Patrimonio de San Fernando

        Me mudé de San Fernando en el año 2006. Con mucho pesar dejé el lugar donde transcurrió buena parte de mi vida y del que tengo los mejores recuerdos. Mis obligaciones hicieron que mis visitas se hicieran más esporádicas y agradezco a Dios por ello. Días pasados tuve que regresar para hacer unas tramitaciones y lo que vi dejó mi ánimo por el suelo. No imaginaba el grado de destrucción al que está siendo sometido el patrimonio edilicio de nuestro partido. Horrendos edificios se yerguen donde alguna vez existieron casas elegantes, de estilo armonioso, llenas de tradición y sobrecargadas de historia; una historia que hace a nuestro pueblo y nuestra identidad.

        Construcciones baratas, ordinarias, carentes de toda gracia y atractivo han reemplazado a mansiones, palacetes y bellas residencias en las que alguna vez vivió la gente que hizo grande a nuestro distrito.

        La desaprensión de San Fernando por su pasado, comenzando por sus administraciones comunales, ha sido una constante (salvo breves períodos), la pérdida de las mal llamadas quintas, verdaderos palacios versallescos, es prueba de ello, pero lo que viene ocurriendo desde 1983 es realmente pavoroso. Solo por citar un ejemplo, ahí está la plaza Sarmiento, en 9 de Julio y Tres de Febrero, convertida en una plataforma de cemento; tengo entendido que fue demolida la antigua morada de la familia Barbará, sobre la calle Constitución, ex geriátrico Casablanca, lo mismo aquella que fue mi casa en Av. Perón al 600. Y como ellas, decenas de viviendas y edificios de fuerte significado, estrechamente ligados a nuestro rico pasado.

        Lo más preocupante es comprobar que van por todo. No solo el casco histórico es objeto de destrucción. El fenómeno se expande hacia la periferia y comienza a hacer estragos en zonas residenciales que deberían preservarse como tales. Las añejas casas normandas, frente al convento de las Benedictinas, sobre Av. Libertador al 3200, en pleno Punta Chica, han sido demolidas en su totalidad y hoy en su lugar se pueden ver unos edificios deprimentes, más parecidos a cajas de zapatos que a otra cosa. Esas casas atesoraban entre sus muros una historia riquísima; yo mismo me ocupé de una de ellas hace ya varios años, en una revista que circulaba entonces.

        A mediados de la década del ochenta intenté advertir sobre lo que estaba sucediendo pero a nadie pareció interesarle el tema, ni a las instituciones, ni a la prensa y mucho menos al gobierno municipal. Incluso integré por algún tiempo un organismo de nombre rimbombante, la Comisión Asesora Municipal del Patrimonio Cultural, Histórico y Arquitectónico del Partido de San Fernando, creyendo que se iba a hacer algo pero como la misma no era más que un ente burocrático, la dejé pocos meses después. Recuerdo que en esa época fue demolida la hermosa residencia de la familia Masucci, en Av. Libertador y Ricardo Rojas para construir el triste local de vidrio y metal del desaparecido Blockbuster.

        Preocupado por lo que estaba sucediendo, me ocupé de fotografiar todas aquellas propiedades con valor histórico y arquitectónico que corrían riesgo de desaparecer. Pensaba que se podía legislar para salvarlas, pero nada se hizo y la respuesta oficial fue siempre la misma: “No se puede hacer nada”. ¿Cómo harán en Europa, me preguntaba, para mantener los cascos históricos de sus ciudades intactos durante siglos? ¿Qué leyes se aplicarán en Colonia (Uruguay), Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia y México?, países en los que se preserva el pasado. Si cotejásemos mi colección de fotografías con la realidad actual, los resultados dejarían con la boca abierta al lector. Casi todas esas construcciones han sido destruidas a mazazos para dar lugar a cosas deplorables.

        Hace poco vi una propaganda oficial que mostraba “como trabaja la Municipalidad para preservar los lugares históricos” y como si se tratase de una hazaña hablaban de arreglos en la Quinta El Ombú, el frente de la Biblioteca Madero, el cementerio y la Quinta Santa Cecilia. En una palabra, lo mismo de siempre.

        Me resulta deprimente visitar San Fernando. El proceso de destrucción al que obscuros funcionarios solían llamar “progreso” es demasiado doloroso para quien atesora tantos recuerdos como yo. Me han dicho que caminar por la calle Constitución los días sábado por la mañana es un espanto. No quiero corroborarlo. Prefiero quedarme con mis recuerdos e imaginar a aquel San Fernando de mi infancia y juventud, tal como hacía el Dr. Ambrosio Romero Carranza, uno de los hombres más eminentes nacidos en nuestro suelo.

        Aquel pueblo-ciudad que ha evocado magníficamente Bocha Galo en sus poemas y escritos, en el que todo el mundo se conocía, el que conservaba la idiosincrasia de ciudad provinciana, aún dentro del cono urbano, el de las viejas familias, las personas distinguidas y los pioneros, ha dejado de existir para convertirse en un deprimente suburbio de Buenos Aires, sin identidad ni tradición.

Alberto N. Manfredi (h)

DNI 12.801.018

pechemiel@gmail.com

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