Hacer huella en la sensibilidad

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Los mejores sistemas educativos del mundo invierten en educación para la primera infancia. Las directoras del jardín de infantes Fabulinus visitaron escuelas infantiles europeas. Allí, no se teme que los niños se suban a los árboles, ni que hagan fuego; se los educa en la amabilidad y el respeto por el otro.

Durante la infancia, el acceso a la educación representa la posibilidad de adquirir aprendizajes sociales, culturales, emocionales y físicos. En nuestro país, la sala de pre-escolar, o sea de 5 años, es obligatoria. Sin embargo, muchos infantes no tienen acceso a ella por varios motivos, entre los que se destaca la falta de edificios escolares y, también, de personal capacitado.

La obligatoriedad fue sancionada en la década del 90, entonces surgieron los jardines con aulas superpobladas que van entre los 28 y 34 niños, cuando lo aconsejable es que no excedan los 20. Obviamente, la superpoblación de las aulas no condice con ningún criterio pedagógico. Por lo tanto, menos obligatoriedad y más oferta.

Mientras tanto, en el viejo continente transitan por propuestas educativas, para la primera infancia, al aire libre y sin mayor despliegue de recursos económicos, que se invirtieron, previamente, en la capacitación de las maestras.

 

La educación que queremos

Las directoras del Jardín de Infantes Fabulinus participaron del Congreso Internacional de Educación Infantil: “El derecho a la educación que queremos”, organizado por la Asociación de Maestros Rosa Sensat, en Barcelona. El mismo incluyó visitas de estudio a escuelas infantiles de Barcelona (España), Pistoia (Italia) y Aarhus (Dinamarca). En las tres ciudades, las escuelas infantiles son municipales, pero no son gratuitas.

 

Pistoia, ciudad educadora

Al norte de Italia, en la Toscana, se encuentra Pistoia, una pequeña ciudad de no más de 100.000 habitantes. Allí se desarrolla, desde los años 60, un proyecto educativo para niños de 0 a 6 años en el cual, anualmente, el municipio invierte mucho dinero. “Esas escuelas tienen una modalidad muy similar a la que implementamos en nuestro jardín”, explicó Alejandra Dubovik.

Esta pedagogía sostiene que hay 3 educadores: la familia, los maestros y el espacio físico, por eso “el ambiente es bello, se busca que promueva la sensibilidad estética; importan los colores, la luz, el mobiliario”.

Los niños pueden ir a partir de las 6.30 de la mañana hasta las 14 hs. Luego, “como en toda Europa es muy difícil conseguir personal que cuide niños, han organizado dispositivos culturales educativos. Son casas bellísimas que tienen especialidades: arte, juegos de construcción, literatura. Los padres compran, en el ayuntamiento, talonarios de 20 bonos y con eso pagan. Se avisa con anticipación que se va a llevar al niño porque reciben hasta 60 chicos. Así se resuelve dónde dejar a los niños si los padres no los pueden cuidar. Estos dispositivos también existen en Barcelona y en Dinamarca, incluso para adolescentes”.

Otro aspecto importante en los jardines de Pistoia es la comida: “Los chicos comen con mantel, se ponen flores en la mesa, los vasos no son descartables, sino de vidrio, comen con los mismos cuidados que los adultos. El almuerzo y la merienda son acontecimientos muy importantes. Nosotros, desde el año pasado, hacemos lo mismo en nuestro jardín. Los viernes, las madres mandan tortas de frutas, porque queremos que coman más frutas. Todos los días traen flores para la mesa. Así, desde la infancia, saben cómo armar una mesa, cómo recibir a otro. Es un trabajo que tiene que ver con ser cordial, amable”.

Esta pedagogía se basa en que el niño debe vivir y disfrutar una experiencia personal y esto se ve fortalecido por un nuevo movimiento: “La pedagogía del caracol se está haciendo muy fuerte. Se trata de hacer todo lentamente para dejar una huella. Nos pareció interesante tener un tiempo para todo, son los tiempos de la naturaleza, no apurar a un niño para que lea o camine antes de lo debido”, señaló Alejandra Piscitelli.

 

La escuela del bosque

En Dinamarca visitaron la propuesta educativa de Aarhus, la segunda ciudad más importante de ese país. “Allí tienen dos modalidades: las escuelas que están dentro de la ciudad y las escuelas del bosque”.

