“La vejez es una etapa interesante para vivir”

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Tiene 97 años y muchos proyectos. Victoria Catalina Vassallo nació en el Delta entrerriano, vivió en San Fernando y, desde hace muchos años, es vecina de Tigre. Fue concejal, instructora de yoga, está escribiendo su segundo libro y se presentó por tercera vez en los Torneos Bonaerenses.

 

En el Delta entrerriano, sobre el río Paraná Bravo, nació el 11 de junio de 1915, en la cama de su madre, Victoria Catalina Vassallo. “Cada vez que nacía un chico, había que agarrar la canoa para ir al departamento de Ibicuy a anotarlo”, explicó Victoria, mostrando su partida de nacimiento.

En esa costa brava, donde sólo había barro, agua, pájaros, con nueve hermanos, una madre uruguaya que sabía hacer de todo y un padre italiano que siempre cumplía su palabra, Victoria pasó su niñez. No tuvo juguetes, no fue al colegio, trabajó desde pequeña y fue forjando una personalidad serena y amable que a los 97 años le permite decir que “la vejez es una etapa interesante para vivir”.

 

Sin juguetes

En la isla que habitaba con su familia tenían como vecinos “criollos que tenían casas de tierra, vivían de lo que cazaban y pescaban; según los vientos, sabían dónde estaban los animales. Una de las familias eran los Soto”, recordó Victoria. Estaban también los italianos y los portugueses, a los que “no les gustaba trabajar”.

Aquella niña inquieta fue muy compañera de su padre y con él iba, por las noches, “en la canoa, para tirar las redes y pescar pejerrey”; en tanto, por la mañana, regaba las quintas.

Después de trabajar, había tiempo para el juego: “Nosotros mismos hacíamos nuestros juguetes. La muñeca era una horqueta, le poníamos un vestido o un pantaloncito. Un día, mi madre dibujó una muñeca sobre una tela, la cosió y la rellenamos con el semitín que se le daba de comer a los chanchos. Los chicos éramos amigos de los animales, por eso yo fui y le mostré la muñeca al chancho… que se la comió”. Si la niñita de aquel entonces quedó desconcertada, hoy Victoria lo cuenta desde su comprensión de la naturaleza.

“Nosotros no teníamos nada, vivíamos en la pobreza, pero un día mi mamá me compró un vestido azul clarito. Se lo compró a los turcos que pasaban en las lanchas. Yo colgaba el vestido frente a la ventana, así el que pasaba por el arroyo, lo veía”.

 

El hermano político

“A Renato lo llamaron así porque se cayó en un pozo, lo sacaron y lo hicieron revivir. Era callado, delicado del estómago”.

En la isla no había escuela, pero Renato “andaba siempre con un cuaderno cerca para tomar nota de lo que escuchaba. Él no iba a jugar como los otros cuando terminaban de trabajar, él estaba siempre con los libros”.

Los pocos libros y revistas que tenían, llegaban en la lancha del carnicero, que también hacía de correo. “La única casa donde se recibía correo era la mía”, expresó Victoria.

Como Renato sabía leer y escribir, “le dolía que nosotros no supiéramos, entonces pidió permiso para hacer un galponcito y usarlo de escuela. Los vecinos le dijeron ‘¿para qué? Nosotros vivimos toda la vida sin saber leer ni escribir’. Algunos chicos fueron, pero después todo quedó en la nada”.

Con el tiempo, Renato partió de la isla para ir a trabajar a un aserradero en San Fernando. Allí estudió y se fue relacionando “con políticos de izquierda por los grandes fraudes de los conservadores y los radicales. Fue concejal y diputado provincial socialista”.

 

Autodidacta

“¿Cómo puede ser que mi madre, siendo maestra, nos crió a nosotros en el medio del monte?”. En ese monte, Victoria cosechó mimbre, por eso ocultaba sus manos, cuarteadas y teñidas por el tinte del mimbre. “Un día, un hombre me preguntó por qué escondía mis manos, cuando le dije, me contestó que debía ser un honor para mí tenerlas así”.

Siendo joven, Victoria advirtió que “sólo los hombres manejaban dinero y de ahí la eterna diferencia. Por entonces, la mujer era muy dependiente, no se preocupaban por educarla porque suponían que iba a conseguir un marido para que la mantuviera”.

El marido también llegó para Victoria, quien se casó con Juan Alberto Lavagna. “Mi marido tenía una tía a la que le decían ‘hombrera’ porque usaba pantalones. Ella tenía un barquito y había logrado que le dieran la licencia de patrón para navegar. Fue la primera mujer que condujo un barco. No iba a ir con vestido a trabajar en el barco! Usaba pantalones. Yo también usaba pantalones, porque en el campo era necesario. Una mitad nos criticaba; la otra mitad, nos admiraba”.

Ya en tierra, Victoria siguió trabajando y aprendiendo. También ella tuvo participación política: fue concejal en el Municipio de Tigre entre 1965 y 1967. Hizo teatro vocacional y realizó una extensa trayectoria como instructora de yoga, disciplina en la que comenzó como autodidacta, pero fue avalando con muchos títulos.

“Envolviendo unas cosas con un diario, vi la palabra ‘yoga’ y leí ‘aprenda yoga por correspondencia’. Yo me dije que no podía ser, entonces fui y les dije que no entendía cómo se podía dar un título de yoga por correspondencia. Lo hice y obtuve el título”.

Con el tiempo se fue perfeccionando, también aprendió Reiki y recorrió un camino de espiritualidad, que se advierte en sus poesías: “Es probable que si abrimos las puertas de la ofuscación / alteremos nuestra calma / y perdamos la oportunidad de lograr una conclusión”.

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