Clima de crispación

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Opinión. Los cacerolazos del mes pasado. El fomento del odio y la intolerancia. Las posturas antidemocráticas. La Ley de Servicios Audiovisuales y el llamado “7d”. La inflación. El dólar como indicador del bienestar de la economía. El estilo político de Cristina Fernández. El malhumor de una parte de los argentinos.

 

Los cacerolazos de las últimas semanas, si bien lejos están de haber sido una gesta épica o un punto de inflexión, implicaron una manifestación importante de un sector de la población que demostró su descontento con el Gobierno Nacional.

Las consignas de las pancartas enarboladas en estas marchas no sólo eran poco claras, sino que algunas eran incompatibles con la vida en democracia por su nivel de intolerancia y agresión, e incluso otras eran contradictorias en sí mismas. Por ejemplo, la consigna “que se termine la dictadura del kirchnerismo” es una falacia en sí misma porque este Gobierno fue elegido por más de la mitad del electorado en elecciones limpias y democráticas, y el hecho de que se pudieran manifestar libremente tampoco condice con un régimen dictatorial en el que no podrían ejercer ese ni otros tantos derechos como el de la libertad de expresión, que tanto se dice que se vulnera y que está en riesgo.

En nuestro país el derecho a la libertad de expresión se puede ejercer y de hecho se ejerce plenamente. Este Gobierno fue el que impulsó la Ley de Servicios Audiovisuales que tiene como fin democratizar el acceso a los medios de comunicación, posibilitando la participación de organizaciones sociales, radios barriales, asociaciones civiles, universidades y otros actores para diversificar la variedad de voces que recrean el universo de la palabra. Justamente los monopolios de medios de comunicación son los que están viendo afectados sus intereses económicos basados en la concentración de medios y en la hegemonía del mensaje y, ante la inminencia del llamado “7d”, agitan todo tipo de fantasmas, y fomentan la idea de que la libertad de expresión está en riesgo con esta medida cuando lo que está en riesgo es la continuidad de sus fabulosos negocios. El 7 de diciembre vence el plazo otorgado al Grupo Clarín que permitió que hasta ahora no se atenga al cumplimiento de la citada Ley, lo cual significa comenzar con la desinversión. Otros constitucionalistas sostienen que a partir del 07/12 comienza recién a correr el plazo para adecuarse a la Ley. La tensión está instalada.

Se puede no compartir el estilo de gestión y no estar de acuerdo con las medidas que adopta el oficialismo, pero de allí a sostener que este Gobierno es una dictadura es lo mismo que decir que si el Gobierno no responde a mis intereses lo invalido en su naturaleza. Es decir, un gobierno es democrático si responde a mis propios intereses, si no lo hace, no es democrático, es una dictadura y ergo, tengo el derecho de derrocarlo. Se trata de una actitud de privilegio, “en la que mis derechos son superiores a los de los demás”. Recordemos los argumentos imprecisos y poco consistentes esgrimidos contra el Presidente Lugo en el Golpe Institucional dado en Paraguay. Comentarios que señalan que vivimos bajo una monarquía o una dictadura se repiten una y otra vez y contribuyen subrepticiamente a alimentar un clima de desestabilización democrática.

Una sociedad con mayor madurez y responsabilidad cívica tendería a la conformación de un partido político y a la formación de líderes políticos que representen los intereses legítimos de este sector de la población y de esta manera, generar una fuerza de oposición que se presente a elecciones dentro del marco de reglas que establece la Constitución Nacional. Se deja en evidencia una vez más la orfandad de liderazgos en la oposición que tengan la capacidad de conducir las inquietudes de este sector del electorado.

Los mensajes manifestados encierran un alto componente de egoísmo, de mirada obtusa, que sólo observa el ombligo sin mirar al conjunto de la sociedad. Había un mail que circulaba y que decía: “Pertenezco a la mitad de argentinos que subsidia a la otra mitad”. Tal como señala Eduardo De la Serna, la mayoría de los planteos y consignas eran absolutamente individualistas: “quiero salir a la calle sin que me roben” era el planteo de la seguridad; no el bienestar social como “seguridad”; “quiero poder viajar” como si los “cientos de miles” (mejor dicho, “millones” de pobres) alguna vez hubieran podido viajar sin que nadie levante su voz a favor de ese derecho… La multitudinaria “marcha del yo” preocupada por “mis” derechos se manifestó coherentemente en que cada “yo” tenía su propia consigna; no había un “nosotros”, un “Pueblo”, salvo que al extraño momento en el que se cantó “si éste no es el Pueblo…” se le dé alguna entidad[1]. Ese componente individualista, gorila y descalificador tan típico de ciertas clases altas y medias, que han sido históricamente protagonistas de sucesivos Golpes de Estado y de actitudes antidemocráticas, aflora cuando sus intereses particulares más sensibles son afectados.

