Producciones diversas para conservar la fertilidad de la tierra

Asociación de Campesinos del Valle del Conlara. Son 120 familias campesinas a las que se han unido profesionales que apuestan a las formas de producción tradicionales. Mujeres y hombres comparten las tareas del campo y, gracias a la organización, tienen maquinaria colectiva, silos y una fábrica de alimento balanceado.

 

Al noreste de la provincia de San Luis se encuentra el Valle del Conlara, con una extensión de 100 km. de largo y 50 de ancho. Allí, 120 familias campesinas conformaron, en 2002, la Asociación de Campesinos del Valle del Conlara; actualmente, profesionales que no tienen al campo como fuente de vida y también ingenieros agrónomos – llegados desde Buenos Aires – se han unido a la Asociación, que tiene entre sus objetivos demostrar que es posible vivir y producir en pequeñas extensiones, haciendo uso de sus conocimientos ancestrales.

“Habría que preguntarse por qué el campesino sigue utilizando, de generación en generación, la tierra, donde siempre producimos el alimento para nuestras familias. En cambio, el modelo agroindustrial, en 10 años, agota las tierras”, expresó Goyo, integrante de la Asociación.

“Nuestra producción es lo más diversa posible, así está todo el sistema natural regulado y también la economía, porque, cuando no hay una cosa, hay otra”, aclaró Ivanna, también integrante de la Asociación.

Junto a estos dos productores pudimos conocer algo de esa variedad, ser testigos de sus tareas cotidianas y dialogar sobre las otras, las propias de la lucha y la organización.

 

Libertad para elegir

“Yo tuve la posibilidad de estudiar, vivir sola, viajar, tener un buen sueldo, pero no me sentía como ahora que soy dueña de mi tiempo, puedo decidir qué producir en el día, tengo la libertad de decir que no cuando algo no me agrada”, contó Ivanna, mientras caminaba por el taller de costura, con su pequeña hija en brazos.

Uno de los problemas que existe por aquellos parajes es que las jóvenes se van a los pueblos en busca de fuentes de trabajo. “Fue por eso que empezamos este emprendimiento. Los textiles los vendemos en locales de Merlo, en San Luis capital y en los eventos que vayan surgiendo. Cuando vendemos, recién podemos comprar más tela, por eso nuestro crecimiento es lento”.

Comenzaron con máquinas familiares; ahora, ya tienen 3 industriales: “Una la conseguimos por un proyecto; otra, con el dinero recaudado en un campeonato de fútbol”.

El balido de los chivitos nos condujo a la zona de los corrales. En el más cercano a la casa, estaban los chivitos recién nacidos; en el más alejado, los de 3 y 4 meses. “Algunas chivas no quieren dar de mamar; si no le sienten el olor enseguida al chivito, después no lo reconocen como hijo”, nos explicó.

En época de parición, el trabajo es mucho. A los chivitos hay que darles de mamar a la mañana y a la tarde, por lo tanto hay que estar detrás de las chivas para que hagan su trabajo de madres – algunas son my retobadas – además de sacarles el exceso de leche porque si no, se pudre.

Actualmente tienen muchas chivas, pues están empezando a aprovechar la leche: “Es mejor que la de vaca, porque es antialérgica, previene la osteoporosis, la anemia genética, disminuye los síntomas posteriores a la quimioterapia, porque tiene más proteínas; es más digestiva; es la que más se parece a la leche de la mujer. Entre las familias campesinas se fue perdiendo la costumbre de usar esta leche y estamos tratando de ir recuperándola”.

La cabra se usa integralmente: carne, leche (además de tomarse, se hace dulce de leche y queso), uñas y astas para instrumentos musicales, cueros.

“Las cabras son distintas a las vacas, andan sueltas, por espacios más grandes, por el monte. Como las familias campesinas se van quedando sin tierras, entonces tienen que producir en menos lugar, por eso lo primero que se deja es la cabra. Además se le hace mucha propaganda a la leche de vaca, eso también juega en contra”.

