“No me puedo escapar del dolor de mi alma”

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Testimonio de Eugenia Unger, sobreviviente del Holocausto. Quedó encerrada en el ghetto de Varsovia a los 13 años. Estuvo en campos de trabajos forzados. Soportó el hambre, los piojos, los golpes, caminar sobre muertos. Comió carne humana, ratas, pidió limosna. Con dolor, después de permanecer durante mucho tiempo callada, ha asumido la misión de transmitir, a las jóvenes generaciones, el genocidio del pueblo judío.

 

En el 2005, la Asamblea General de las Naciones Unidas designó al 27 de enero como Día Internacional de Conmemoración del Holocausto. Ese día, en 1945, el ejército soviético liberó Auschwitz-Birkenau, el mayor campo de exterminio nazi. Allí se encontraba Eugenia Unger, una ciudadana polaca que, cuando estalló la guerra en 1939, tenía apenas 13 años.

 

El ghetto de Varsovia

“Ya antes de la guerra, en Polonia había mucho antisemitismo. Les decían a los niños que los judíos mataron a Jesús, pero no les decían que Jesús y María eran judíos”, explicó Eugenia.

Perteneciente a una familia burguesa, Eugenia compartía su vida con 3 hermanos mayores: “El mayor era artista de cine, ni siquiera me queda una foto de él. El otro era periodista; mi hermana había terminado el secundario. Yo, la más pequeña, era la mimosa de la casa”. Su padre, empleado del Estado, había acogido en 1938 a un hombre con su hijo, echados de Alemania, “así se supo lo que ya estaba pasando. Se escuchaban cosas, pero nadie podía creer lo que iba a pasar”.

El estallido de la guerra los tomó por sorpresa, porque “Italia y Rusia habían dicho que no iban a invadir. Estuvimos escuchando los aviones todo el día, empezaron a llover bombas. Desde ese momento, todo cambió radicalmente”.

Cuando los alemanes se adueñaron de Varsovia, “alambraron una parte. Nuestra casa quedó adentro del ghetto, por eso pudimos seguir viviendo allí un tiempo. Pero un día dijeron ‘damos media hora para salir de acá’. Mi mamá me dijo que pusiera alguna ropa en la mochila, yo puse una muñeca y le dije ‘mamá, mañana vamos a volver?’”

Pronto comenzó a faltar la comida: “Mi hermano iba a la zona aria, llevaba relojes, alhajas. Un día se puso un tapado de visón, dado vuelta, y encima un mameluco. Los de afuera ya estaban esperando para hacer canje”. El hermano volvía con pedazos de grasa de cerdo, que se cocinaba, se congelaba y “se llevaba al bunker para comer”.

“No teníamos nada, pero cómo se las ingenian las personas para vivir. Nos daban unos granos de azúcar por día, la quemábamos y se ponía en una botella con agua caliente y tenía color de té”.

“Un día, en que ya no había qué comer, yo fui a la zona aria y me metí en una cola donde daban una bolsa de papas. Empezaron a pegarme y patearme, me decían ‘judía, salí de acá’. Yo les decía ‘mi gente se está muriendo’. Volví al ghetto arrastrando la bolsa de papa que era más grande que yo”.

Hambre, desesperación, angustia, fueron compañías omnipresentes los 3 años que duró el encierro en el ghetto: “Los chiquitos corrían mostrando fotos y gritaban ‘esta fue mi mamá y ahora está muerta, danos un poquito de comida’. Mataron a un millón y medio de niños. Mientras hablo se me presentan las imágenes, no me puedo escapar del dolor de mi alma”.

“Yo tenía dos primitos. Un día le pregunté a mi mamá qué pasaba con la tía que no venía. Fuimos a su casa, estaban los chiquitos, eran unos huesitos, uno me mostró la manito y me dijo ‘mirá, me comió la mitad de la mano’, yo le dije ‘si le vas a comer la mano, mañana no voy a venir’, me dijo ‘estaba tan rica, yo tenía tanta hambre’. Cuando volví al día siguiente, ya estaban muertos”.

“También se la agarraron con los perritos. Nos dijeron que teníamos que entregarlos. En mi casa había dos, los amábamos, mi hermano los llevó lejos, lejos, para que no los maten”.

La resistencia del pueblo judío en Varsovia es conocida: “Mis heroicos hermanos lucharon, durante semanas. Se tiraban adentro de los tanques nazis con bombas molotov y estallaban”.