Por otro lado, en esta movilización han confluido distintos grupos de personas, muchas de las cuales han utilizado las redes sociales como vía de comunicación. Se podría decir que hay un núcleo duro de activistas que tienen intereses claros en fomentar un clima de desestabilización, entre los cuales están Clarín, La Nación, grandes grupos económicos y sus aliados, resabios de derecha recalcitrante que ya no encuentran representación en un sistema democrático; y un sector de clase media que tomando datos de su realidad como el aumento de precios, y lo que le aportan los medios, se suma a estas movidas solidarizándose con los fines egoístas de los sectores hegemónicos – en forma consciente o no – y termina adoptando el mismo nivel de agresión que sus nuevos pares. En este sector puede haber incluso electores que han votado a Cristina en la última elección.

Más allá de aquellos que se han manifestado públicamente, ¿cuáles serían algunas de las causas que están generando malhumor en parte de los argentinos? Uno de estos puntos es la inflación, que es uno de los problemas centrales de la economía, y que se observa en la suba del precio de los alimentos y en la pérdida del poder adquisitivo del salario siendo un indicador que millones de argentinos pueden palpar día a día, y que provoca profundo malestar. Pero la inflación hoy no está impulsada por las causas tradicionales como el gasto público y la emisión monetaria, sino que, además de factores vinculados al sector externo, en este momento se está desarrollando una fuerte puja distributiva entre el capital y el trabajo, que se expresa tanto en el aumento de precios como de los salarios. Se suelen hacer apreciaciones ligeras que no dejan en evidencia la intensa pelea que se está dando por el reparto del ingreso, y en la que se pretende hacer recaer los costos de la crisis global en los consumidores locales.

Asimismo, la fluctuación del dólar y los desequilibrios de la economía que han generado una escasez de dólares y la consecuente restricción a la compra de moneda extranjera, contribuyen a alimentar la sensación de incertidumbre. Cuando el dólar comienza a fluctuar, esto significa que se avecina una crisis, y en el inconsciente colectivo, los argentinos se arrojan a la búsqueda de la preciada moneda y/o a ahorrar lo atesorado, hasta el momento, en dólares. ¿Si ha pasado antes, por qué no pasaría nuevamente?, se preguntan muchos.

Producto de las históricas hiperinflaciones, el dólar se ha transformado en el indicador de la salud de la economía. Funciona como un termómetro. Cuando la información es confusa, y cuando se observa que hay marchas y contramarchas en las decisiones que se van tomando (que se puede comprar dólares para viajar por la cantidad de días, que se puede comprar con tarjeta de crédito y luego que le agregan una especie de recargo, etc.), es decir cuando no hay una comunicación clara desde el comienzo, las especulaciones afloran y los medios de comunicación adquieren el insumo necesario para agigantar fantasmas.

La economía argentina está altamente dolarizada, y sectores como el inmobiliario han manejado históricamente sus transacciones en la moneda norteamericana. En otros países como Brasil a nadie se le ocurriría realizar una operación comercial en dólares, pero aquí es considerada la moneda de cambio que no deprecia su valor, y se ha transformado en el patrón de medida de los precios de bienes y servicios.

Los sectores medios y altos suelen ahorrar en dólares y ahora observan que se les quita esa posibilidad, y la incertidumbre y el temor se acrecientan. Me parece que no hay que subestimar el significado psicosocial profundo e histórico que tiene el dólar en algunos sectores de la población, y visualizar cómo esto repercute en su imaginario y en su consecuente accionar. Volver a generar confianza en el peso no es una cuestión de medidas sino que se trata de un proceso cultural.

También hay un dato curioso que no hace a la cuestión de fondo pero que sin embargo genera efectos en el humor social de ciertos ámbitos de la clase media y alta. Se trata del estilo de presentación pública de la Presidenta que genera irritación en algunas personas. A partir de la muerte de Néstor Kirchner, la Presidenta ha adoptado un discurso con componentes de ironía y a veces, de comicidad que por momentos parece excesivo y no apropiado a su investidura, y además, cierto aire de soberbia en su persona, en un clima de crispación como en el que estamos, le echa más leña al fuego.

De todas maneras, si hacemos un análisis de una gestión de gobierno, lo sustancial no serán las formas, los estilos y las apreciaciones sino el contenido de las medidas y en eso hay que puntualizar. Pero vivimos en una sociedad en la que los factores psicosociales están jugando un papel considerable en el análisis que algunos ciudadanos hacen de la realidad política. Los medios son los que fomentan esas sensaciones y le agregan letra y voz. De todas las consignas, la postura de no a la re-reelección es una de las más sensatas que termina siendo como la punta del iceberg de una serie de reclamos que hacen agua en su inconsistencia.

El monopolio Clarín y La Nación no sólo titulan todos los días mentiras y tergiversaciones flagrantes y mal intencionadas sino que alimentan día a día la sensación de miedo e inseguridad, de que todo es un caos y de que el país no tiene rumbo. El aumento de la violencia, la agresión y el fomento del odio son otras características que agravan este cuadro social. En uno de los cacerolazos había un cartel que decía: “Que Cristina se vaya con Néstor”. ¿Qué se puede agregar después de esto?

Incluso sería saludable en este contexto que se conforme una opción democrática para una parte de la población que si bien tiene una posición crítica hacia el Gobierno, no se sumaría a las posturas desestabilizadoras que atentan contra el sistema democrático que tanta sangre nos costó conseguir.

Por Maribel Carrasco

Lic. en Ciencia Política

 

[1] Página/ 12- 15/09/2012.

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