“El bombero, uno lo lleva adentro”

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Bomberos Voluntarios de Tigre estuvieron colaborando en Corrientes. A raíz de los terribles incendios en la provincia de Corrientes fueron convocados bomberos de toda la provincia de Buenos Aires. Desde Tigre centro salieron tres bomberos con un camión cisterna de 9000 litros. Se enfrentaron al fuego, al calor, a la sequía, a la mortandad de animales. Dijeron que, si fuese necesario, volverían.

        Dada la dimensión colosal de los fuegos en Corrientes, llegaron hasta allí bomberos voluntarios de otras provincias. Desde Buenos Aires partió una caravana desde Moreno conformada por 50 vehículos entre camionetas forestales, camiones cisternas y colectivos de la policía bonaerense con personal. En una parada en Zárate se agregó más gente.

        Del cuartel central de Tigre partieron Jorge Botías (reservista), Adolfo Balbrich y Cristian Andino. Tanto Jorge (50 años de bombero) como Adolfo (45 años), quienes estuvieron en la entrevista, coincidieron en que era la primera vez que participaban en un incendio de tal magnitud. Salieron con un camión cisterna de 9000 litros. Estuvieron una semana en Santo Tomé y al volver, comenzó a llover.

        “El operativo se armó a un kilómetro de Santo Tomé porque el fuego estaba rodeando la ciudad por los campos y los montes. A la vera de la ruta 14 hay un recreo viejo que estaba cerrado, con un piletón con agua. Ahí armamos el campamento y salíamos para donde nos llamaban. Salían helicópteros y la policía a rastrillar y cuando veían focos, avisaban por radio”, contó Adolfo. El trabajo fundamental que tuvieron fue abastecer las piletas de donde se aprovisionaban las camionetas forestales y los cisternas.

        Santo Tomé está sobre el río Uruguay, cerca de Misiones.

        Los entrevistados destacaron que la sequía era máxima, “nos dijeron que de agosto no llovía”, aportó Jorge Botías.

        Arrancaban a las 7 de la mañana y trabajaban hasta las 10 u 11 de la noche. “De noche, si no hay luz, es imposible trabajar porque se puede meter el pie en cualquier lado y uno se quiebra una pierna. Además, hay muchos animales salvajes, víboras, no se puede caminar porque no se ve nada”, aclaró Botías y Balbrich agregó: “No se trabaja, salvo si hay alguna casa en peligro”.

        El fuego era tanto y estaba tan descontrolado que pasaba de un lado a otro de la ruta. “A la noche se veía todo prendido, focos dispersos por el campo”.

        Al ser tanta la sequía, el fuego se apaga por arriba y debajo quedan brasas que no se ven y “con el mismo viento, las brasitas vuelan y agarra de nuevo. Es una cosa de nunca terminar. Por eso lo más efectivo es la lluvia, pero para apagar ese incendio tenía que llover una semana entera”, explicó Adolfo. Y para tratar de dimensionar el fenómeno, hizo un símil: “En el pasto seco, el fuego camina. Es como tirar en el piso un balde de agua que empieza a correr, el fuego es exactamente lo mismo”.

        Como las camionetas forestales no tienen bomba de presión, el agua no penetra lo suficiente los pastos, entonces “se apagan por afuera, pero abajo queda prendido y a la noche, cuando sopla el viento, vuelan brasas y agarran otra vez el pasto seco”, reiteraron.

        Las camionetas se utilizan porque tienen más maniobrabilidad en caminos angostos, en tanto que al camión cisterna le cuesta dar vuelta, son más pesados y pueden caer a zanjas. “Nosotros fuimos unos 4000 metros adentro, a una casa donde había una familia con una criatura. Y cuando llegamos se dio vuelta el viento, quisimos salir con el camión y no pudimos. Nos tuvimos que quedar con todas las camionetas a esperar que pase el fuego por la calle y quemara todo el pasto para poder salir a la ruta”.

        Otro problema fueron los pinares. “Son muy inflamables. Había montes de 10.000 o 15.000 metros de largo y los quemaba en media hora. El fuego venía por arriba de la copa. A los árboles los consume como si fueran papel”, describió Adolfo y Jorge añadió: “Al otro día se veían palitos, nada más”.

        A este paisaje dantesco hay que agregar la muerte de los animales. “Veíamos a las aves revoloteando alrededor de los montes porque allí estaban sus nidos. No se iban”.

        En los campos había nutrias, carpinchos, liebres, ñandúes. “El hábitat de ellos quedó destruido”.

        En esa zona también hay ganado. La forma más efectiva de salvarlo es cortar los alambrados para que se vayan. “A veces las vacas corren al revés y se meten en el fuego. Según la gente de ahí, las atrae el color del fuego”.

        Los animales que sobreviven no la pasan bien: “Las vacas que quedan vivas, quedan sin pastura. Por la ruta vimos camiones que mandaban de acá con fardos porque las vacas que quedaron se iban a morir de hambre. Encima había poca agua”, recordó Adolfo. Y Jorge, muy descriptivo, dijo: “Vimos algunas vacas que eran puro hueso”.

        Tuvieron que soportar temperaturas terribles, polvillo – “la tierra colorada es como si fuera arcilla” – nubes de ceniza. “Yo estuve 5 días afónico, fui al hospital de campaña porque tenía la garganta irritada y el médico me dijo que era de respirar ese humo y el polvo todo el tiempo”, contó Adolfo.

        No podían usar trajes especiales por el calor. Jorge andaba “con remera y alpargatas”.

        Además de la tarea en tierra, Adolfo destacó la tarea de los helicópteros: “Largan el agua en lugares estratégicos. Se comunican con la gente que está abajo por radio y les dicen dónde tienen que tirar el agua y la tiran justo en el lugar indicado. Tienen una precisión bárbara”.

        Como ya se sabe, hubo grandes pérdidas: “Los animales mueren de hambre, quemados o se lastiman. Lo que más se pierde es la fauna silvestre. Los montes de pinos tardan unos 20 años en crecer. Los productores chicos perdieron todo en un abrir y cerrar de ojos. Los que tienen mucho campo están preparados, tienen piletas, bombas, un montón de cosas que otros no tienen”.

        Toda la destrucción fue provocada por la negligencia de los “grandes”: “En Corrientes todos los años hacen quemas de pasto porque en esa zona hay plantaciones de soja, entonces a los grandes chacareros el pasto les molesta y prenden fuego en sus campos. Y como este año había tanta sequía y los vientos cambian continuamente y soplan fuerte, se les fue de la mano el fuego”.

        Después de esta vivencia tan extrema, la pregunta es obvia: ¿volverían?

        La respuesta de Adolfo Balbrich: “Sí, estamos para eso. Uno piensa en la familia, pero volvería”.

        La respuesta del reservista Jorge Botías: “Sí, volvería, es lo que más me gusta”.

Por Mónica Carinchi

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