Todas las familias tienen sus cabras, en especial para el consumo de carne, ya que es más fácil para faenar y también para guardar. Asimismo utilizan el guano como abono: “Es el mejor, porque la cabra come y va caminando, entonces lo distribuye por todos lados; en cambio, la vaca está en un lugar y ahí queda su abono”. En la actualidad, este abono también se está utilizando para plantas de biogás.

“En la escuela estamos tratando de recuperar la cultura caprina”, dijo Ivanna, quien coordina un proyecto educativo que forma parte del Programa de Apoyo a la Política de Mejoramiento de la Equidad Educativa (PROMEDU).

 

La escuela: espacio para recuperar saberes

El sistema capitalista ha desarrollado distintas estrategias para desalojar a los campesinos de sus tierras, una de ellas es “el desalojo silencioso, o sea que un chico de 4° grado no sepa escribir su nombre porque el maestro no le enseñó o que la maestra  tenga síntomas psiquiátricos, sea violenta, autoritaria. Entonces la gente dice ‘yo acá a mis hijos no los mando’ y se va al pueblo, pensando que esa escuela es mejor, pero no hay mucha diferencia. La familia se alquila una pieza, el hombre trabaja de albañil y así se pierden generaciones que podrían trabajar la tierra”, dijo Goyo.

Contrarrestando esta realidad, también existen “profesoras que buscan alternativas porque tienen ganas de hacer cosas distintas”. Es decir que, sin salir del sistema educativo formal, los profesionales que tienen interés en acompañar al pueblo en sus transformaciones, encuentran posibilidades.

Desde marzo de este año, Ivanna lleva adelante un proyecto presentado en el marco del PROMEDU: “La directora de la escuela rural quiso hacer huerta y trabajar todo lo relacionado con la soberanía alimentaria”.

Están preparando la huerta, planeando hacer dulce de zapallo, reinstalando la cultura caprina y, fundamentalmente, haciendo uso de la escuela pública como un espacio de aprendizajes significativos porque están anclados en la realidad y las necesidades de los estudiantes.

 

La mujer y sus múltiples trabajos

Como las familias campesinas tienen un poco de todo, un día Goyo sembró trigo y centeno y “cuando estaba a punto de cosechar, un señor le pidió harina. Fue así, por casualidad, que salió la harina de centeno y trigo. Como nosotros fuimos los productores, la empezamos a usar. Al principio nos salía cualquier cosa, el pan era una piedra, hasta que aprendimos”, recordó, entre risas, Ivanna. Como su mamá es panadera, en una visita, les enseñó a hacer el pan y salió riquísimo! Otras familias no lo habían probado nunca, entonces la pareja los convidó con panes, torta y “así van conociendo las harinas y algunos también ya empezaron a producir; cuando uno produce, consume”.

Fundamentalmente, los campesinos son productores de maíz que “es más rústico, aguanta más el clima seco”. El que ellos cultivan, se utilizará para polenta; el de otro compañero, irá a la fábrica de alimento balanceado de la Asociación, que se encuentra en el paraje El Descanso, sobre la ruta provincial n° 6.

La Asociación tiene maquinarias comunitarias, obtenidas a través de proyectos presentados a programas nacionales; también un galpón para producir huevos caseros. Desde hace unos años, producen vino, cuya materia prima compran en La Rioja. “Se empezó a producir uva en el campo de un compañero, pero hay que esperar 5 años para que el parral dé. Todas las producciones que tenemos de manera colectiva son procesos que llevan su tiempo porque hay que ponerse de acuerdo, hay que ir aprendiendo. Esto alarga los procesos, pero los frutos son mucho mejores”, señaló Ivanna, cerrando el corral de los chivitos, alzando a su hija y dirigiéndose a preparar unos riquísimos buñuelos de zapallo.

“Las mujeres tenemos doble trabajo”, nos recordó, “porque si yo estoy produciendo ropa o estoy en el corral, dejo para ir a cocinar y eso es otra forma de producir. Y pedimos que sea algo más reconocido, porque eso alienta y hace bien”. (Continuará)

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