Pedro Montenegro, el acordeón del chamamé

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Acordeonista, compositor y maestro de conocidos músicos

Comenzó a tocar el piano a los 7 años, en su Corrientes natal. En 1951 llegó a Buenos Aires y rápidamente se instaló en el ambiente musical. Tocó con Ernesto Montiel, Tránsito Cocomarola, Raúl Barbosa y los hermanos Flores.

En una casa modesta del barrio La Paloma vive un hombre de manos delicadas y corazón hospitalario que, con voz profunda y serena, se dispuso a evocar una experiencia de vida dedicada a la música.

Con sus 80 años, Pedro Montenegro – uno de los más grandes acordeonistas del país – contó que de pequeño vivió rodeado de música ya que en su familia todos tocaban algún instrumentos y además “según dicen los médicos, los niños escuchan desde el vientre de la madre y pudo haber sido así nomás porque a mí se me pegó la música chamamecera desde muy chico”.

Efectivamente, a los 7 años empezó a tocar el piano y “a los 11 ya hice mi primer baile social, como se le llama en Corrientes, y de ahí en más seguí”. Con 17 años llegó a LT 7 Radio Provincia de Corrientes y también por ese entonces “empecé a componer, aunque no sé si componía o descomponía, pero trataba de hacer algo”, dijo el músico, con un humor propio de los hombres sabios. Lo notable es que don Pedro nunca estudió música, entre otras cosas porque siempre sufrió de disminución visual, por lo cual, explicó, “iba pensando una música, luego la tocaba a algún amigo y él la escribía”.

Uno de los que pasó al pentagrama sus composiciones fue Tránsito Cocomarola. Tiene unas 100 obras registradas, aunque “no me dediqué mucho a componer”, dijo, “porque me ocupé más de tocar, así que no tengo mucho. Ahora mis composiciones se están grabando mucho en el extranjero”. Entre las obras más conocidas se encuentran “Noemí Aída” (escrita a los 17 años), “Paso Jara”, “La Rueda”, “Las Teclas”, “Para usted, doña Ramona”, dedicada a su madre.

“Yo soy un músico intuitivo, no tuve oportunidad de estudiar música, pero he llegado a tocar con grandes músicos y me dijeron que toco bien. En una oportunidad grabé con un músico de D’Arienzo; cuando llegué a la grabación, me pasaron una partitura y yo pregunté qué era eso. Les expliqué que no me manejaba con partitura, entonces ellos no sabían cómo iban a hacer. Yo le dije que probáramos. En la primera pieza, yo acompañé y ya en la segunda me dijeron que tocara y ellos acompañaban. Quedaron encantadísimos conmigo, porque no pensaban que una persona que no es músico pudiera hacer algo así, espontáneamente, como lo estábamos haciendo”.

Se instaló en Buenos Aires desde 1951, porque “cuando me tocó hacer el servicio militar, como no podía por mi problema de salud y además comía mucho, me largaron. Me vine para acá, llegué el 2 de febrero de 1951 y al otro día ya estaba tocando en el teatro José Verdi de La Boca, donde me quedé varios años. Luego me instalé con Ernesto Montiel en un salón en Constitución”.

Don Pedro tocó en todas las radios ya que “antes nuestra música se difundía más” y recordó – con un tono nostálgico – que “hubo una ley que determinó que se pasara 50% de música nacional y eso estuvo muy bien, pero ahora se está olvidando un poco lo nuestro”. Hizo giras por los países limítrofes y expresó que “no me animé a ir a Europa, pero ahora si me invitan, voy porque tengo grandes amigos que viven allá”, los hermanos Flores y Raúl Barbosa, con quienes ha tocado en numerosas oportunidades.

A los 23 años empezó a dar clases de acordeón, “no porque supiera, sino por necesidad”, acotó con modestia y buen humor, y continuó: “no soy realmente maestro, pero estoy tratando de enseñar, lo más notable es que saqué muchos músicos que dicen que son muy buenos y yo también lo creo”. Entre esos músicos se encuentran Javier Acevedo (acordeonista de Jairo), Ricardo Orellana (músico de María Ofelia) y Ezequiel Tatic (acompañante de Alberto Argüello).

Si bien su música es el chamamé, en una oportunidad fue contratado para tocar música mexicana en Villa Gesell y “una noche yo les dije a mis compañeros ‘no sé si nos van a echar, pero yo voy a tocar un chamamé’ y toqué y gustó muchísimo, entonces me quité el sombrero mexicano que me pesaba muchísimo y tocamos más chamamé que música mexicana”. Además, don Pedro confiesa que toca de todo un poco y que le gusta mucho el tango, pero “por vergüenza no toco, por respeto a los colegas no toco tango porque me parece que no lo hago bien. Cada música tiene su acento y hay que pegar eso para que la música tenga gusto, si no, no sale bien”.

Pedro Montenegro nació en Yaguareté Corá (en guaraní significa “corral de tigres”), provincia de Corrientes; allí se le han hecho merecidos homenajes. Pero en Tigre, lugar que eligió para vivir desde hace muchos años, aún no ha subido a un escenario y seguramente muchos vecinos (y quizás también muchos funcionarios) ignoren su existencia. Esperamos que el inicio del ciclo de homenaje a los grandes de la música nacional lo tenga presente.

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