Cuando ya la vida era irresistible sobre la tierra, buscaron refugio en sus entrañas: “Mi padre hizo un bunker, con cuchetas, con una cisterna. Para probar si había suficiente oxígeno, una noche nos dijo a todos que bajaríamos. Mi madre tuvo un ataque de vesícula, entonces yo tuve que quedarme con ella para cuidarla. Esa noche entraron al bunker 5 muchachos cristianos y violaron a todos. Había una chica con un rabino, la violaron tanto que murió. El rabino salió con ella en brazos y lo mataron”.

Por ésta y tantas otras situaciones, Eugenia piensa que tuvo un Dios que la protegió, pero saber que otros murieron en condiciones tan terribles, es para ella un gran desconsuelo. “Quiero borrar algo de todo esto y no puedo, tengo un dolor tan grande”.

Como escondite también sirvió el horno de una panadería: “Cuando voy a una pizzería, miro el horno y pienso cómo fue posible que 14 personas hayan estado allí”. Hasta la panadería llegaron los nazis con detectores, “nos dijeron que, si no salíamos, tiraban la bomba de gas. Salimos, todos chicos, porque los adultos estaban luchando en el ghetto. Nos llevaron caminando y yo encontré al hijo de un primo, estaba besando a sus padres que estaban muertos. Cuando me vio, empezó a gritarme ‘llévame con vos’. Lo llevé”.

 

Los campos de exterminio

En Varsovia vivían 350.000 judíos. Muchos murieron en el ghetto, otros fueron deportados a los campos de concentración. Entre los últimos 50.000 sobrevivientes que fueron deportados a los campos de trabajos forzados, entre abril y mayo de 1943, se encontraba Eugenia Unger. Partió en un transporte de carga de animales, dejando la ciudad en llamas.

Después de días de estar hacinada en el tren, donde “uno hacía encima de otro sus necesidades”, se reencontró con su madre, que había sido gaseada.

Mientras tanto, ese primito que Eugenia había encontrado, continuaba con ella; hasta que llegaron a Majdanek. “Sacaron a los chiquitos y mi madre tenía al nene de la mano. ¡Que Dios me perdone! Le dije ‘mamá, dejá al nene’, no quería dejarlo, entonces le golpeé la mano y le sacaron al nene. ¡Que Dios me perdone!”.

“Estuvimos allí un tiempo. Un día unas chicas se escaparon, las encontraron y las colgaron y las dejaron ahí, para escarmiento”.

Después, nuevamente, subir a los trenes. “Yo estaba segura de que nos llevaban para quemarnos, pero se acercó un muchacho, Wily Goldstein, y me dijo ‘vas a Birkenau, ahí está mi familia, búscala y diles que me viste’. Me dijo que lo buscara al finalizar la guerra porque yo iba a sobrevivir. Lo busqué, lo habían matado”.

“Subimos a los trenes. La gente que tenía claustrofobia, gritaba. Gritos, gritos, entonces los nazis abrían a cada rato las puertas y ametrallaban, la gente caía, se llenó el transporte de muertos”.

Estuvo un año y medio en Birkenau, “en el comando 10, lo peor. Teníamos que hacer pozos, enormes, uno siempre me tiraba al fondo y una gitana me ayudaba a salir”.

Ese campo de trabajos forzados era la antesala de Auschwitz. Estaba dividido en campo de gitanos, de homosexuales, de enfermos mentales.

“Yo me enfermé, fiebre tifoidea, no podía trabajar más. Ya no quería vivir más. Un día vino eischman a la barraca y dijo ‘esta mierda mañana va al cielo’. Todas empezaron a llorar y gritar. Yo salté de la cucheta y me presenté ante él y le dije ‘yo quiero ir al trabajo, no me mandes a quemar, yo todavía puedo trabajar’. Él llamó a la capo y le dijo que anotara mi número, que yo no iba. Al día siguiente vinieron camiones, subían a todas, gritaban, lloraban, yo me tapé los oídos. Llegó la capo y le dije ‘yo no voy’. Empezó a insultarme. Le recordé que el día anterior había escrito mi número, lo buscó en su bolsillo y lo encontró”.

Cuando ya los rusos estaban acercándose a Auschwitz, les gritaron “todos tienen que salir del campo”. Se inició así la marcha de la muerte.

La guerra finalizó. Eugenia logró sobrevivir, pero comenzó la lucha por volver a Polonia. “Violaban a todos, si hubieran tenido perros, gatos, también los hubieran violado. Había que esconderse”. Estuvo meses durmiendo en la calle, pidiendo limosna. “No sentía alegría de haber sobrevivido, me parecía que era un castigo. Un día un canillita gritaba que hitler se había escapado en un submarino a la Argentina. Yo ni remotamente sabía que iba a venir a vivir aquí”.

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