“A pura mano se hacen”

Una cooperativa de mujeres conserva la tradición de tejer sombreros de paja toquilla

En pequeños pueblos de la sierra ecuatoriana se puede ver a mujeres vestidas a la usanza tradicional, tejiendo sombreros mientras caminan por la calle, descansan en la puerta de sus casas o comercian en el mercado. Dado que el trabajo individual se presta al abuso de los revendedores, un grupo de tejedoras decidió asociarse, dando origen a la Asociación de Toquilleras María Auxiliadora, del cantón de Sigsig.

 

        Algunos productos están tan arraigados a su geografía y cultura que, con sólo mencionarlos, remiten a su región de origen. Así pasa con los sombreros de paja toquilla, que, si bien a principios del siglo 20 adquirieron el nombre de “panamá hats”, en los últimos años, los ecuatorianos han recuperado la paternidad de esta creación. Mejor dicho, la maternidad, porque son las mujeres quienes tejen los tradicionales sombreros declarados por UNESCO – en diciembre de 2012 – como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

        El sombrero ecuatoriano de paja toquilla une su historia a la revolución liberal, de fines de siglo 19, encabezada por Eloy Alfaro, quien, a través de su exportación, ayudó a financiar dicha revolución.

        Desde 1990, en el cantón de Sigsig – región de la sierra ecuatoriana – más de 200 tejedoras, convencidas de que el trabajo cooperativo mejoraría sus vidas, se agruparon en la Asociación de Toquilleras María Auxiliadora y, de esta manera, se inicia otra historia para ellas y para el sombrero “panamá”.

 

Trabajo y dignidad

        Habiendo sido otrora el hospital regional, la actual presidenta de la cooperativa, María Rosario Cuzco, invita a pasar señalando que “ahora, ésta es la casa de las toquilleras”. Es una típica construcción colonial, donde recibe a los visitantes, en el centro del patio, el sombrero más grande del mundo. Con la única materia prima que allí se utiliza, 70 manos lo tejieron, con la misma dedicación que día a día despliegan en realizar los sombreros que se pueden comprar allí o que viajan a diferentes partes de Ecuador y del mundo.

        Como muchas otras actividades, el arte de tejer con paja toquilla se aprende “casi sin darse cuenta, mirando simplemente. La mayoría de nosotros tejemos desde los 6 años”. Y es así que todas han visto a sus abuelas y madres apoyar el tejido sobre la cintura y, caminando por las calles del pueblo, dar nacimiento, sólo con sus dedos, a un hermoso sombrero. “A pura mano se hacen”, dijo Rosario.

        La paja toquilla proviene de una palmera de tallo corto que se cultiva en la costa ecuatoriana, de manera orgánica y sostenible. Llegada a Sigsig, se le hace un proceso de blanqueado y está lista para iniciar su transformación en las habilidosas manos de una tejedora. “Si nos piden sombreros de colores, utilizamos tintes naturales”, aclaró la presidenta, que guardó celosamente los componentes de esos tintes.

        Al conocido diseño fueron agregando otros, con alas anchas, redondeadas, con cintas, y de esta manera se pueden encontrar sombreros para distintos momentos del día y también para diversas ocasiones. Hace poco tiempo incorporaron el tejido a crochet, con el cual tejen bolsos, carteras, gorros.

        Las terminaciones de los productos realizados por la cooperativa se han ido mejorando hasta alcanzar calidad de exportación. También la vida de las trabajadoras ha mejorado porque ya no están expuestas a los abusos de los revendedores; el precio justo que reciben por su trabajo no sólo les ha permitido generar más recursos para sus hogares, sino también recuperar la dignidad del trabajo.

 

Muchas veces, los productores artesanales se encuentran desfavorecidos cuando llega el momento de realizar transacciones comerciales con intermediarios. Debido a esto, surgió el concepto de comercio justo, que además de buscar ganancias justas para los trabajadores, apunta a la recuperación de habilidades y conocimientos ancestrales, así como a frenar la migración rural hacia las grandes urbes.

Carry Somers es una emprendedora inglesa que visita la cooperativa de Sigsig 2 veces al año. No lo hace por placer turístico; sentada en la galería, Carry carga datos en su computadora. “Trabajo en la certificación de comercio justo. Para esto hay que hacer la cotización de los sombreros porque son muchos los gastos en el proceso. No es sólo la paja, son también los tintes, las cintas, el tiempo, la energía que se utiliza”.

 Con 11 años de trabajo conjunto,  Carry es testigo de los progresos obtenidos: “Se ha logrado muy buena calidad y esto es muy bueno porque se han incrementado las ventas, por ejemplo al mercado japonés que es muy exigente”.

En Londres, Carry tiene un local de comercio justo dedicado a la moda y, desde allí, los sombreros de paja toquilla de Sigsig se expanden al mundo.

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