Aprendió todos los oficios isleños, zanjeó a pulmón y comió todo bicho que camina: Una vida dura, pero feliz

Mariano Galloro nació en el hospital de San Isidro, pero a los pocos días fue con su madre a la casa paterna, en canal Hambrientos, allí donde termina la primera sección de islas de Tigre. Cuando era niño, aún llegaban hasta la puerta de su casa dorados, surubíes y pejerreyes, “nadie me cree cuando lo cuento”, dice con nostalgia. Para ir a la escuela, su mamá lo ponía “de punta en blanco”. Sabe reconocer plantas comestibles y los cantos de los pájaros.

        Ahora vuelve a la isla los fines de semana. Está refaccionando una casita que fue de sus abuelos. Entre los matorrales encontró rosales que calcula que tienen 70 años. Antes de cortar el pasto, cosecha berro. “Le llevo a mi papá”, comenta Mariano Galloro, un hombre de 46 años que ya lleva la mitad de su vida en tierra, pero que sigue reconociendo aves, insectos, plantas y siempre tiene un conocimiento de su vida isleña para aportar.

        Nació en San Isidro, porque su mamá quiso volver a sus pagos para tener a su hijo, pero a los pocos días la familia volvió a la quinta de canal Hambrientos.

        Aprendió todos los oficios isleños, siempre al lado de su padre que se dedicó fundamentalmente a la forestación. “Zanjeábamos a pulmón y cada dos metros plantábamos un arbolito”, recuerda Mariano y explica que no pudieron seguir con la forestación porque la draga que trabaja sobre el Paraná de las Palmas tira la arena sobre las costas y así fue tapando los arroyos naturales, por lo tanto, las embarcaciones ya no pueden entrar para cargar los rollizos. “El Surubí, el Bagrecito, el Tararira, todos los canales están tapados por el dragado continuo. Las propiedades perdieron valor”.

        En el verano se levantaba muy temprano para junquear. “Es duro. Todo el día al sol, agachados, con riesgo de cortarse las piernas con la hoz porque, cuando se mete debajo del agua, no se ve y si uno calcula mal la distancia, se puede cortar”. Y, por supuesto, la hoz era súper filosa. “Mi papá tenía un fierrito clavado en un tronco, martillaba el filo y después le pasaba una piedrita”. Otro peligro son las víboras que duermen en las canchas de secado, debajo de los mazos de junco.

        Hay muchas variedades de junco y una que no quiere nadie: el pata negra. “Cuando los barcos tiran aceite al río, se va a las patas de los juncos y quedan impregnados, entonces hay que cortarlos donde termina el petróleo”.

        Cuando Mariano era bebé, otras cosas se quedaban enredadas en los juncos. “Los isleños contaban que veían en el río de La Plata como tiraban los cuerpos. Pasaba el helicóptero y tiraban cuerpos con piedras. Iban a cortar junco y veían los cuerpos ahí”. Mariano nació en el año fatídico: 1976.

        Actualmente se ven peces boqueando por falta de oxígeno. Los buques que pasan por el canal -dragado constantemente- contaminan las aguas, las plantas, los peces. “Ahora uno agarra un sábalo y adentro está negro. Antes eso no pasaba. Es incomible, tiene gusto a combustible”.

Ya no hay más bichos canasto

        Festejar cumpleaños es muy común, ahora, porque “antes eso no pasaba”, asegura Mariano. Tampoco tenían juguetes comprados, “los chicos de la isla tallábamos nuestros propios juguetes, hacíamos lanchitas con un tronco de ceibo, imitación de la interisleña”. Con el tiempo aparecieron las figuritas y juguetes de caucho que “eran carísimos”. Para ir a jugar a la pelota remaban dos horas hasta llegar a la escuela, donde se armaban partiditos.

        Mientras Mariano iba recordando su niñez, apareció una familia de pavas de monte que lo contactó con todos los animales que comió. “Nutria y carpincho, que no cualquiera sabe preparar. Hay que sacarle la catinga para que no tenga sabor amargo”, precisa, con detalles adicionales. Como es un animal grande, lo fraccionaban y preparaban de distintas maneras: milanesas, escabeche. También se repartía entre los vecinos.

        Otro animal que, según Mariano, tiene carne muy sabrosa, es la anguila. La imagen de un hombre que las cazaba con el dedo le produjo cara de asco, porque “son gelatinosas”. Mariano las sacaba con un palito con un anzuelo en la punta, encarnado con carne. Ya muertas, las colgaban para pelarlas porque tienen piel dura. Las comían hervidas, desmenuzadas, con papas y tomate; también hacían empanadas.

        Con nostalgia recuerda que en su niñez vio dorados de 80 centímetros en la puerta de su casa, pejerrey, patí, surubí. “Hoy, si uno quiere pescar pejerrey lindo, tiene que ir al Uruguay”.

        Berro, achicoria, radicheta van surgiendo a la vista de Mariano que también es especialista en encontrar verdura silvestre. “Antes la gente podía vivir de todo lo que daba la naturaleza, ahora ya no por la contaminación”. A esto hay que sumar la pérdida de conocimientos que conduce a que muchos pasen la cortadora de pasto sobre plantas comestibles.

        ¿Quién recuerda al bicho canasto? “Hace un montón que no veo, tampoco bichitos de luz o gatas peludas, que había de un montón de colores, había unas que parecían de dibujitos animados, gruesas, con patitas con ventosas. No las vi más”.

        Entre los animales exóticos con que se topó, el más raro fue un mapache. “Yo armaba trampas para cazar nutrias. Un día encontré un animal que yo no conocía, muy agresivo. Lo fui a buscar a mi papá, lo metimos vivo en un tambor de 200 litros. Después nos enteramos que era un mapache. Lo tuvimos un tiempo y pensamos en llevarlo al zoológico, pero al final lo largamos y nunca más lo vimos”.

        Cuando la tarde se va oscureciendo, Mariano recuerda que la familia usaba faroles a garrafa y, antes, su papá había usado el gas de isla. “Él viene de una época en que eran muchos hermanos y a los hijos los repartían, vivió una niñez brava. Fueron 14 hermanos, todos nacidos en la isla”.

        Mariano sabe que quedan pocos nativos viviendo en la isla y él quisiera ser uno de ellos nuevamente. Pero, por ahora, guarda todo y va hacia el muelle porque las colectivas no esperan.

Por Mónica Carinchi

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