“Fue una experiencia que me cambió la vida”

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Para estudiar siempre hay tiempo. A los 78 años se anotó en el plan FINES para hacer el secundario. Puso dedicación, esfuerzo, pasión y, después de tres años, recibió su título el 27 de diciembre del año pasado. Se llama María Rosa Quintana, es vecina de Tigre Centro y se transformó en un ejemplo para sus compañeras, amigas y, también, para sus tres hijos.

 

        Salir a la calle y encontrarse con algo que a uno le cambia la vida, es un regalo del cielo. Esto le pasó a María Rosa Quintana, una vecina que, con simpleza, nos contó: “Un día salí como de costumbre a hacer los mandados, pasé por el Club Alberdi y leí ‘cursos para mayores’, entré a preguntar por curiosidad. Me atendió un señor muy amable y me dijo algo que no olvido: ‘¿qué anda buscando, amiga?’. Y me anoté. Fue una cosa espontánea, no lo estaba buscando. Era el plan fines. Me anoté para ver qué pasaba y me fue interesando”.

        No sólo hubo interés, lo que se advierte conversando con María Rosa es que surgió pasión por el conocimiento y eso le permitió superar todos los obstáculos y, finalmente, recibir su diploma de finalización de estudios secundarios, el 27 de diciembre pasado.

 

Siempre en el corazón

        Oriunda del Paraná Miní, tuvo muchos hermanos para corretear por la isla, trepar árboles y perseguir gallinas. A los 8 años se vino a tierra; la primaria la hizo en la escuela 6, “cuando estaba en Oliveira César”. Y fueron surgiendo las vivencias: “En 3er. grado, las tablas había que aprenderlas o aprenderlas, íbamos una hora antes y nos quedábamos una hora después, hasta que no sacábamos bien la lección, no nos retirábamos. De los nombres de las maestras no me acuerdo; del director, sí, se llamaba Serantes. Todos formados le decíamos ‘buenos días, señor director; hasta mañana, señor director”. De esas cosas uno no se olvida”.

        A los recuerdos del primario, ahora se suman los del secundario: “El primer día fue como los chicos cuando empiezan el colegio, con emoción y nervios”.

        En el gran salón que oficiaba de aula había 18 personas, sólo 2 eran varones; las edades oscilaban entre “20 y pico y 78”, y la mayor era, justamente, María Rosa.

        “La profesora que nos recibió fue Victoria Cristanello, nos dijo que cada uno iba a tener la oportunidad de hablar, pero no todos juntos. Nos dio una cátedra como de hora y media”, contó con sonrisa pícara nuestra entrevistada, agregando: “Había que portarse bien; a veces cumplíamos y, a veces, no”.

        Con el tiempo se fue armando una relación de mucha camaradería y las compañeras más jóvenes, cuando en algún momento María Rosa insinuó dejar, le dijeron “si no venís, te vamos a buscar”.

        Con mucha sinceridad, nuestra vecina señaló: “No me fue fácil, pero me ocupé muchísimo, le dediqué todo mi tiempo, fui a la biblioteca, busqué apuntes, compré libros y, para hacer las tareas, me busqué profesoras particulares”.

        A la dificultad del estudio, se sumaba el frío: “Algunas alumnas, cuando empezó el frío, abandonaron. Salíamos con las piernas duras. Igual, para mí, no era sacrificio, porque yo vengo de una niñez muy pobre, entonces eso no me asustaba”.

        Días y noches de dedicación dieron sus frutos: “Para biología dibujé un esqueleto y puse huesito por huesito, todos los nombres. El profesor me puso un 10. Eso me fue animando”.

        Quisimos saber cuál fue la materia que más le gustó y, con sorpresa y también con admiración, escuchamos: “Ese es mi problema, me gusta todo”. Aún así, la filosofía se ha ganado un lugar especial, tanto que actualmente está leyendo La Metafísica de Aristóteles y, a partir de marzo, comenzará a buscar cursos sobre la materia.

        María Rosa destacó el trabajo de los profesores jóvenes que “fueron un amor” y recordó especialmente a su compañera Lucía que “no faltó ni un solo día en los 3 años”.

        La felicidad durante los tres años de estudio se completó el día del acto académico cuando se enteró de que sería la abanderada. “Yo no me lo esperaba, supongo que fue por mi edad”. Indudablemente, también fue por haberse destacado como alumna, ya que sus notas siempre fueron muy altas. Todos los presentes redoblaron sus aplausos cuando María Rosa ingresó al salón de actos portando la Bandera Nacional y sus tres hijos la acompañaron con sus miradas, orgullosos y emocionados.

        Con sus 81 años, María Rosa aseguró que “la edad no es un límite” y recomendó a todos que hagan la experiencia porque “les va a hacer muy bien, siempre que tengan predisposición para estudiar. No lo piensen dos veces. Para mí es algo inolvidable, un recuerdo que voy a llevar siempre en el corazón”.

        Felicitaciones, María Rosa. Con seguridad le decimos que sus profesores nunca la olvidarán.

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