Club Peñarol: meta palo y a la bolsa

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Radiografía de un club barrial. Desde hace 7 años, este club se encuentra en una situación irregular. Raúl, el bufetero, contó a este medio sus desventuras con el presidente que ya no es tal y con una comisión fantasma. Denunció la intensión de construir edificios en el predio del club.

Hay épocas en que la gente se junta para construir una historia común, así ganan muchos; hay otras en que la individualidad se impone y entonces ganan los vivillos. Pareciera ser que en muchos clubes sociales está pasando esto último, situación que sólo puede modificarse si la comunidad reacciona a tiempo.

En Ruperto Mazza y Rocha está el Club Peñarol, institución que se mantiene en pie desde hace 7 años porque el bufetero, Raúl, persiste en el lugar.

Remontándose al primer día que puso un pie en el club, recordó que tuvo ganas de dar media vuelta e irse porque “las instalaciones eran un desastre”. Consecuente con ese estado, a la semana tuvo que comprar “heladera, freezer, panchera, vasos”.

Con el correr del tiempo comenzó a sentir que estaba bastante solo; el único que se presentaba todos los martes, a recaudar el dinero semanal, era el presidente Juan José Buscarón. “A pesar de llevarse la recaudación, yo le decía ‘no hay pelotas’ y él me respondía ‘no hay plata’; ‘se rompió una lamparita’, ‘no hay plata’; ‘hay que arreglar esto’, ‘no hay plata’”. Cansado de este estado de cosas, Raúl empezó a recabar información hasta dar con un socio que le proporcionó los nombres de todos los integrantes de la comisión directiva, que durante 3 años jamás pisaron el club.

“Los fui a ver uno por uno. Logré reunirlos a todos en el club. Entonces le di a cada uno una carpeta con la contabilidad semana por semana, mes por mes y año por año. Les dije que yo, en esos 3 años, le había entregado al presidente 240 mil pesos y en el club no había nada porque cada vez que yo le pedía algo, él me decía que el club no tenía un peso. Pero se supone que la plata que yo le di al presidente era del club. Les dije eso y los dejé solos”, contó Raúl.

Recostado sobre la mesada del buffet, a la media hora, escuchó tronar la puerta de salida: era el presidente que ya no era presidente, pues la comisión directiva lo había echado. “Me llamaron y me ofrecieron entregarme el club; pedí dos años y aceptaron”. Pero otra vez lo dejaron solo.

 

Recaudador oficial

“Yo me maté trabajando para el club”, manifestó Raúl y, evidentemente, es así, pues funcionarios municipales le dijeron: “Todo Tigre sabe lo que vos hiciste por el Club Peñarol”.

Con dinero propio, Raúl fue poniendo en condiciones el edificio. Reconoció también que el Municipio colaboró: “Un día vino Zamora y me preguntó qué necesitaba, le dije que había que arreglar el techo porque se llovía todo. Dejó un cheque de 30 mil pesos, de los cuales gasté 19, los otros 11 mil, no sé nada…”. Obviamente, el cheque lo recibió el presidente.

Cuando la comisión directiva lo dejó al frente del club, Raúl aceptó la condición de mantener todos los servicios al día. “¡Me encontré con unas deudas!! Había 20 mil de agua, cortaron el gas, debía $30 mil a la Municipalidad”. Se llevó otra sorpresa cuando el señor que habita la casita que está pegada al club, se presentó ante él y le dijo: “Raúl, me cortaron el gas, yo no puedo estar sin gas”. Ahí se enteró que él le estaba pagando el gas y el agua al inquilino, pero el alquiler lo cobraba todos los meses el presidente del club.

Aún así el club siguió abierto, pero sin actividades ni siquiera para niños, dado que el presidente echado se peleó con los padres de baby fútbol. “El baby está subvencionado por la Municipalidad, que entrega 2 cheques por año, uno en marzo y otro en diciembre. Este señor los cobraba y… por eso tuvo muchos problemas con la gente de baby, los padres cortaron Cazón, querían quemar el club. Arnedo me dijo un día ‘lo quiero matar a este tipo, dejó 120 chicos en la calle’. Yo me pregunto cómo está sentado en la Asociación de Clubes, si ya no tiene club”.

Para esta pregunta, él mismo se dio respuesta: “Él está ahí agarrado de dos partes, Chingolo y Marina”.

Como la gran preocupación del bufetero es seguir trabajando, hecho que se dificulta si no hay una comisión directiva en funcionamiento, Raúl fue a la Municipalidad a hacer la denuncia: “No me dieron ni cinco de bolilla”. Fue, entonces, a la Asociación Nacional de Clubes de Barrio, golpeó puertas y hasta fines de septiembre siguió clamando por una comisión directiva. “El problema es que esta gente”, expresó Raúl, “se quiere quedar con la propiedad, pero yo estoy adentro, porque si yo no estuviera, hoy no había más club. En la esquina se hizo una torre y pensaban hacer 3 más para atrás. Presentaron un proyecto para hacer el club abajo y una torre arriba”.

¿A quién le habrán presentado el proyecto? A los socios no, porque no los tiene. ¿A sí mismos? ¿Tiene una comisión directiva facultades para decidir sobre el destino de un predio cuando la institución ya no cumple su función? ¿No estará escrito en los Estatutos el destino que se le dará al predio en caso de que la institución no siga funcionando como tal?

Es evidente que las costumbres sociales se han modificado y, quizás, ya la gente no esté interesada en concurrir al club del barrio. Pero si esto es así, el predio no puede transformarse en un negocio inmobiliario, debe seguir siendo un espacio al servicio de la comunidad. Podrá transformarse en una plaza, en una reserva urbana, en un jardín de infantes, pero jamás en un negocio inmobiliario!!!

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