Vivir en zona de huracanes

Evacuación: dos horas para hacer doscientos metros. Desde que vive en Florida, USA, vivió 5 huracanes. El Irma fue realmente grande. “Nos perdonó la vida”, dijo Fabián, un porteño que hace 28 años eligió ese lugar para vivir. Después de recorrer miles de kilómetros huyendo del huracán, regresó a su casa y se puso a limpiar.

 

Lluvia constante, vientos a 100 kilómetros por hora, paredes de agua de un metro y medio que avanzan sobre las ciudades costeras, nubes que se desplazan en cámara rápida, cosas que vuelan sin control, ruido de locomotoras. El huracán Irma pasó por el caribe dejando a su paso destrucción y destrucción.

“Yo viví 5 huracanes. Dos años después de llegar a Miami, me agarró el Andrew (1992), después Mitch (1998), Katrina (agosto 2005), Wilma (octubre 2005) y ahora Irma”, contó Fabián, un argentino que hace 28 años vive en Florida, a pesar de los huracanes.

 

A la cola del huracán

Después de azotar los pequeños cayos del sur de la península de Florida, el huracán Irma entró al continente por la costa oeste; Fabián vive en Cooper City, es decir a unos kilómetros de la costa este, que no fue la más dañada.

Varios días antes de que llegara el huracán a Florida, ya se informaba a la población que deberían evacuarse. “Uno raja para el norte, a la casa de un amigo, a un hotel, a un refugio, que son escuelas o edificios públicos que se abren para que vaya la gente. Yo me fui dos días antes de que llegara Irma para que no me agarrara la aglomeración, pero aun así, después de andar un poco, estuve dos horas para hacer 200 metros, mientras consumía nafta! Las estaciones de servicio estaban atestadas, no había nafta por ningún lado. Se veían autos parados al costado de la ruta porque se habían quedado sin combustible”.

Obviamente, las rutas estaban colmadas de coches inmovilizados, porque 6.500.000 de personas se estaban evacuando. “Los gringos tienen esas cosas, les dicen que hay que evacuar y van todos por la misma ruta. Entonces nadie puede moverse y todo es un despelote”. Fabián se decidió por un camino rural y, atravesando el centro del estado de Florida, llegó a Georgia, tirándose para el lado oeste, hacia Alabama, pues se suponía que el huracán iba hacia el este. “Estábamos durmiendo en un hotel en Georgia cuando, a las 7 de la mañana, nos avisan que el huracán se había desviado y venía para la zona donde estábamos nosotros. Nos dijeron que estábamos entre dos ríos, que era zona de inundación, que no se hacían responsables por nuestras vidas ni pérdidas materiales, así que nos subimos al auto y nos fuimos”.

Miles de kilómetros atravesando Georgia, Carolina del Sur, Carolina del Norte, donde pararon cerca del Atlántico porque el huracán se había ido definitivamente para el oeste. “Manejé como un animal”, confesó Fabián.

Para no encontrarse nuevamente con 6 millones de personas volviendo, emprendieron el regreso bajo los efectos de Irma. “Agarramos la cola del huracán. Los vientos eran de 80 kilómetros por hora, ya era mucho menos, pero igualmente manejar con esos vientos no es agradable”. Los acompañó una lluvia persistente, frío, cansancio y la seguridad de que, al llegar, deberían arremangarse.

 

El día después

“El huracán no es una joda. Si uno está cerca de la costa, hay que irse porque al agua no se sobrevive”, aseguró Fabián.

Muchas personas optan por quedarse en sus hogares, inclusive quienes viven en los cayos; otros cometen locuras: “Hay gente que va a surfear porque en la Florida no hay olas, entonces aprovechan antes de que llegue el huracán. Incluso, algunos, cuando todos están evacuando, se van a pescar”.

Una recomendación básica es no andar por la calle, pues el gran problema son las cosas que vuelan. “Viene volando un tronco a 100 kilómetros por hora y te decapita”.

