Agroquímicos: por aquí y también por allá

Entre la tradición ancestral y las exigencias del mercado. Un pequeño valle en la Sierra Madre, La Hortaliza, provee de verduras a una amplia región de Guatemala, El Salvador y Honduras. Amistosos agricultores explican su forma de cultivo: un poco de abono orgánico y un poquito de químicos.

 

Guatemala se puede recorrer poniendo el ojo en la Naturaleza, en las ruinas o en los mercados artesanales; pero si se busca algo diferente y típico, La Hortaliza, zona de cultivo del pequeño pueblo Almolonga, es una joyita que no se debe pasar por alto.

Rodeada de montañas, La Hortaliza es un valle que se abarca de una mirada; en él cada habitante del lugar tiene su tablón, un cuadradito de tierra que cultivan sin descanso. Terraplenes que sirven para caminar y estrechos canales conforman un damero, en el cual sólo el verde tiene lugar.

“Antes aquí se hacía milpa (maíz), así me contaron mis antepasados. Ahora la milpa se hace sobre la montaña”, cuenta uno de los agricultores.

El clima se ha modificado, por eso, cuando comienzan las intensas lluvias, el valle es incultivable; entonces van a la montaña a cultivar la milpa.

El maíz es un componente esencial de la comida guatemalteca: “Por ejemplo, la sopa (se acompaña) con una tortilla (de maíz), así es acá”, dice el hombre que conversa amigablemente mientras continúa con su labor.

“Aquí en Almolonga no nos conviene la comida sola, porque no tener fuerza. Aquí los hombres son de maíz”, continúa explicando el agricultor que señala a un grupo de compañeros que aparecen cargando bolsas.

Pero ese maíz que antes sembraban  en cantidad, como continuación de una tradición, ahora sólo lo siembran para consumo familiar, porque desde 1977 no les conviene producirlo. La revolución verde, le llamaron; ahora le decimos producción industrial de cereales.

En La Hortaliza se cultiva continuamente cada cuadradito. “Hoy se levanta una cosecha y mañana viene otra. Para que la tierra produzca todo el tiempo, se le pone nutrientes, medicina”, comenta este trabajar, casi con un poquito de ingenuidad.

 

Un poquito de cada empresa

No sólo las montañas son parte del paisaje, algunas pequeñas construcciones ofrecen sus paredes como límite a los tablones de cultivo. En esas casitas, publicidades de Bayer rompen la monotonía del cemento.

“Usamos productos de Bayer, Syngenta, Promoagro. Un poquito de cada empresa, pero lo que es necesario”, asegura otro agricultor.

Las verduras que se producen en el lugar llegan a El Salvador, a la costa guatemalteca, a Honduras. Son famosas por su tamaño, por su sabor, por su calidad. “Esta verdura es resistente, llega al otro extremo del país”, dice orgulloso nuestro interlocutor.

Parece ser que uno de los secretos es el agua de la zona, además de la calidad de la tierra y… la aplicación de agroquímicos: “Hay que fumigar, por las plagas, porque si no la gente no la compra, porque la gente no la quiere fea. Sólo la mejor verdura llega al mercado” y muestra algunas hojas un poco feúchas, con algunos agujeritos, que no responden al concepto de perfección/aceptabilidad de los consumidores.

En tanto algunos tiran a paladas agua sobre los tablones, otros van poniendo semillas en los surcos. Jóvenes y viejos comparten la tarea; la experiencia se transmite en la colaboración y los conocimientos que van desarrollando hacen que estos trabajadores sean requeridos en otras zonas del país.

Algunas verduras, como las zanahorias o los rabanitos sorprenden por su tamaño. “Según la variedad de semillas, es el tamaño”, interviene uno de los presentes y, cuando surge la pregunta por la procedencia de las semillas, responden: “La semilla se compra”.

Cada tanto se ven mujeres cortando hierbabuena que crece pegadita a las acequias.

Aunque el paisaje es bucólico, la vida de los campesinos es esforzada: a la una de la madrugada ya están en el campo para aprovechar el frescor y, a las 3, empieza a funcionar el mercado, ya que la mayor parte de la mercadería viajará muchas horas.

Yendo de un tablón a otro es posible encontrarse con campesinos con la mochila de fumigación a la espalda e, incomprensiblemente, algún recipiente de plástico tirado en las acequias, cuyas aguas cristalinas dejan ver: Bayer.

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