Curar con plantas de la selva

A la búsqueda de la recuperación de los conocimientos de la etnia cocama-cocamilla. Un grupo de jóvenes de distintos lugares del mundo llevan adelante el proyecto Sarana Mura para instalar un centro de sanación en la localidad de San Antonio, a orillas del río Marañón, en Perú. La zona es objeto de atropellos por parte de compañías petroleras.

 

El río Marañón nace en la cordillera de Los Andes, en Perú, y después de recorrer 1600 km., de sur a norte, se une con el río Ucayali, dando nacimiento al Amazonas.

En su extenso recorrido, además de recibir múltiples afluentes, atravesar muchísimas quebradas y formar cantidad de meandros, el Marañón pasa por el poblado de San Antonio, aproximadamente en la mitad de su extensión. Llegar hasta el pueblo, habitado por la etnia cocama-cocamilla, no es fácil: dos días de lancha, bajando desde Iquitos.

Rodeados de un exuberante paisaje selvático, los habitantes de San Antonio están expuestos a dos enemigos: derrames de petróleo producidos por los oleoductos de la compañía PetroPerú, que contaminan aguas y tierra; y el adormecimiento de las costumbres ancestrales.

“Hay gente que se siente avergonzada de su cultura, no hablan la lenga cocama, que es la nuestra. La escuela que está en la comunidad enseña en castellano. Poca importancia se le da a nuestras costumbres”, cuenta Porfirio Murayari Manihuari, que llegó hasta Cusco para “decirle a la gente de la ciudad que estamos todavía”. Si bien pocos son los recursos para hacerse oír, “es difícil que una comunidad de 200 personas pueda luchar con un gigante”, y los problemas se van sumando, también van surgiendo ideas para modificar esta situación; es así que Porfirio se ha juntado con jóvenes de distintos países – incluyendo argentinos – en una ONG, Sarana Mura, que tiene como objetivo la recuperación, preservación y transmisión del conocimiento y uso de las plantas medicinales amazónicas, así como la salvaguarda de la cultura ancestral, en general, del pueblo cocama-cocamilla.

 

Recuperar tradiciones

Porfirio trabaja con plantas medicinales, así como lo hicieron sus abuelos, tíos y su padre. Gracias a este conocimiento, pudo curar de un persistente dolor a Eudald Riera Espura, un barcelonés que conoció en el Valle Sagrado de los incas, en Cusco.

“En Europa, mi abuela también utilizaba plantas medicinales, con el tiempo eso se fue perdiendo; pero ahora está empezando a crecer la conciencia sobre estos temas, porque se ve cómo trabajan las farmacéuticas. Aquí en Perú son más restrictivos los análisis que se hacen a los extractos de plantas que a los medicamentos. Eso ya está indicando quién tiene el poder económico”, explica Eudald, que es un químico farmacéutico que cambió de bando. “Trabajé en una empresa farmacéutica, pero antes de venir a Suramérica, me dije que nunca más trabajaría para una de esas empresas. Ahora estoy muy feliz de haber encontrado el camino con las plantas medicinales”.

La ONG Sarana Mura está construyendo un centro de sanación en la localidad de San Antonio; la segunda parte del proyecto prevé la construcción de un laboratorio para estudio, extracción y conservación de los principios activos de las plantas amazónicas, además de su cultivo de manera orgánica. Como último objetivo, que permitirá la integración de la comunidad en el proyecto, se incentivará la recuperación de saberes cocama-cocamilla a través de talleres.

“Es fundamental la transmisión de los saberes de los ancianos a los más jóvenes. Recuperar sus técnicas de cultivo, así como su cosmovisión servirá para modificar nuestra relación con la naturaleza”, comenta Eudald.

Si bien los integrantes de Sarana Mura saben que la batalla será dura porque “el capital es el que manda”, también reconocen que “la conciencia de la gente está cambiando”, por lo tanto avanzan con el proyecto que recibe adherentes de todo el mundo en el mail centro.saranamura@gmail.com

Por Mónica Carinchi

 

Recuadro

Finalizando su primer gobierno, Alan García presentó un proyecto para generar energía realizando represas sobre el río Marañón. Inmediatamente surgieron voces de oposición, que no sólo denunciaron el grave impacto ambiental y social que implicaría el represamiento de este río; sino también la relación de este proyecto con la necesidad de satisfacer la demanda energética de megaproyectos mineros de empresas transnacionales. Una sola de las 20 represas previstas, sepultaría bajo el agua 21 centros poblados.

A lo largo del Marañón vive el 17% de la población peruana. El curso de este río da vida a una gran biodiversidad; los servicios ambientales que el río presta no son tenidos en cuenta en la propuesta del represamiento, como tampoco los servicios económicos que presta a las comunidades que viven en sus riberas: los diques van a retener los sedimentos que alimentan los cultivos, además de obstaculizar el paso de los peces, dos elementos esenciales para la seguridad alimentaria de esos pueblos.

Antonio Zambrano, de Forum Solidaridad Perú, expresó: “Los megaproyectos de infraestructura se anuncian como más producción y empleo, pero también generan deforestación y degradación de bosques, desplazamiento de poblaciones, colonización desordenada, prostitución y trata de personas, diseminación de enfermedades, aumento de criminalidad y tráfico de tierras. ¿Cuánto tiempo más seguiremos ignorando los conflictos sociales? ¿Cuánto tiempo más seguiremos creyendo ciegamente en el dogma de la inversión”.

Actualmente la comunidad científica se ha replanteado la construcción de grandes represas, ya que existen alternativas para asegurar las necesidades de las poblaciones locales, como las represas de pequeña escala, la energía eólica, solar o de biomasa.

El 18 de julio se iniciará la regata Remando por el Marañón, organizada por la ONG Conservamos por Naturaleza, para visibilizar la importancia del río y a todos sus habitantes, ya sea personas como animales.

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