Señor director.

Es evidente que al momento de escribir, la ira y los nervios le jugaron una mala pasada al Sr. Carleo por lo que pasaré por alto los términos injuriosos y ofensivos con los que se ha dirigido a mi persona, porque estoy seguro, han sido involuntarios.

En la introducción de mi libro Familias Tradicionales de San Fernando, explico claramente de donde extraje la información y lo que es trabajar con semejante caudal, por lo que remito a los lectores a ella. Quiero dejar en claro que no soy historiador sino un simple aficionado, limitado, sin método ni formación académica y que tal vez por ello, mis trabajos no han despertado el interés que esperaba.

Carleo habla de agravio cuando publicó en un libro “de gran éxito” que en la parroquia de Victoria se le retaceó información, dejando abierta una seria duda al sugerir que “se torna difícil pensar que cien años de servicios religiosos se hayan borrado como por arte de magia”. Son palabras muy graves que implican a personas de mi entorno y él lo sabe. Luego me acusa de discriminar a los vecinos del Canal por su condición, afirmación que desmiento categóricamente pues he abordado a muchos hogares de ese origen.

Es inexacto que no fui convocado para trabajar en el libro sobre las mujeres sanfernandinas. La señora Murcho me invitó a participar y me negué porque no me interesaba ningún vínculo con políticos y porque se editó en el marco de un homenaje a un suceso inexistente. Además, no intercalé ninguna biografía en esa obra, sino que quien lo hizo fue la mencionada señora y de ellas, sólo dos pertenecen a mi familia.

Se refiere luego a los errores y gruesos equívocos que cometí comenzando con la familia Zitta que no figura en mi libro. Sólo nombro de soslayo a algún portador de ese apellido. Dice que confundo al honorable cabeza de la familia Pericoli cuando arranco el capítulo con Pascual Pericoli aclarando que es el primero que he hallado en los documentos; lo mismo en el caso Favier, pues comienzo con el hallazgo de los restos óseos que don Albin Favier hizo en su quinta del Pay Carabí, que tanto entusiasmaron a Marcos Sastre. En ningún momento hablo de los orígenes de esas familias porque no es ese el enfoque que le he dado a mi trabajo.

Jamás nombro a Domingo Cerezetto sino que me refiero a la familia en general, de la que Carleo ha escrito que tenían una chacra sobre la calle Centenario y confirma que uno de sus miembro, llamado Carlos, fue dueño de una verdulería.

En cuanto a los padrinos de la señora de Cousau, es verdad que en 1951 Arturo Nocetti había fallecido, pero si no me equivoco, lo hizo a fines de junio de 1944, como explico en el capítulo dedicado a ese apellido y no en 1946 como dice Carleo en su respuesta. El dato erróneo lo extraje de las secciones Sociales de los periódicos “La Razón” y “El Pueblo” de San Fernando. Posiblemente el periodista se equivocó al redactar. A lo mejor confundió a Arturo Nocetti padre con el hijo o tal vez fui yo. Lo ignoro, pero he tomado nota para una eventual corrección.

En cuando a los Lissarrague, permítame decir que provengan de donde provengan y al margen del año en el que se hayan radicado en nuestro distrito, dado su presencia y protagonismo, deben ser considerados, sin ninguna duda, como familia tradicional de San Fernando. Lo invito a que lea el capítulo correspondiente y saque sus propias conclusiones. Lo que no sé es de dónde saca Carleo que la coloco como “tradicional entre los más antiguos”, cuando están al final del libro y digo que eran vecinos del Paraná Miní donde tenían un aserradero y un almacén en el La Serna y que las fuentes los mencionan desarrollando actividades en San Fernando en 1922 y 1923. Seguramente, en el apresuramiento por buscar errores, leyó mal. Respecto a los Cousau, afirma que olvido que su antigüedad llega por los Casanova cuando arranco en 1885 con Severo V. Cousau y me refiero al casamiento de Nazario Cousau con Eugenia Irene Casanova. El capítulo trata sobre los Cousau, no los Casanova.

Sobre el final, vuelve a acusarme de discriminar y a emitir juicios sobre como encaré mi trabajo, gritando a los cuatro vientos que solo destaco a los pasibles de ser nombrados. Yo le digo que, efectivamente, encaré mi trabajo de esa manera y le niego autoridad para cuestionar mi enfoque. Además sostiene que nunca me olvido de mencionar a los míos. ¡Justamente él, con lo monotemático que es con el tema Damnotti!

En cuanto a esa supuesta patina aristocrática que invento, transcribo dos pasajes de mis primeros libros, únicos que dedique a miembros de mi familia; la primera es de la biografía de mi bisabuelo paterno: “… solo pude determinar que el apellido no tiene abolengo ilustre, ni escudos de armas, ni un largo historial que referir” (p. 26), la segunda de la de mi abuelo materno, (“Augusto Álvarez, pionero de la cinematografía argentina”, p. 10):“… Álvarez es un apellido derivado de Álvaro o Alvar y es tan numeroso que resulta prácticamente imposible saber cual nos corresponde”. A esta altura es evidente que no vale la pena prestar atención a las observaciones que ha hecho Carleo.

Para finalizar, sólo dos cosas. El Sr. Carleo dice que he desatado contra él una persecución sistemática porque envié una carta a la entidad que publicó su libro con copia a su diario, haciendo mi descargo. He releído la misma y no he hallado agravio alguno. Fuera de ella, si alguna vez incurrí en ofensa o falta, estoy dispuesto a retractarme aunque no creo que tenga nada que reclamarme. Y por último, no excluí a su familia por estar molesto con Ud., Sr. Carleo, sino porque no me pareció relevante ya que como dice en su libro, Con sabor a historia, (p. 50) “…no dio a la comunidad ni grandes poetas, ni personajes famosos, ni siquiera políticos…”.

Aquí finalizo toda polémica y aclaro que estoy dispuesto a responder ante quien corresponda con las pruebas en la mano.

Atentamente.

Alberto Manfredi

DNI 12.801.018

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