Una familia feliz y agradecida

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Donó su riñón para prolongar la vida de su padre. Después de tratarse en una institución privada, Rodolfo Álvarez acudió a PAMI para tratarse una insuficiencia renal crónica. A un paso de la diálisis, su hija le donó un riñón. El trasplante se realizó exitosamente en el Sanatorio Austral. A dos meses de la operación, padre e hija cuentan la experiencia para que otros se animen y, además, acudan, confiados, a PAMI.
“Donar un órgano es donar vida” es un lema que puede sonar humanitario como muchos otros, pero sólo adquiere profundidad cuando un ser amable lo pone en práctica. Y eso hizo Vanesa Álvarez: ofreció un riñón a su padre cuando el médico dio un diagnóstico irreversible: insuficiencia renal crónica.
El trasplante de riñón mejora la calidad de vida del enfermo renal y “no deteriora la vida del donante”, expresó Vanesa.

Cuidado con la presión
Durante 35 años, Rodolfo Álvarez trabajó en la usina que Segba tenía en Puerto Nuevo. Las jornadas de 12 horas de trabajo incluían almuerzos suculentos: ravioladas, guisos, churrasquitos. Todo rociado con bastante sal. El tiempo pasó y la presión arterial se hizo presente, pero “pensando que tomaba la pastillita, le seguía poniendo sal a todo”, confesó Rodolfo.
La comida y el estrés laboral hicieron que un día su cuerpo dijera basta: “Primero me cansaba caminando varias cuadras, después una cuadra y al final ya me agitaba desde la puerta de entrada hasta el living de mi casa”. Hizo la consulta profesional y lo encontraron anémico. Comenzaron, entonces, los estudios para encontrar las causas, que podían ser dos: cáncer de médula o insuficiencia renal. Descartado lo primero, el camino a seguir era la diálisis.

Privada no, PAMI sí
Al igual que la mayoría de los jubilados, Rodolfo tiene PAMI; paga, además, una asistencia médica privada ya que, como muchos argentinos, pensaba que lo privado es mejor que lo estatal. Pero la experiencia que vivió, ahora, lo hace decir: “Le tengo que sacar el sombrero y hacerle un monumento a PAMI. Yo lo subestimé durante mucho tiempo, por eso pagué una privada, pero, cuando vieron que tenían que desembolsar para un trasplante, patearon la pelota. Fue para hacerles un juicio”.

Ofrezco mi riñón
Cuando Vanesa, espontáneamente, hizo el ofrecimiento de donar su riñón, a Rodolfo le cayó muy mal: “De ese tema no se habla, yo me la banco, no quiero causarle problemas a nadie”, respondió delante del médico.
Contra la tozudez de su padre, la hija mantuvo la idea del trasplante. Tanto médicos como amigos le hablaron a Rodolfo del tema. Finalmente, un médico lo enfrentó con la realidad: “Tu hija se va a morir de cualquier cosa menos de la falta de un riñón. No todos tienen la oportunidad de que un hijo les done el riñón. Es un acto de amor. Aceptalo porque vas a tener mejor calidad de vida”.
Rodolfo, con 67 años, no podía pensar mucho, ya que el límite para los trasplantes son los 70. Aceptó y comenzaron los estudios: “Para hacerse un trasplante hay que estar de 10, como para ir a la luna”. Y aclaró: “Por la gran inversión que se hace, deben asegurarse que el trasplante será exitoso”.
Después de pasar por la Academia Nacional de Medicina y por el Instituto Favaloro, finalmente se operó en el Sanatorio Austral que está en Pilar porque “es una odisea ir a la Capital Federal”.
A las 24 horas de realizada la operación, ya el riñón funcionaba perfectamente. A los 5 días, a Vanesa le dieron el alta. “Ninguno de los dos sentimos dolor”, aseguró, “es fabuloso, porque uno piensa en un trasplante y cree que tendrá que estar 3 meses en cama”.
La recuperación de Rodolfo fue rapidísima, por eso a los 10 días ya querían darle el alta. “Yo les dije a los médicos ‘acá me encadeno’ porque me atacó el ácido úrico. No podía apoyar el pie. No me podían dar nada específico para el dolor por el riñón. Me pasé 3 días sufriendo, hasta que pensé ‘dolor acá o en mi casa, mejor en mi casa’”.
Durante los primeros 6 meses, los cuidados son muchos: “No puedo comer verdura cruda; la fruta debe estar bien lavada, pelada y vuelta a lavar. Al salir, debo usar barbijo y cuando vuelvo a casa tengo que lavarme las manos, ponerme alcohol y desinfectar el ambiente. Después de cada comida, tengo que lavarme los dientes y luego enjuagarme con un líquido que me tengo que tragar que me protege el estómago”. Previo a la operación, lo vacunaron contra la gripe y la hepatitis, pues “para que el ejército de microorganismos que tenemos adentro no ataque el cuerpo extraño que me introdujeron (el riñón de su hija), debo tomar – por toda la vida – dos remedios para bajar todas las defensas del cuerpo”.
Asimismo, el lugar donde habita el trasplantado debe estar en óptimas condiciones de habitabilidad: “PAMI manda una visitadora social para ver en qué condiciones está el hogar, porque se dieron casos en que la casa del trasplantado no estaba en condiciones y el resultado fue negativo. PAMI se fija si el baño está terminado, si las habitaciones están revocadas y pintadas, si los pisos están bien, porque si esas cosas faltan, paga las mejoras de la casa y recién entonces autoriza el trasplante. El que no sabe todo esto, habla al cohete”, remató Rodolfo.
Muchos son los que dudan de las bondades de esa obra social, por eso, sus amigos, cuando fueron a verlo “abrían los ojos como el dos de oro. No podían creer que todo eso fuera pagado por PAMI”.
Rodolfo reiteró una y otra vez su agradecimiento no sólo a la institución que reúne a jubilados y pensionados, sino también al personal del Sanatorio Austral; también a sus amigos y vecinos que “hicieron cadenas de oración”, contó este pachequense que hace 65 años transita las calles de esa localidad, parándose en cada cuadra a charlar con un conocido. Por su parte, su hija afirmó: “Para mí, yo fui elegida para prolongarle la vida a mi papá. Siento que darle un pedacito de mí fue una bendición”.

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