El huracán tiene dos focos de destrucción: el agua de mar que invade y los vientos. “Si algo pega en una ventana y la rompe, el aire entra, infla y levanta el techo. Por eso se tapian las ventanas con placas de hierro”. Por supuesto, antes de marcharse, Fabián aseguró bien su casa. “El tapial me lo tiró todo. El techo estaba lleno de ramas, el aire acondicionado voló”. En su jardín hay dos árboles históricos de 150 años que el Municipio no le permite cortar. “Algunas ramas se cayeron y hubo que cortarlas en pedazos muy chicos para poder sacarlas porque son muy pesadas”. Como en esa región los huracanes son habituales, todos tienen seguros que les permiten reponer las pérdidas, aunque “hay cosas que no se recuperan nunca”.

En los días posteriores al paso del huracán es muy difícil conseguir gente para hacer changas porque todo el mundo está ocupado. Todos salen a las calles a limpiar y aflora un “espíritu de solidaridad bien grande”. Marcando diferencias con los argentinos, Fabián destacó que “los gringos no son amigueros como nosotros, son cordiales pero distantes. Sin embargo, en momentos así, son solidarios, por ejemplo, en el camino, yendo para Georgia y Carolina del Sur, había grupos de escolares, al costado de la ruta, con carteles que decían ‘evacuados de la Florida, comida gratis 100 metros adelante’. También había gente que ofrecía habitaciones para evacuados. Eso es una cosa maravillosa que te amiga con la especie”.

Desde luego, por muchos días no hay energía eléctrica y, aún antes del retorno definitivo de la calma, desde distintos estados llegaban a Florida “flotas de camiones para arreglar el tendido eléctrico”.

Según Fabián, la prevención es excelente y también el después: “Ahora nos dieron 3 meses de gracia en la cuota del seguro de salud, la cuota del agua, de luz, del auto, de Pay Pal. Por 3 meses no pagamos nada, es como decirnos ‘recuperate en estos 3 meses’”.

Las comunidades de argentinos, centroamericanos, colombianos, peruanos, brasileros, cubanos, venezolanos volverán a empezar. Algunos, felices de “pagar el precio por vivir en el paraíso”; otros, peguntándose por qué el precio es tan caro.

Por Mónica Carinchi

 

Recuadro

El sur de la península de Florida era un extenso humedal considerado, en el siglo 19, por el Departamento de Estado como un lugar “apto sólo para el refugio de los parásitos nocivos o reptiles pestilentes”. Siempre fue un pantano monstruoso hasta que la ingeniería les permitió drenar “el exceso de agua”. Construyeron, entonces, ciudades sobre tierras desecadas, donde arrecian los huracanes y la gente, encerrada en sus casas con aire acondicionado, vive una amnesia colectiva.

La destrucción de los humedales (el Parque Nacional Everglades es sólo un 20% de toda aquella antigua región) ha provocado, por ejemplo, que el sur de Florida enfrente el peligro de no tener agua potable. En el año 2000, el Congreso norteamericano aprobó el proyecto de restauración ambiental para tratar de restaurar los Everglades, un esfuerzo sin precedentes que, aún, no ha tenido frutos.

Aislados del paisaje natural y obturados por las cirugías estéticas, imaginamos a los habitantes de Miami Beach viendo cómo avanza el mar sobre sus calles, en las pantallas del televisor.

 

Recuadro

Huracanes, muertos y pérdidas materiales

– Gran Huracán de Miami (1926): 800 desaparecidos.

– Huracán San Felipe (1928): 1800 muertos. Daños: 25 millones de dólares.

– Huracán de Los Cayos (1935): 408 muertos.

– Dona (1960): 50 muertos. Daños: 387 millones de dólares.

– Andrew (1992): 23 muertos. Daños: 26.500 millones de dólares.

– Charley (2004): 10 muertos. Daños: 15.000 millones de dólares.

– Frances (2004): 7 muertos. Daños: 8.900 millones de dólares.

– Jeanne (2004): daños: 6.900 millones de dólares.

– Katrina (2005): 1833 muertos. Daños: 108.000 millones de dólares.

– Wilma (2005): 22 muertos. Daños: 16.800 millones de dólares.

¿Cuántas vidas y dinero se hubiese ahorrado si hubiera primado el sentido común?

Cuando un lugar no es habitable, no es habitable.

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