Justamente en Dinamarca se fundó, en los años 50, la primera escuela infantil al aire libre, de Europa. Actualmente existen entre 200 y 300 escuelas infantiles que se llaman “colegio del bosque”. “Las escuelas del bosque sólo tienen un micro escolar que pasa a buscar a los chicos por sus casas y los lleva al bosque. Allí hay una caseta muy chiquita donde los chicos cuelgan la ropa y si algún día llueve mucho, se quedan ahí. Los chicos están todo el día al aire libre, entre los árboles, en hamacas paraguayas. Unos juegan con barro, otros hacen ramos de flores, otros juntan ramas. Lo importante es el contacto con la naturaleza”.

Los maestros acompañan a los niños con su mirada atenta y no enloquecen si alguno sube a un árbol. “Acá, vamos y lo bajamos; allá, no, suben hasta arriba”, remarcó Dubovik. Tampoco se asustan con los elementos cortantes: “Así como nosotros tenemos la cajita de los lápices, ellos tienen la caja de los cuchillos”.

En un bosque, en invierno – que es casi la estación permanente en Dinamarca – no puede faltar la fogata: “El fuego lo prenden los chicos”. “Invierno y verano están en el bosque, pero el verano no es muy distinto al invierno. El día que yo fui, lloviznaba, así que estaban con piloto y botas y estaban jugando. La actividad no se suspende por mal tiempo”.

En tanto las escuelas de la ciudad le dan mucha importancia a la huerta: “Tienen gallinas, conejos, aprenden a cuidarlos”. No tienen la costumbre de separar a los niños por edad, sino que “replican el hogar, están todos juntos, de 0 a 5 años. Son lugares muy bonitos, con mucha luz, pero los chicos están fundamentalmente afuera. Cuando los bebés duermen, todas las cunas están afuera, en un corredor con alero porque consideran que, si están encerrados, se van a contagiar los virus”.

A pesar de tanto frío, en los jardines no hay calefacción: “Tienen muy claro que uno debe adaptarse a la naturaleza. Eso es interesante para que aprendamos”.

Una diferencia importante con nuestro país es la relación con la lecto-escritura: “Acá queremos que, desde la sala de 2 años, ya estén reconociendo la inicial del nombre. Ellos consideran que ese es un trabajo de la escuela primaria”. Quizás esta preocupación de la escuela argentina esté alimentada desde el ámbito comercial, ya que “las editoriales largan un cuadernillo cada año”. En relación al tema, la directora del Jardín Fabulinus recordó: “Piaget dice que si uno emocionalmente está bien, como efecto colateral los aprendizajes se van a dar; dice que la emoción es el motor o el freno de la inteligencia”.

También en Dinamarca existen escuelas que agrupan a poblaciones de bajos recursos y en general van los hijos de inmigrantes, que igualmente pagan, pero “menos porque se paga un porcentaje de los ingresos”.

Seguramente la existencia de inmigrantes instaló en la educación “el respeto hacia el distinto. En un jardín se encuentran culturas muy distintas, un chico de Etiopía, un árabe, uno muy blanco y otro de tez muy negra. Hay que aprender a convivir, a respetar el cuerpo del otro y, en el juego, los chicos mismos se ponen los límites”.

 

A ocupar las plazas

En Barcelona visitaron las escuelas de verano que funcionan en los edificios escolares, pero, además, “hacen mucho uso de las plazas”. “Un día fuimos a la plaza y habían llevado vasitos, fuentones, cosas para jugar con agua. No son grandes emprendimientos, porque no se trata de llevar, por ejemplo, un grupo de titiriteros, porque así los niños se transforman en espectadores y lo que busca esta pedagogía es que ellos sean protagonistas”. Para que esto pase, los adultos deben estar atentos a las necesidades de los niños, deben “andamiar todo el tiempo y cuando ven que los niños ya pueden solos, se retiran”.

“El docente realiza la preparación del espacio, que también en esta mirada es el tercer educador. Decide los materiales previamente, porque no es lo mismo poner coladores o vasitos, porque se está decidiendo si el niño va a ver cómo cae el agua o cómo se contiene. Es decir que la función del adulto es ver qué materiales va a poner. Después el chico va y hace, explora, investiga, va desarrollando sus hipótesis. Entonces aparece la otra función del maestro que es la pedagogía de la escucha, o sea que escucha qué dicen los chicos, anota y ve por dónde van para preparar el nuevo espacio”.

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