los principales factores, se sabe que cada vez más los problemas cardíacos pueden desencadenar algún trastorno depresivo.
Los datos, a los que pudo acceder el diario Clarín, forman parte de un estudio realizado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) que fueron debatidos en un simposio internacional de psiquiatría que se realizó en Buenos Aires. En particular, los expertos discutieron sobre la forma en que se retroalimentan las enfermedades cardíacas y la depresión.
La investigación difundida por la OMS determinó que para 2020 la depresión provocará buena parte de las enfermedades que pueden terminar en algún tipo de discapacidad y que, sobre todo, afectará a personas de entre 20 y 50 años. “Si no se toman medidas el impacto va a ser impresionante, sobre todo porque son enfermedades en las que el estigma es uno de los mayores problemas”, explicó a Clarín Julián Bustin, jefe de gerontosiquiatría del Centro de Estudios de la Memoria y la Conducta (INECO), que ayer participó ayer del simposio sobre psiquiatría que ese centro organizó en el Malba.
Allí, uno de los principales ejes del debate fue de qué manera corazón y cerebro inciden en las afecciones de uno y otro. Bustin explicó: “Corazón y cerebro van de la mano. Todo lo que afecta al corazón luego se traslada al cerebro y por eso es muy importante destacar que al prevenir los problemas cardiovasculares también se están previniendo enfermedades mentales. Una persona con problemas cardíacos tiene más chances de deprimirse. Al mismo tiempo, una persona depresiva tiene más probabilidades de desarrollar enfermedades cardiovasculares”.
En Argentina no hay datos epidemiológicos. No existen números oficiales sobre enfermedades mentales y no se sabe cuántas personas sufren depresión ni esquizofrenia. Los especialistas coinciden en que en general las estadísticas mundiales se repiten en la mayor parte de los países y este patrón no se altera por las diferencias entre desarrollados y subdesarrollados. Así, se estima que una de cada cuatro personas padece algún tipo de problema relacionado con la salud mental.
De acuerdo con la OMS, en el mundo existen 121 millones de personas que tienen depresión, y aunque la enfermedad puede curarse si se accede a un diagnóstico temprano sólo el 25 por ciento puede tener un tratamiento adecuado.
En cambio, si la depresión no es tratada a tiempo, puede desembocar en suicidio: cada cuarenta segundos, en algún lugar del mundo, una persona decide quitarse la vida .
Pablo Resnik, director del Centro de Investigaciones Médicas de la Ansiedad, señala que “la depresión tiene altos niveles de discapacidad. Por ejemplo, una persona bipolar que está en una fase depresiva, aún siendo tratada y con buena evolución, pasa el 60 por ciento de su vida con síntomas de la enfermedad más o menos graves”.
Además de los denominados factores ambientales (como el estrés y el hastío que puede generar la convivencia en la sociedad contemporánea ), Resnik explica que la depresión tiene una base genética “muy determinante” que se combina con ciertos “eventos traumáticos tempranos”, es decir que ocurren cuando la persona tiene menos de 18 años. Y cita entre esos eventos los abusos sexuales o psicológicos, la crianza en un contexto de abandono o negligencia o la muerte de los padres. “Eso marca para toda la vida”, asegura Resnik. Pero también hechos puntuales, como la pérdida de un trabajo o de un ser querido, pueden actuar como disparadores de una depresión.
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