Teatro de ideas y pasión

Walter Benjamin llevado, por primera vez, a un escenario. El actor, director, autor teatral y, además, vecino de Tigre, Damián Dreizik, realizó la adaptación, junto a Alfredo Allende, de Diario de Moscú, de Walter Benjamin. Un triángulo amoroso envuelto en el clima revolucionario de 1926. La obra presenta el aspecto más humano del famoso filósofo. Una puesta casi poética para una obra que invita al debate.

 

“La miro de una forma tan intensa que apenas oigo lo que dice”. Leer esta declaración, en un libro elegido al azar, llevó al lector a acomodarse en el sillón y seguir leyendo hasta el anochecer. Y seguir y seguir y comenzar a fantasear con ese largo viaje en tren que llevó a Walter Benjamin de Berlín a Moscú, a fines de 1926.

Diario de Moscú es el libro y Damián Dreizik el lector, que siempre lee desde su lugar de actor. “Me dije ‘acá hay una acción dramática’ y empecé a trabajar para transformar la narración en una obra de teatro”. Le presentó la idea a Alfredo Allende. “Le dije que podía ser un unipersonal”; pero Allende se plantó: “Acá hay una obra con 3 personajes”.

Finalmente, la obra surgió de la coautoría Dreizik-Allende y se estrenó en mayo en el Centro Cultural San Martín, con Damián en el papel de Walter Benjamin; Anita Gutiérrez como Asja Lacis; Ramiro Agüero como Bernhard Reich; música original de Marcelo Katz y dirección de Alfredo Allende. A partir de julio, se trasladaron al Teatro Anfitrión (Venezuela 3340, C.A.B.A.).

 

El triángulo

Actor, director, autor, Damian Dreizik confesó que nunca se había metido con una obra no teatral. “Leí la obra de Benjamin casi como un texto de ficción. Es su libro más personal. Es un triángulo amoroso, más el contexto político muy interesante. ¿Pero cómo se arma un texto dramático? Lo primero que me apareció fue música, un piano, porque me lo imaginé más como un espectáculo que como una obra. Al principio lo pensé como un monólogo, alguien que va contando, pero Allende dijo ‘tiene que aparecer ella y el otro’. Nos pusimos a trabajar, yo marqué lo más importante, por ejemplo el ataque al corazón de Bernhard, las peleas por el dinero”.

Además del mérito que tiene la obra teatral en sí misma, muy recomendable, es la primera vez que se hace Benjamin en el teatro, a nivel mundial.

“No hay que ser conocedor de Benjamin para entender la historia de amor que se da en la obra”, dice Damián.

Filósofo, escritor, crítico literario, traductor, Walter Benjamin fue uno de los pensadores más interesantes que tuvo Europa por los años convulsionados de la primera mitad del siglo 20. Conoció a Asja Lacis – revolucionaria, actriz y directora teatral – en Capri, cuando ésta intentaba comprar unas almendras y, con su escaso italiano, no lograba entenderse con el vendedor. Benjamin intervino y, al otro día, estaban comiendo fetuchini en la habitación de Asja.

El tercero en cuestión es Bernhard Reich, un director teatral muy famoso, pareja de Asja en el momento en que Walter Benjamin llega a Moscú. “Me agradó que nadie me viese bajar del coche. Pero en la barrera tampoco había nadie. Al salir de la estación, me sale al encuentro Reich”, cuenta Benjamin en su Diario. Los hombres ya se conocían, pero, por supuesto, Benjamin no sabía que Reich era la pareja de Asja.

“Ella es una mina que no está bien, juega con uno, juega con otro. Cuando empecé con la obra, dije ‘este personaje es para Anita Gutiérrez’, porque es un personaje aniñado, tiene cierta levedad y, a la vez, algo potente. Asja era una fanática comunista y Benjamin no estaba tan convencido”, aclara Damián.

Justamente, una de las razones por las que viaja a Moscú es decidir su adhesión, o no, al partido comunista alemán. Durante sus caminatas, advierte que algo está fallando con la revolución: quiere ir al mausoleo de Lenin y está siempre cerrado; percibe climas ambiguos; se entera de una función de teatro de Meyerhold, censurada; observa a campesinos que viven, en la gran ciudad, una vida de aldea. En definitiva, nunca se afiliará al partido comunista.

“Benjamin era, como diríamos hoy, un aparato; se lo describe como alguien torpe, chicato. Pero era osado, porque había que ir a Rusia en ese momento…” expresa Damián, quien se dejó crecer los bigotes para semejarse al filósofo. En el escenario, el actor se mueve de manera afiebrada o con la pesadez de la desilusión. “En ese momento todo estaba en debate, estaban creando un mundo nuevo. Benjamin, durante la obra no opina, pero sí lo hace en su diario. Fue un hombre que rápidamente percibió el fascismo, también vio lo de Rusia”.

Esa percepción lo hizo marchar de Alemania en 1940; al llegar a Portbou, un pueblito en los Pirineos españoles, se suicidó; algunos dicen que la policía franquista lo detuvo. “Estuve en Portbou, el cementerio está en un acantilado, desde allí se ve el mar. Hay un monumento en homenaje a Benjamin. La puerta donde está Benjamin cuando empieza la obra remite a ese monumento”.

La escenografía (realizada por Julieta Ascar) es constructivista, o sea que responde a aquella época; todo está sugerido y muy bien logrado, ya que crea la sensación de pobreza en que vivían los tres personajes y, al mismo tiempo, un clima de ensoñación, alimentado por la locura de Asja y la ilusión-desilusión de los dos hombres. Se proyectan fragmentos del documental ruso El hombre con la cámara, de Dziga Vertov, que refleja un día en una ciudad soviética, e imágenes de El acorazado Potemkin, de Sergei Eisenstein. Una gran luna se proyecta en el fondo, imprimiendo un signo de fatalidad a toda la acción.

Al iniciarse la obra, un personaje ingresa y se coloca de espaldas al público, luego, de ese lugar, saldrá la música. “Es un lujo tener al músico Marcelo Katz tocando en vivo”.

En la obra hay pasión, dudas, peleas; finalmente, Benjamin partirá de Moscú, dejando a Asja en la esquina de la Tverskaya: “Me pareció que se alejó caminando de espaldas, pero luego la perdí de vista. Sosteniendo la enorme valija, transité por las calles hasta la estación, al atardecer, con lágrimas en mis ojos”.

Diario de Moscú es la obra más personal e íntima de Benjamin; es, también, una obra de teatro que saca a Damián Dreisik del registro del humor y la comicidad. Es, además, una propuesta inteligente, potentemente actuada y bellamente puesta en escena. Se puede ver en la ciudad de Buenos Aires. Esperamos que también llegue a nuestra ciudad.

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