Tercera generación de panaderos

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Panadería del Sol. El tierno recuerdo, “una taperita con horno a leña”, de su dueño, Héctor Freige, nos lleva a diciembre de 1958 cuando llegó a Rincón a instalar la primera panadería del lugar. De ese horno pasaron a uno de gas oil y finalmente al eléctrico. En el 61 inauguraron el actual edificio. Las mareas no pudieron con él y el próximo mes festeja los 56 años de permanencia en Estanislao del Campo 920.

 

En un descanso del trajín cotidiano, con su delantal y su habitual sonrisa, Angélica Gasparini de Freige convocó a su esposo, Héctor, para rememorar los 56 años que este panadero lleva en Rincón, al frente de la Panadería Del Sol. Después de aprender el oficio con el padre, don Antonio Freige, Héctor y Alberto rumbearon hacia esa localidad que tenía una casita acá y otra más allá. Por aquel entonces imperaban las calles de tierra, nadie tenía agua corriente y en la mayoría de las calles no había luz. “Cuando ellos llegaron, recién habían puesto la piedra fundamental de la capilla, que ahora es parroquia”, recordó Angélica, cuya mamá era la que iba a comprar a la panadería de Héctor.

En una taperita, como la describió su dueño, en Estanislao del Campo 920, instalaron la Panadería del Sol, en el mes de diciembre de 1958. La marea no se hizo esperar, llegó en el mismo mes. “Yo no me asusté, como vivía en Tigre…”, explicó Héctor que aseguró que “después del 40, la primera marea grande fue la del 58 y más grande aún fue la del 61”.

“El local era bajito, con una puerta y una ventana”, comentó Angélica y Héctor agregó “y tenía un horno a leña que se vino abajo con las continuas mareas”.

Vecinos había muy pocos. “Acá en Williams terminaba Rincón”, dijo Angélica, “no!, terminaba el Gran Buenos Aires”, gritó Héctor, recordando que más allá era todo campo, donde había quintas, tambos y viveros. Muchos habitantes eran isleños que habían sido corridos de las islas por las grandes mareas; otros eran correntinos, entrerrianos.

En la humilde panadería sólo hacían pan francés, pan de campo y facturas surtidas. Pero en poco tiempo lograron levantar el local grande que inauguraron en 1961. “En ese momento, este edificio sobresalía, porque las casas eran muy humildes”, contó Angélica. Otros negocios que ya estaban eran El Raviolito y la ferretería de Luigi.

La panadería se amplió, fueron agregando productos, pero la estrella fue y sigue siendo el borrachito. “Quería hacer una novedad y comencé a probar y salió el borrachito”. “Es una factura que no se hace en ningún lado”, acotó Angélica, “es riquísimo, bañado en almíbar. La gente viene a buscarlos especialmente”. Y contó que un día, estando detrás del mostrador, llegó un hombre y le dijo: “Usted no se acuerda más de mí, yo era chiquito cuando venía y su suegro siempre nos regalaba un borrachito”.

Héctor recordó especialmente que junto a algunos vecinos fueron cambiando la cara del barrio: bregaron por el asfalto, por la luz.

Mientras sus padres hacían un repaso por los 56 años de vida de esta panadería, Gustavo y Marcelo realizaban las tareas que antes hacía Héctor. La madre con orgullo dijo: “Esta es una familia de tres generaciones de panaderos”.

Agradeciendo a los vecinos que confiaron en él, Héctor señaló: “La panadería fue creciendo con el pueblo y eso hay que festejarlo”.

Felicitamos a nuestro auspiciante y le auguramos muchísimos aniversarios más.

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