Saquitos de té transformados en obra de arte

Además de imágenes, aromas. Un poco por azar, un poco por curiosidad, Alejandra Romairone descubrió que los saquitos de té ocultaban posibilidades plásticas. Después de un proceso sumamente artesanal y con mínimos recursos externos, los saquitos van dando forma a mantas y pequeñas prendas.

 

        En el 2008 se celebraron los 100 años de los saquitos de té. El empresario que los inventó, y aquellos que los fueron modificando, sólo tenían la intención de ganar dinero, cuanto más rápido, mejor. Lejos de ellos la seductora figura del emperador chino que, un día, descansando debajo de un arbusto, vio caer una hojita dentro de su taza de agua caliente. La hoja coloreó el agua, la aromatizó y encantó al emperador. Desde entonces, millones de personas se sientan a tomar un té, en busca de calorcito corporal y también de abrigo para el alma; tomándose un ratito para sí mismos, tratan de alejarse del ritmo alocado del fast food.

        “Los saquitos son algo pequeño, hay que detenerse, mirarlos. Cuanto más se observa, más se descubre. Se pueden trabajar como una tela delicada, entonces aparecen las manos y a mí me encanta ver manos cosiendo o haciendo crochet. Es una manera de recuperar lo artesanal”, dijo Alejandra Romairone, una artista plástica sanfernandina que, desde hace unos años, descubrió otro uso para los saquitos de té, que nada tiene que ver con ganar dinero fast.

 

Formas y aromas del saquito de té

        El trabajo de Alejandra tiene una coincidencia con la leyenda del té: “Un día, dejé el saquito de té sobre un papel, después lo tomé y miré qué había quedado, era una mancha que me hablaba. Entonces me dije ‘voy a ver qué pasa adentro del saquito’. Fue por azar que empecé con esto”.

        “Esto” que empezó, fue una producción plástica de gran delicadeza y sensibilidad que se pudo apreciar en Ojo de Pez, en la 1° Noche de las Artes, de Tigre.

        “Comencé a abrir los saquitos y descubrí que ahí aparecían cosas. Es un papel súpernoble, hay que pensar que sufre el agua hirviendo y no se deteriora. Si se trata con cuidado, se puede desarmar, pegar, coser”. Según el té utilizado, surgirá un color, un aroma, una forma. “Descubrí que todos los saquitos no son iguales, hay papeles más resistentes que otros, algunos se pueden coser sin dificultad y con otros hay que tener mucho cuidado”.

        Alejandra fue guardando saquito tras saquito, como hace con muchas otras cosas, ya que confesó que, en numerosas oportunidades, cuando va a tirar algo, escucha “no me dejes caer, guardame”. Y, por suerte, respondió al llamado de las almitas que viven en los saquitos de té.

        El proceso que realiza es muy artesanal: deja el saquito usado reposando en el sobre y, cuando ve que hay algo interesante, lo cuelga y espera que se seque. “Pasé por muchos avatares, porque, a veces, me los olvidé y los agarró la lluvia”.

        Ya secos, el material espera que la inspiración se presente. Entonces, en algunos casos, los usa completos y, en otros, desecha el té: “A veces uso los saquitos cerrados o el té sobre el papel mismo y queda como un bordado; en estos casos, los trabajos no llevan vidrio, porque la idea es que se pueda percibir el aroma. Cuando saco el té, sí pueden ir montados porque ahí busco que llegue la transparencia, lo visual”.

        Fundamentalmente, Alejandra busca que “la imagen no se aleje tanto del saquito, que se vea que no es cualquier papel”.

        Hasta ahora, los temas que trabaja son dos: mantas y prendas. “La manta abriga y el té también, por eso los asocio”. Las pequeñas prendas evocan camisas o, quizás, kimonos de princesas japonesas.

        Uno de los pocos elementos que incorpora a su obra son los lápices de colores: “Esos que usan los chicos en el colegio, que nos traen recuerdos, emociones. Son sutiles, se adecuan a lo que yo quiero lograr. Pero la idea básica es no incorporar material externo al té”.

        Junto a la sutileza y minuciosidad, Alejandra descubrió el lenguaje de las formas que viven en un simple saquito de té.

 

Foto: Saquito para transportar sueños, de Alejandra Romairone

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